La guerra del barro JUAN AGULLO La radioactividad bien utilizada es muy útil y, por ende, rentable. La inteligencia artificial de instrumentos como los celulares, videojuegos, satélites, lap-tops u ojivas balísticas depende de ella. El mineral que la genera se llama coltán. En menos de una década se ha multiplicado su precio por 10, provocando una guerra con más de 2 millones de muertos
Las multinacionales telefónicas, cibernéticas, armamentísticas y aeroespaciales entre otras venden autonomía: para el celular, para la computadora, para el satélite, para el cohete espacial y hasta para el arma de destrucción masiva. Es un valor agregado que se paga muy bien. Numerosos estudios apuntan a que, en el futuro, el hidrógeno jugará un papel estratégico en lo que a producción de energía se refiere. Por el momento se trata, tan sólo, de acumularla. De ahí la utilidad de la tantalita (extraída del coltán): un mineral radioactivo, resistente al calor y excelente condensador eléctrico. Hasta hace poco bastaba con las reservas de Oceanía y Sudamérica para aprovisionar al mercado mundial. Hace dos años, sin embargo, se empezó a rumorar que la escasez de coltán era un hecho. Como por arte de magia la guerra civil en la que se encuentra sumido el Congo desde 1994 se recrudeció a partir de un magnicidio inducido: el de su presidente, Laurent-Desiré Kabila. Su país acumulaba 80% de las reservas mundiales por entonces conocidas. Actualmente, coincidiendo con el descubrimiento de nuevos yacimientos en otras partes del mundo, el conflicto parece relajarse. ¿Casual? "¿Bueno?" Cuando suena el celular, en realidad, hablamos por radio. Para que todo funcione correctamente nos hace falta energía, mucha energía. Necesitamos haber cargado nuestro aparato en la red eléctrica y, por supuesto, que esa carga se mantenga acumulada. Con la batería no basta. El elemento que opera esa especie de milagro cotidiano se llama tantalita: por eso es tan apreciada. Necesita ser escindida de la colombita, a la que se encuentra adherida en estado natural. Dicho refinado merece la pena: es el sistema más barato (conocido) de acumular no de producir energía.La fiebre del barro Otro punto importante: por el momento la mayoría de instrumentos que incorporan alta tecnología no son reciclables. Ello quiere decir dos cosas: que sus costes de producción son más elevados de lo normal y que la demanda de las materias primas con las que se construyen tiende a crecer exponencialmente. Dicho de otro modo: el valor agregado de recursos naturales como el coltán tiene razones objetivas para ser elevadísimo. Un ejemplo al azar: sólo en 2002 se vendieron en el mundo unos 500 millones de celulares, cerca de 20% más que el año precedente. Fue necesario mucho coltán para eso. Y sigue siéndolo Según datos de la ONU, entre finales de 1998 y mediados de 1999 cuando la Guerra del Congo se encontraba en pleno auge fueron sacadas de ese país ilegalmente unas mil 500 toneladas del preciado mineral. Una auténtica fiebre que, probablemente, sólo sea socio-históricamente comparable a la del oro. Cosas de nuestro tiempo: el codiciado mineral apenas brilla. Vivimos en plena fiebre del barro, pero de un barro que no abunda. Eso tiene un costo tanto en términos políticos, como sociales, económicos y, por supuesto, ecológicos. Hablar por el celular es, pues, mucho más caro de lo que parece. ¿Quién gana? La autoridad de los Estados, en Africa, es cada vez más nominal. Los poderes centrales son primus inter pares (primeros entre iguales): nada de ejes estructuradores de naciones artificiales diseñadas por las antiguas potencias coloniales. El de la República Democrática del Congo (RDC) es uno de los casos más elocuentes. Formalidades aparte, sus 2 millones 345 mil kilómetros cuadrados (poco más que en México) carecen de una autoridad política y administrativa que los unifique. La guerra civil por sus recursos naturales acelerada por el asesinato del ex presidente Kabila ha multiplicado una fragmentación ingobernable.La guerra del Coltán Todo empezó con el genocidio en la vecina Ruanda (un millón de muertos). Según los entendidos, una macabra