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México D.F. Domingo 1 de junio de 2003

Bárbara Jacobs

Habla, mamá

Una acémila es un animal de carga, hembra o macho. Yo guardo todo, pero no lo cargo. Tengo cuadernos miniatura en los que con letra diminuta y caligrafía anterior a infantil anotaba miedos como el de tener un tumor en la cabeza o definiciones de lo que imaginaba que era convertirse en mujer. Anoté que cuando lo fuera, tenía que llevar libre la mano derecha y no colgarme nada del hombro derecho ni llevar el pan debajo de la axila, como los franceses en su bicicleta, ni el periódico, doblado. No era tan menor cuando tuve esta visión de la adulta, pero sí, digamos, rara. ƑEl brazo derecho desembarazado de estorbos definía a una mujer?

Escribía con la mano derecha. De muy niña, me refirieron a la sicóloga del colegio francés, alta y huesuda, de apellido francés, porque me sorprendieron escribiendo cientos de veces la palabra autopsia con letra clara, sin faltas de ortografía, pero autónomamente, sin que nadie me lo hubiera asignado, y en español. ƑSabía lo que significaba? Ignoraba cómo se decía en francés. En el bolsillo del delantal sobre el uniforme, pesaba un bisturí que sobaba a deshoras para que brillara, listo. Autopsia, autopsia. De adolescente, en otro país, otro colegio, a otra hora, también me sorprendieron escribiendo con la mano derecha y en español. Inspirada, contaba cómo el pintor de paredes, francoparlante, había rozado el torso, nunca fue la palma, de mi mano derecha sin querer, pero por fortuna no la había pintado. Y en otro momento, en una esquina más al sur y de nuevo en español, una gitana leyó la palma de mi mano derecha y llegó a la conclusión de que tenía todo, pero me faltaba tranquilidad.

A pesar de las vueltas que dicen que da la vida, atisbo de dudosa filosofía pero socorrido en todas las lenguas, a la distancia atestiguo que ya no tengo todo y que, sin embargo, me sigue faltando la tranquilidad. ƑEn dónde estás, Tranquilidad, y qué eres exactamente? Contéstame en español, anotaré tu respuesta con letra temblorosa, en francés, para desconcertarte.

No sé si haya árabes zurdos, pero les será tan difícil a ellos escribir como a nosotros, porque el árabe se escribe, como se sabe, de la derecha hacia la izquierda, aunque, como el español, de arriba para abajo. No sé si haya idiomas en los que se escriba de abajo para arriba. Me intriga más averiguar por qué creía yo de niña que ser madura tenía que ver con que hubieras aprendido a llevar despejado en todo momento el brazo derecho y la mano, libres de estorbos. Con lupa, que es una metáfora de imaginación, debajo leí que escribí que te convertías en madura cuando tenías la mano derecha libre para poder anotar lo que hiciera falta o para poder protegerte si te atacaban. ƑQuién te iba a tacar, niña? ƑY te ibas a poder proteger, defender? Pobre de ti. Para experimentar, apoyé la palma de la mano derecha contra el vidrio de la ventana del salón de clases de otro colegio, en un segundo piso, mientras el profesor de fonética inglesa tocaba guitarra española, hacía vibrar las cuerdas con las yemas de los dedos de la mano derecha, pero controlaba lo demás, en la barra, hacia arriba, con la izquierda, definitivamente. Apoyé con fuerza y el vidrio se estrelló, aunque mi mano no sufrió fracturas ni heridas.

Según la maestra, ser madura era lo mismo que ser comedida. ƑComedida? Sacre bleu! ƑQué significa? "Servicial -dictaba--, cortés, moderada, complaciente". Sonreía, pero olía a rancio. Ƒ De ella aprendí que al madurar una mujer tenía que estar lista para defenderse? ƑQuién la iba a atacar? Si llevaba libre la mano derecha, y hasta el brazo entero, Ƒiba a poder protegerse?

El otro día entré a una tienda de muebles de la mano de mamá, adultas ambas, no sé cuál de las dos madura, pero, en cuanto vi una mecedora, me acerqué a ella y me senté. Tuve que agacharme, porque la banquita era baja, pequeña, parecía japonesa. Entrecerré los ojos para parecer oriental, dispuesta a mecerme. A lo lejos, la voz de mamá, que preguntaba al vendedor si tenía una cuna sin pies o moisés, me arrullaba. "šHabla, mamá", murmuraba yo mientras me mecía cuando, de pronto, el asiento tronó y me di un sentón. "šAy!", habré exclamado; "šAy de mí!"

Se acercó el vendedor, la mano extendida. ƑLe pregunto o me pregunta? Cada uno dudaba de la candidez o falta de astucia del cuestionamiento del otro, pero, Ƒpor qué se rompió la mecedora?, sólo tuvo una respuesta: "Es un revistero, señora". Tiró de mi mano derecha; me levanté; recuperé la compostura.

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