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México D.F. Domingo 1 de junio de 2003

Guillermo Almeyra

Francia: el choque de dos visiones de la vida

En Francia (y en Alemania) comienzan a enfrentarse dos visiones sociales contrapuestas: por un lado, la que considera que el ser humano debe estar sometido en todo a la necesidad y a la imposición del capital, y por otro la del trabajador que, aunque obligado a vender su fuerza de trabajo durante determinado tiempo, se niega a perder su integridad e independencia. En la lucha contra la reducción del monto de las jubilaciones y pensiones, y contra el alargamiento de la edad para jubilarse, se concentra este enfrentamiento entre la visión utilitarista y deshumanizada del capital y la visión moral de la economía que tienen los trabajadores.

Porque la jubilación no es sólo salario diferido, pagado posteriormente. Por consiguiente, es injusto e inmoral reducir un salario ya ganado años atrás, expropiar ahorros del trabajador, realizados para poder financiar su vida cotidiana una vez que ya no esté en condiciones de producir y de seguir ganándose el pan. La jubilación, como el llamado tiempo libre después de la jornada laboral, forma parte además de la reproducción de la fuerza de trabajo social. Alargar cada vez más la vida de productor al servicio del capital y acortar cada vez más el tiempo de vida que le queda al trabajador para poder disfrutar su tiempo libre, recuperando su vida social o desarrollando intereses que el trabajo le reprimía, equivale a empobrecer la calidad de la vida y el uso social de la capacidad técnica, cultural y política de los ancianos, considerando a quienes han dejado de tener una capacidad productiva óptima para el capital simples desechos humanos a quienes se recortan sus derechos y, cuando mucho, se les da alguna caridad para que no afeen las calles muriendo en ellas. En la jubilación se cristaliza también la solidaridad entre jóvenes y ancianos, que es precapitalista, y la visión colectiva de la sociedad como un único cuerpo que no está sometido simplemente a la férula del capital, pues hay que dar educación y protección al niño (que aún no es productivo), atender a los enfermos (que por lo menos momentáneamente no lo son) y sostener a los ancianos (que dejaron de serlo, pero no han perdido en nada su capacidad de aportar en cultura y experiencia para la construcción del futuro colectivo). Esa visión es la que el capitalismo niega, pues para el mismo lo fundamental es la capacidad de producir plusvalía y, por consiguiente, ganancia para el explotador, que es presentado como empleador, casi como benefactor. Pagar la educación pública -la formación de la niñez y de la ciudadanía-, sostener los servicios de asistencia pública y pagar un sistema de jubilaciones y pensiones es para el capital un despilfarro, porque quita fondos para la producción, y algo inmoral, porque mantiene a gente, deformando el libre juego del mercado que debería excluirla.

Si el capital, históricamente, se ha visto obligado a soportar esas "abominaciones", es por la lucha de los trabajadores que le impusieron, con duros combates sociales y muchas muertes, la reducción de las jornadas de trabajo y todas las medidas sociales que hoy están siendo erosionadas. Pero en Europa, a diferencia de Estados Unidos y de países dependientes, el movimiento obrero ha ido construyendo su visión de civilización y moral durante siglos, desde las corporaciones de artesanos, y no está dispuesto a abandonar tan fácilmente lo que forma parte de su cultura, de su identidad. Aún menos cuando la población envejece y la economía es rica y podría sostener sin problemas, reduciendo el margen de ganancias de los monopolios, la "jubilación de ciudadanía", que garantice a todas las personas un ingreso durante una vejez no productiva suficientemente larga como para poder aprender nuevas cosas, viajar, elevar su cultura, aportar trabajos voluntarios, etcétera. Por eso la intención de tocar las jubilaciones lleva de inmediato a la huelga general, a un enfrentamiento político entre trabajo y capital.

El problema de fondo que trata de dirimirse en las calles es si uno se ve obligado a trabajar para vivir, con la esperanza de gozar después del trabajo, o si se vive sólo para trabajar, como apéndice de las máquinas, esclavo del capital, limón que una vez exprimido va a la basura.

Europa, para competir con el poder hegemónico de Estados Unidos, debe hoy invertir en tecnología y armas. Ahora bien, para el capital no es posible producir cañones y simultáneamente asegurar cultura y dar mantequilla. Su elección es clara: si antes ampliaba en Europa su mercado interno pagando salarios indirectos o diferidos, ahora los ataca para enfrentar la guerra con Estados Unidos, inclusive al riesgo de una guerra contra sus trabajadores (que están debilitados y divididos por el simple hecho de que casi un tercio carece de todo derecho social o cívico porque son inmigrantes). Los ataques contra las pensiones y jubilaciones en América Latina empezaron con el sistema chileno, siguieron en Argentina y después de las elecciones aparecerán sin duda en México. Por eso la lucha de los franceses (y los alemanes) tiene tanta importancia. Le están tratando de rapar las barbas al vecino...

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