pieza movida por el poder emergente en la región: Washington. Se trataba, sobre todo, de desestabilizar al poder declinante: Francia. Se aprovecharon para ello las eternas rivalidades locales. Africa tiene demasiado que ofrecer en términos de recursos naturales: petróleo, gas, diamantes, oro, cobalto, uranio, biodiversidad, mano de obra barata y, por supuesto, coltán. Actualmente, africanos y no africanos parecen hartos de que una parte de la "porción útil" del continente siga siendo el "terrenito" de París. El coltán no es, pues, el único motivo de la guerra, pero sí ha introducido elementos novedosos en su lógica. Casi todos los actores internos y externos que se involucraron en lo que la ex secretaria de Estado estadunidense, Madeleine Albright, calificó como la "Primera Guerra Mundial africana" flirtearon con el coltán. Un elevado valor agregado que, paradójicamente, algunos ni siquiera persiguen controlar. Basta con servirse del mismo para financiar gratuitamente milicias que dan acceso a otros intereses: desde étnicos hasta geopolíticos, pasando por los puramente monetarios. ¿Quién pierde? Africa devastada ![]() Pero los seres humanos no son los únicos afectados por una violencia anárquica, canalizada y financiada por un barro tan exótico como radioactivo. El Parque Nacional de Kahuzi-Biega y la reserva de la biosfera de Okapi se encuentran irreversiblemente devastadas. En 1996 había censados 3 mil 600 elefantes: ya no queda ninguno. La mayoría murió y los escasos supervivientes se vieron obligados a migrar. Algo parecido ocurre con los gorilas estudiados por la reciente premio Príncipe de Asturias de investigación científica y técnica, Jane Goodall.En menos de una década su población ha sido diezmada: de 450 a 130. Al este del Congo, además, la deforestación avanza a pasos agigantados. Las escenas que allá pueden contemplarse se encuentran a mitad de camino entre lo patético y lo grotesco: bandas armadas de todos los pelajes recorren la región sin orden ni concierto. Pese a su abundancia, no buscan oro ni diamantes: los enrolados escarban el terreno en busca de un barro que ni siquiera saben identificar. A veces caminan cargados miles de kilómetros para que los intermediarios les digan verdadero o falso que lo que venden no es más que barro común. En el camino mueren árboles, hombres y antílopes. ¿Sustentable? El núcleo duro de la guerra civil congoleña se articula alrededor de la confrontación entre dos empresas pretendidamente "nacionales". Por una parte, la histórica Sociedad Minera del Congo (Somico), y por la otra, la recientemente creada Sociedad Minera de los Grandes Lagos (Somigl). La primera se encuentra al menos nominalmente controlada por el gobierno de Kinshasa desde la época de la independencia de Bélgica (en 1960). La segunda acaba de ser fundada por la Alianza Congoleña por la Democracia, la guerrilla mejor organizada del país.La Señora del Coltán Detrás de ambas compañías se teje una maraña de intereses locales y multinacionales en la que resulta prácticamente imposible fisgonear. Los minerales preciosos y raros son demasiado abundantes en el Congo como para permitir que el "libre mercado" sea una realidad. La situación política, social y económica resulta, además, explosiva. No es complicado influir en ella con ánimo de lucro. "A río revuelto, ganancia de pescadores", reza el refrán. Las multinacionales mueven sus hilos a uno y otro lado de los frentes de batalla sirviéndose para ello de toda suerte de personajes. El más curioso de todos se llama
Aziza Gulamani Kulsum. Es una mujer. Inusual, pero no extraño en
una sociedad matriarcal como la africana. Una pequeña tabacalera
junto a la frontera congoleño-ruandesa es la base de su poder. Actualmente
ninguna materia prima puede ser sacada de la región sin que La
Señora del Coltán lo sepa y lo cobre. Un pequeño
pero bien pertrechado ejército de combatientes y chamanes se encarga
de que sus deseos sean órdenes. Allá donde no hay Estado
la que manda es ella. Incluso las guerrillas lo saben y lo aceptan. Es
la ley en los Grandes Lagos.
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