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México D.F. Domingo 15 de junio de 2003
ƑLA FIESTA EN PAZ?
Leonardo Páez
Acciones y reacciones
ƑQUE BUSCA EN el coso la multitud? Desde luego no busca, al menos de manera consciente y premeditada, la bravura cabal que hasta hace 25 o 30 años constituía en México un factor esencial de la tauromaquia. Por consiguiente tampoco espera la lidia magistral, y menos comprobar la evolución de la ganadería anunciada. Casi pasará por alto la relativa integridad del toro y jamás se percatará, porque lo ignora, de las reglas de la lidia y de la observancia del reglamento.
ESE CANDOR, EMPERO, no será obstáculo para que con su energía elemental el público encumbre y encubra figuras, cancele sueños, sobrevalore detalles, confunda embestidas y menosprecie esfuerzos, en una línea no alejada de la del conocedor aunque menos informada y puntillosa, pero que, a diferencia de éste, con su masiva e ingenua asistencia posibilita el necesario flujo de dineros para el sostenimiento de un negocio tan sencillo como el resto: qué ofrece a cambio de lo que cobra.
INCONSCIENTEMENTE LA multitud, amén de acudir a la plaza ya sin la pasión del partidario de tiempos no lejanos pero motivada todavía por tal o cual apellido, antecedente, circunstancia u ocasional publicidad, lejos de procurar "divertirse", busca sobre todo ser sorprendida, vale decir sacada de la rutina que desde su nacimiento la ha marcado, ya como hijo, padre, empleada o ama de casa. Y este asombrarse lo hallará en la fugaz y compartida exaltación por la hazaña, o quizá el arte, del diestro que la conmueve y quizá la refleja, o mediante una remota rivalidad equilibrada, ya entre el matador y el toro, ya entre los alternantes, ya entre las cuadrillas.
POR LO DEMAS, gritar, abuchear, improvisar gracejadas, parlotear, beber de una bota o un vaso de cartón, humear un habano, lucir inusual indumentaria, hacerse de palabras o inclusive llegar a las manos, no son sino variaciones sobre un mismo tema: dejar de ser, por unos minutos, nadie, para erigirse en alguien que quiere ser él mismo o que intenta serlo, para lo cual se manifiesta públicamente, si no con conocimiento de causa, sí con caprichosa necesidad en una plaza de toros donde, en teoría, se presencia un juego que puede ser estético, frente a un peligro que puede ser mortal.
AHORA, LA DECISION unilateral por parte de los llamados taurinos de adaptar el toro bravo a los confusos niveles de percepción de las masas y a los bajos niveles técnicos de los toreros, tiene una consecuencia grave en el comportamiento del espectador: su acentuada indiferencia por lo que en el ruedo pueda ocurrir, lo que desemboca en entradas cada vez más raquíticas y en públicos mayoritariamente indiferentes, es decir, que fingen no darse cuenta de este trastocamiento de los valores de la fiesta brava, debido en parte a la sistemática justificación de una crítica coludida. Con ello, en el mejor de los casos, los triunfos apoteósicos se vuelven cuestionables y la búsqueda de emociones, infructuosa y muy cara.
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