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México D.F. Lunes 16 de junio de 2003
En el albergue de la Plaza del Estudiante, ayer fue un domingo como cualquier otro
Indigentes, padres que se dicen abandonados
SUSANA GONZALEZ G.
Para ellos ayer fue un domingo como cualquier otro, salvo que se empeñaron en olvidar que era Día del Padre.
Sin mañanitas, abrazos, felicitaciones y mucho menos regalos de sus hijos, se levantaron y desayunaron temprano, porque tuvieron que salir a las diez de la mañana, como cualquier otro día, del albergue donde pernoctan.
Fueron pocos los que trabajaron unas cuantas horas, visitaron la iglesia o un templo evangelista para "no estar mal y caer en la tristeza por acordarse de los hijos", o mendigaron dinero para comer, beber alcohol o conseguir droga. La mayoría se desperdigó a lo largo de la Plaza del Estudiante, donde se ubica el albergue denominado oficialmente Centro de Día del Instituto de Asistencia Social e Integración Social del Gobierno del Distrito Federal, donde diariamente duermen más de 400 indigentes varones.
Así, mientras miles de mexicanos fueron festejados por sus familias por haber gestado nuevas vidas, ancianos de hasta 85 años de edad que apoyaban sus achaques en un palo o un bastón, indigentes de entre 20 y 50 años de edad con secuelas de trastornos mentales por la droga, y hasta minusválidos agotaron su día acostados en bancas orinadas, jardineras y banquetas de la plaza o recargados en las patrullas que los judiciales estacionan afuera de la Coordinación Territorial de Justicia y Seguridad Pública de Tepito.
Son "los locos, los drogadictos, los ex convictos, los discapacitados, los migrantes, los hombres leales, valientes, cabales, los más puros", como reza la leyenda del mural pintado en el patio del albergue, pero son también padres que se dicen abandonados, despreciados y olvidados por sus descendientes, incluso despojados de sus bienes y considerados inútiles cuando dejaron de trabajar, mientras otros justifican que "por las circunstancias" cayeron en malos pasos y se alejaron de la familia.
En su mayoría tienen el pelo alborotado y sucio, barba de varios días, ropa holgada o apretada, en combinaciones donde un hombre de la tercera edad viste con pantalones y tenis de estilo y colores propios de un adolescente, mientras otro combina unas bermudas con una bata de dormir de mujer.
Desde los 21 años José Luis Pretelin Torres -anciano de 83 años originario de Veracruz- se dedicó a hacer hijos: "Tuve seis, uno murió joven, pero a los otros ya no los veo. A uno todavía le ayudaba a comprar cosas para la comida con la tarjeta que me dieron del gobierno, pero luego se casó y ya no supe de él. Yo creo que fui buen padre, pero cuando crecen se portan distinto", lamenta mientras gasta sus horas como el resto de sus compañeros, entre la basura y el hedor a orines del lugar.
De 40 años y trabajador del calzado, José Cuevas Olvera tiene una niña de seis y un varón de 17. No los has visto desde principios de año, cuando su esposa lo corrió por no tener trabajo. "Mi hermana ya vino a verme y yo no voy a buscar a mis hijos, voy a esperar que ellos vengan a buscarme", dice al tiempo que se le humedecen los ojos cuando recuerda que al salirse de su casa, en el municipio mexiquense de Ecatepec, a su hijo Efraín sólo le dijo "adiós", sin explicarle por qué se iba. Y otro compañero suyo, demacrado y muy delgado que se niega a dar su nombre completo, sólo comenta: "Yo sólo tuve una hija, sé donde vive y hasta el año pasado la veía. Pero no la quiero ver hasta que me reponga."
Pese a todo, fueron festejados con una cena y ropa, previo baño antes del convivio.
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