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México D.F. Domingo 1 de junio de 2003
"CON LA IGLESIA HEMOS TOPADO, SANCHO"
En
una democracia las corporaciones no pueden estar por encima de la ley.
Y quienes elaboran las leyes y determinan lo que es lícito y lo
que no, son sólo las instituciones que, con ese fin, tienen un papel
definido por la Constitución. Sólo la ley -que obliga a todos-,
y los tratados internacionales firmados por nuestro país, que adquirieron
carácter de ley, pueden determinar por consiguiente cuáles
son los derechos humanos fundamentales. Las opiniones religiosas, muy respetables,
y cuya expresión, por supuesto, no puede ser coartada, tienen como
único límite el respeto a la ley, que es general y para todos
ya que, gracias a la lucha de nuestros antepasados, la Colonia quedó
en el pasado y el Estado no depende de confesión alguna ni está
sometido a ningún poder religioso nacional ni extranacional.
Por lo tanto, cuando el presidente de la Comisión
de Pastoral Juvenil de la Curia Metropolitana, Agustín Rivera Díaz,
atribuye a la Iglesia católica la fijación de cuáles
son los derechos humanos fundamentales y el derecho a actuar como fuerza
de presión corporativa promoviendo el boicot electoral a candidatos
o partidos que no coinciden con los planteamientos del Vaticano, o cuando
el cardenal Juan Sandoval Iñiguez pretende fijar qué es o
no inmoral y prescinde de la legislación electoral, no ejercen el
derecho legítimo a hacer propaganda por sus ideas sino que especulan
con la ignorancia de un sector de los fieles católicos y lanzan
a una Iglesia a actuar como Estado dentro del Estado, ejerciendo un verdadero
chantaje político y moral. Cristo, en cambio, decía: "mi
reino no es de este mundo", y separaba las creencias religiosas de la ley
al recomendar "dar al César lo que es del César y a Dios
lo que es de Dios" (acatamiento, oración, lo que se quiera, pero
no poder terrenal).
El Vaticano acaba de reaccionar airadamente porque en
el proyecto de Constitución de la Unión Europea ni se menciona
el cristianismo. Una historia cultural de Europa, en efecto, no podría
negar el papel del mismo, pero una Constitución debe por el contrario
poner a las diversas variantes cristianas en pie de igualdad entre sí
y con las demás religiones que, como el Islam, también caracterizan
la Europa actual, así como con los ciudadanos no creyentes, miembros
de un Estado laico. Si el divorcio, o el aborto (o sea, el derecho de la
mujer a privilegiar su vida o a decidir sobre su propio cuerpo) son legales
y son reconocidos como derechos humanos en muchos Estados civilizados,
la Iglesia católica puede oponerse a esos derechos, pero no pretender
que los mismos niegan "derechos humanos fundamentales" ni pasar, en el
caso de México, más allá de lo que establece la Ley
de Cultos o la legislación electoral mexicana, cuya vigilancia corresponde
al IFE.
Por supuesto, una persona, e incluso una corporación,
que es un cuerpo separado dentro del aparato estatal, tiene derecho a defender
sus opiniones mientras no viole derechos ajenos y respete la ley. Pasar
más allá es intentar enfrentar a diferentes sectores ciudadanos
sólo por cuestiones religiosas, las cuales pertenecen al ámbito
personal. Es un intento de ejercer poder por encima de la ley, contra ella
y contra el Estado que la ejerce y respalda. Es una muestra de intolerancia
inquisitorial por parte de una corporación que, por ahora, no puede
prohibir nada, pero aspira a hacerlo algún día, como en épocas
felizmente pasadas.
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