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México D.F. Domingo 1 de junio de 2003

Rolando Cordera Campos

¿Sin novedad?

Tocó esta vez a Lorenzo Servitje dar la voz de alarma, como lo ha hecho en repetidas ocasiones otro poderoso empresario mexicano, Carlos Slim: no puede hablarse de éxito o estabilidad, o de entrada en las grandes ligas, con un país cruzado por la pobreza y la desigualdad, y con su capacidad de expansión permanentemente maniatada por una obsesión patológica por cumplir con un decálogo del buen comportamiento económico internacional en el que prácticamente nadie cree más.

Dijo Servitje que en México no hay rumbo ni actividad, ni decisión, y consideró "una vergüenza que México esté entre los países con más pobreza y desigualdad, mientras las autoridades se jactan de la estabilidad macroeconómica y de que México es la novena economía mundial (...) En nuestro país no estamos creciendo. Nuestras autoridades, Hacienda y el Banco de México, se preocupan de que el balance de cuentas esté bien, pero el estado de resultados está mal: no tenemos ingresos suficientes para los tremendos egresos que se hacen necesarios. Es indispensable que se resuelva la bajísima recaudación (...) Hemos estado muy preocupados por la inflación -agregó el empresario-, pero nos estamos acercando al umbral de la deflación, y si entramos a ese punto sí que será difícil salir. No creo que nuestra política sea la correcta en estos momentos. Somos la novena economía mundial, pero la 55 en competitividad. Algo anda mal" (La Jornada, 30/05/03, p.24. Nota de David Zúñiga).

Los datos, las cifras y los testimonios de los viajeros lo atestiguan: algo, en efecto, anda mal, porque el empleo no alcanza, las exportaciones apenas se mueven y el mercado interno, recientemente descubierto por el presidente Fox, languidece por la caída en el consumo doméstico y el pasmo de la inversión. Si acaso tiene una virtud el desempleo real que México sufre desde hace mucho como enfermedad crónica: que quienes huyen de él y se atreven a cruzar el río o el desierto envían cada vez más remesas a pueblos y familiares que con eso se las arreglan para irla llevando. Qué vergüenza, otra vez, que a medida que corren los días la ahora principal fuente individual de divisas para el país y de ingresos para regiones y mexicanos sea la que se origina en la incapacidad de México para darle a sus hijos un empleo bueno y seguro. Sin duda andamos mal.

Pero la divisa del gobierno y, en particular, de la Secretaría de Hacienda es que nada pasa que sea digno de anotar, mucho menos que lleve a pensar que haya que cambiar el rumbo o por lo menos a darle al timón un pequeño golpe. Todo anda tan bien para Hacienda, que en público los funcionarios encargados de la conducción económica nacional se disputan la palabra y se corrigen y vuelven a enmendar, y todo por unas cuantas décimas de punto de un crecimiento en cuyas metas oficiales nadie cree. Divertimento tecnocrático, dirán algunos, pero también síntoma peligroso de una puerilidad inaceptable en servidores públicos de elevada responsabilidad...y emolumentos. Y lo más lamentable es que esta actitud hacia lo que importa y daña a todos parece ser compartida por partidos y legisladores, que guardan silencio o hacen graciosos mutis cuando de discutir sobre economía política se trata.

Si en verdad, como se nos insiste ahora que las marchas dejan su lugar a las comitivas, las cosas empiezan a apuntar para bien en la política, y partidos, gobernantes y testigos del gran capital se pasean del brazo y por la calle para celebrar la posibilidad de un entendimiento en aras de un interés general recién descubierto, bien haría la República en aprestarse a pensar a fondo en lo que importa y disponerse a arriesgar por primera vez en décadas, en favor de la gran empresa olvidada o siempre pospuesta, a recuperar el crecimiento y trazar una nueva ruta para el desarrollo social de México. Con qué hacerlo siempre ha habido, aunque los huecos sean hoy ostentosos en la lastimosa recaudación fiscal y el receso imperdonable en el crédito. El por qué intentarlo debería estar a la vista de todos, en especial de quienes concurren hoy a la difícil misión de gobernar democráticamente una sociedad partida y golpeada, y un Estado sometido a la más cruel e irracional operación de achicamiento de que haya memoria. Deberíamos ponernos de acuerdo ya, hoy, para traer a tierra de indios la novedad del desarrollo. Insistir en el vamos bien porque nada pasa es equivalente a entonar la balada del suicida.

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