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México D.F. Domingo 1 de junio de 2003

Carlos Bonfil

Todo o nada

El realizador británico Mike Leigh, favorito de cine clubes y festivales de cine, ganador de la Palma de Oro de Cannes, en 1996, por su estupenda Secretos y mentiras (Secrets and lies), autor también de La vida es dulce (Life is sweet, 1990) y Desnudo (Naked, 1993), ofrece en su reciente Todo o nada (All or nothing, 2002), una de sus obras más depuradas, y posiblemente la más sombría. Luego de Topsy-turvy (1999), extravagante recorrido musical por la biografía de dos compositores de operetas, Gilbert y Sullivan, el director regresa a los temas de sus primeras realizaciones, a sus retratos de familia, a la crónica mordaz de la vida cotidiana londinense y a la exploración de las neurosis y frustraciones en el ámbito doméstico. Es una lástima y un indicador del estado actual de la cinefilia en nuestro país, que al cabo de dos semanas de exhibición, Todo o nada pase prácticamente desapercibida y sobreviva apenas en dos salas capitalinas.

Almas muertas. El formidable actor inglés Timothy Spall caracteriza aquí a Phil Bassett, un taxista londinense, apático y deprimido, instalado en el desencanto y el recelo. Su filosofía es parca: "Trabajas todo el día, duermes toda la noche, y al final mueres". Su esposa, una mujer alguna vez hermosa, es hoy un depósito inagotable de recriminaciones domésticas, y los dos hijos del matrimonio padecen simultáneamente obesidad y hartazgo existencial. Uno es desempleado crónico, adicto a la televisión, e irascible distribuidor de insultos, mientras su hermana atiende indolentemente a los ancianos de un asilo. El panorama no puede ser más sombrío. El estado anímico de los hijos sugiere una fatalidad genética, y las faenas laborales una opción apenas menos deprimente que el propio desempleo.

En su segunda película, High hopes, de 1988, Leigh enderezaba una crítica muy ácida a la política neoliberal de Margaret Thatcher; 14 años después, el universo familiar de Todo o nada refleja el mismo desencanto, y la mirada del realizador mantiene la vieja ironía. Algo ha cambiado, sin embargo. Hacia la segunda mitad de la cinta, un episodio dramático afecta a Rory Bassett, el hijo obeso, y trastorna de paso las rutinas familiares y la estructura misma de la historia. A partir de este momento, los personajes centrales ganan en complejidad, y los vecinos en la unidad habitacional participan también del drama, cobrando ellos mismos vida, humanizándose en lo posible. La cinta se encamina entonces, si no a un desenlace luminoso, al menos sí a una visión mucho más generosa por las vías del melodrama social. Mike Leigh es ante todo un observador muy sensible del comportamiento humano; recuérdese en Secretos y mentiras los sentimientos encontrados de Cynthia (estupenda Brenda Blethyn), al descubrir la existencia de una hija suya de raza negra, y el memorable encuentro de ambas. O en Career girls (1997), el balance de fracasos amorosos y la vanidad del éxito profesional en la experiencia de dos amigas que se vuelven a encontrar luego de una separación de 10 años. En Todo y nada, las vivencias de la familia Bassett tienen como contrapunto las rutinas de otras dos familias, una informal (madre soltera con una hija aficionada al karaoke), y la otra, en disfunción absoluta -un padre atosigado por el alcoholismo de la esposa y la ninfomanía incipiente de la hija. Como lo señalara un crítico estadunidense, en la cinta de Leigh asistimos a una verdadera "galería de almas muertas". Tal vez sea este panorama desangelado y gris lo que desanima a muchos de los espectadores de esta película, retrato social sin concesiones; tal vez se antoje demasiado pesimista la imagen de esta Inglaterra laborista apenas distinguible del arrogante conservadurismo de décadas pasadas. Lo cierto es que entre las paradojas de este melodrama doméstico, sobresale, con una sutileza inesperada, el retrato de Phil Bassett, un hombre al que una experiencia límite le hace reconsiderar toda su existencia, el mundo que le rodea, y la calidad de los afectos posibles. En la medida en que el espectador consigue participar de esta experiencia, la cinta cobra su mejor significación y trascendencia. El talento de Mike Leigh consiste precisamente en saber propiciar encuentros semejantes.

Todo o nada se exhibe esta semana en los Cinemex Manacar y Legaria.

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