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México D.F. Martes 3 de junio de 2003

Javier Oliva Posadas

Religión y política, mala combinación

Acostumbrados como estamos a que la aplicación de la ley sea un ejercicio discrecional, cuando grupos de presión se enfrentan en el terreno de la política electoral la situación es sustancialmente más delicada que las meras declaraciones en los medios de comunicación o las evasivas reacciones de los funcionarios involucrados (Santiago Creel y José Woldenberg). La insistencia de varios obispos (Gasperín, Arizmendi) en hacer política en favor del PAN en la recta final de las elecciones que habrán de renovar la Cámara de Diputados, junto con otros 10 procesos locales, no hace sino poner en evidencia la anacrónica percepción que tienen de lo que es la ciudadanía.

En efecto, suponer que un católico debe emitir su voto por un partido determinado porque histórica e ideológicamente hay una clara identificación con Acción Nacional, implica una percepción unidimensional de ese ciudadano. Vivimos una era en la que la diversidad, incluso de forma manifiesta en la Iglesia católica, no puede obviar esa realidad. El simplismo de esas visiones nos remite a considerar la naturaleza de la conciencia como una unidad e incapaz de ejercer por su cuenta su criterio y decidir en consecuencia.

ƑCuáles han sido algunas experiencias de la Iglesia católica cuando se inmiscuye en política? Pues los resultados han sido francamente un desastre. Allí está el silencio de Pío XII ante los actos criminales de Hitler, las relaciones con la dictadura de Franco, o con otras más cercanas geográfica y cronológicamente, como las de Latinoamérica en las décadas de los 60 y 70. Sin olvidar la canonización de 21 santos y una santa mexicanos en mayo de 2000. Mezclar política y religión nunca ha sido una situación que prometa estabilidad. La política -hay que recordarlo- es una práctica laica, pluralista, que sujeta toda afirmación al debate. No hay ortodoxia que valga o resista el paso y dinámica de la sociedad ("Ritos y creencias del nuevo milenio", Revista Académica para el Estudio de las Religiones, tomo 3).

De ninguna forma se trata de conculcar o anular los derechos ciudadanos de obispos y demás prelados de cualquier Iglesia, pero lo cierto es que aprovechar su innegable ascendiente sobre la feligresía para orientar la emisión de su voto en los comicios del 6 de julio únicamente provoca que, en medio de un gobierno cuyos funcionarios se han dedicado a evitar tomar decisiones para no afectar intereses de su conveniencia, la tensión aumente de forma innecesaria. El poder económico y político, en este caso de la Iglesia católica, la ubica como un referente claro en cuanto a los poderes locales y regionales. Me parece que ya es suficiente.

Pero el principal riesgo lo corre la misma estructura de la Conferencia del Episcopado Mexicano. Ya las divisiones afloraron con la "puesta al día" del caso cardenal Posadas Ocampo. Ahora no será diferente, es decir, las consecuencias serán hacia el interior de la propia corporación. Así, es aconsejable que por lo menos públicamente se deje el terreno del debate electoral a los partidos, dirigencias y candidatos. Hacer uso propagandístico del credo personal siempre será criticable. Practicar como se debe una religión requiere mucho más que conductas circunstanciales.

Dios y el Estado, el Estado y Dios, la unidad férrea de poder religioso y político anula cualquier opción para el debate, el sano cuestionamiento sobre la mejora de las leyes y de las condiciones de convivencia sociales. Una simple muestra es la intolerancia de grupos y líderes católicos a aceptar que quien se lleva se aguanta. Y los obispos, violando la ley, pueden verse involucrados en debates y críticas de las cuales, francamente, pienso que no tienen necesidad.

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