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México D.F. Lunes 16 de junio de 2003
Armando Labra M.
La otra globalidad
Malas noticias para los globalifílicos y a lo mejor un mejor cauce para los globalifóbicos. Han comenzado a proliferar nuevos análisis que abren brecha sobre lo que se podrían llamar "algo mejor que la tercera vía". Voy aquí a referirme a dos libros que valen la pena por sus novedosos e importantes aportes, primero a definir lo que es hoy la globalización, pero también a ofrecer caminos alternativos basados más en la construcción que en la mera negación de adversidades.
Uno es The postcorporate World, Life After Capitalism, de David C. Korten, coeditado por Berret-Koehler Publishers, Inc., (www.bkpub.com) y Kumarian Press, Inc. (www.kpbooks.com); otro es el informe del Foro Internacional sobre Globalización, en el que participan muchos autores: Alternatives to Economic Globalization, a better world is possible, editado también por Berret-Koehler.
Para no caer en la consabida traslación de recetas que sirven en otros países o en sociedades diferentes, quisiera plantear una premisa que hace apetecibles ambas lecturas para nosotros. Vivimos en efecto un proceso de transición de plazo largo que en México resulta ser más producto de la sociedad que de ningún protagonista político, sea gobierno, partidos políticos u organizaciones no gubernamentales, religiosas, etcétera. De hecho, podemos decir que la transición avanza al margen y hasta a pesar de gobiernos, partidos, organizaciones no gubernamentales (ONG) y credos. Más obstruyen un gobierno pasmado, partidos sin ideología, ni liderazgo ni disciplina, ONG de dispersa y no siempre clara finalidad o la inquina tortuosa de los cleros políticos.
Para mejor ponderar nuestra circunstancia, sirven los textos que comento porque nos brindan definiciones y referencias de acción posible o al menos, deseable. Por ejemplo, dado que incesantemente se habla de la globalización y su naturaleza inevitables, no está de más entender que una cosa es el impulso global de las grandes corporaciones, y otro, el de las sociedades, los dos tan reales como aparentemente incompatibles.
La globalización corporativa, también conocida como neoliberalismo, según los autores, tiene los siguientes ingredientes económicos:
Promueve el hipercrecimiento asentado en la explotación irrestricta de los recursos naturales que alimentan ese crecimiento; privatiza y mercantiliza los servicios públicos, desplazando los componentes comunitarios de la convivencia; homogeneiza la cultura y la economía en un sentido intensamente consumista; integra y reconvierte las economías nacionales -aun las que eran relativamente autosustentables- hacia la producción exportadora, con daños sociales y ambientales evidentes; desregula y confiere un carácter irrestricto al movimiento transfronterizo de capitales; acentúa la concentración de intereses corporativos; desmantela los programas existentes de salud pública, protección social y resguardo ecológico; y remplaza las estructuras de poder asentadas en estados-nación y comunidades democráticas, por estructuras que operan las burocracias corporativas.
Frente a este haz de rasgos de lo que podríamos llamar la cara perversa de la globalización, se pueden considerar algunos principios que den sentido social al proceso global de manera que tienda a beneficiar en vez de lacerar a las personas.
Según la pléyade de autores de los libros mencionados, se podrían considerar las siguientes líneas de reflexión y acción que en esencia, recuperan el poder, trasladándolo de la corporación, hacia la sociedad: dar a los procesos democráticos un sentido de gobernabilidad centrado en conferir a quien vota, una voz efectiva en las decisiones que le atañen y en la supervisión de las cuentas que rindan las autoridades gubernamentales:
Ubicar el mayor número de decisiones posible, al nivel local, comunitario, con lo cual aumenta el grado de compromiso, conocimiento e involucramiento de los individuos en el quehacer colectivo. Asegurar la sustentación del medio ambiente, vigilando la regeneración plena de los recursos renovables y sustituir, en la mayor medida posible, el uso de recursos no renovables por renovables; resguardar las herencias comunitarias, como agua, tierra, aire, bosques y pesquerías; las culturas y el conocimiento que compartimos; y, los servicios públicos de beneficio social como la salud, la educación, la seguridad social, evitando su privatización y mercantilización. Respetar las diversidades culturales, económicas, biológicas que permiten a las sociedades el empleo más racional, estable y eficiente de sus recursos para atender sus necesidades concretas en el nivel comunitario. Ampliar el concepto de derechos humanos, de su actual espectro político y civil, para que abarquen las reivindicaciones económicas, sociales y culturales de la población. Abordar las deficiencias del mercado laboral defendiendo los derechos de los trabajadores tanto formales como informales, desempleados o sub-empleados. Jerarquizar la alimentación a nivel comunitario, como prioridad política y técnica en materia agropecuaria. Replantear el tema de la desigualdad entre países, regiones, clases y géneros, ricos y pobres, en una perspectiva de aligeramiento o anulación de deudas ilegítimas que recaen sobre la población desfavorecida.
Finalmente, asumir una actitud preventiva de aquellas acciones que deterioren la salud humana o el medio ambiente. Usted dirá.
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