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México D.F. Sábado 31 de mayo de 2003
Marcos Roitman Rosenmann
Elecciones y lecciones en España
Existe entre los analistas políticos, lamentablemente quienes más es-criben en los medios de información y por ende más influencia ejercen, la tendencia a valorar todo proceso electoral como un plebiscito a la acción de gobierno. Las categorías para explicar dicha propensión del votante es la emergencia del voto de castigo y el voto útil. Ambos se complementan. Si además el partido o la alianza de partidos en el poder han tomado decisiones políticas contrarias al sentir de la mayoría de la población en el tiempo de descuento, la profecía se cumplirá. En España todo apuntaba en dicha dirección. Los últimos actos del gobierno del Partido Popular hacían prever una derrota más que holgada en las urnas. El Prestige, el decreto de empleo, el apoyo de Aznar a la guerra, todo parecía estar en orden. El triunfo se asignaba al PSOE, pocos dudaban. El cambio era inminente. Otra forma de ser, otra forma de gobernar, así rezaba el eslogan del principal partido de la oposición. Es más, el propio José María Aznar comete un desliz en su presentación posresultados; eufórico al ver como la profecía era derrotada declama: pretendían barrernos del mapa y ahora estamos más fuertes que nunca. Su inconsciente lo traicionaba, ellos también pensaban en esa dirección. Muchos llegaron a establecer un vínculo directo entre manifestarse contra la guerra y el posterior voto de castigo al Partido Popular. Pero no sucedió lo previsto. Si bien es cierto que se han producido varias lecturas de los resultados, destacamos las más relevantes. Para el PSOE sólo cabe una: haber sido la fuerza política más votada superando en más de 200 mil sufragios al Partido Popular y en más de uno por ciento, 34.72 frente a 33.84. En cambio, para el Partido Popular el resultado es cuantitativo en otra dirección: el número de ayuntamientos y comunidades autónomas en las que sigue gobernando. Aznar sentenció: "Hemos ganado las elecciones en 35 de las 52 capitales de provincia y en nueve de las 13 autonomías en las que había elecciones". Todos contentos. Izquierda Unida se mantiene y ello evita traumas en una coalición donde el programa de izquierdas se diluye en favor de una concepción instrumental de captar votos por la vía de la campaña publicitaria.
Pero hay una lectura que no han realizado o no han querido ver los dos grandes partidos con vocación estatal. En estas elecciones si algo estaba en juego era el comportamiento de los electores en el País Vasco. El Partido Popular y el PSOE habían quemado naves en su enfrentamiento contra la iz-quierda abertzale. En boca del presidente de gobierno éstas serían las primeras elecciones libres en Euskadi. La estrategia de ilegalización de Batasuna, la ley de partidos y la decisión de impedir la presentación de las candidaturas de la izquierda abertzale debían ser refrendadas en las urnas. Sin em-bargo, nadie ha querido ver hacia el norte. Allí, el PNV gana con más fuerza, pudiendo sacar conclusiones más que pesimistas desde la óptica del Partido Popular y el PSOE. Resulta estéril la estrategia de incorporar a Batasuna entre las organizaciones terroristas e impedir la presentación de candidatos considerados continuadores de Ba-tasuna. Sin embargo, para salvar la cara se han apresurado a declarar que los votos de Batasuna han sido captados por el PNV e Izquierda Unida. Su análisis no resiste una simple acotación al margen. No se puede confundir sacar más ediles y diputados autonómicos con transferencia de votos. Los escaños a cubrir son los mismos, con o sin la presencia de Batasuna. No hay otra lectura posible. Más aun cuando 150 mil votos, casi 12 por ciento del total emitido, han sido declarado nulos, correspondiéndose con la campaña alentada por Batasuna. La izquierda abertzale votó y no lo hizo por ningún partido, votó nulo.
Por otro lado, más allá de las visiones simplistas que pierden la capacidad explicativa tras los resultados, hay factores que no han entrado a valorarse como una parte importante de la idiosincrasia del elector del siglo XXI. En primer lugar, es falso el carácter de plebiscito de unas elecciones municipales y autonómicas cuya lógica funciona sobre referentes afincados en el conocimiento de los candidatos, donde la persona es valorada desde su círculo más estrecho: el barrio o el municipio. No es extraño que Alberto Ruiz Gallardón sea preferido como alcalde por los madrileños a pesar de ser del Partido Popular, frente a Trinidad Jiménez, una desconocida aterrizada en Madrid. Su talante para el diálogo y su hacer como presidente de la Comunidad de Madrid durante ocho años le han valido el reconocimiento de ser un político de consenso que no se esconde y acepta los retos. La dirección del Partido Popular era consciente de lo que se jugaba en Madrid. El único candidato para vencer era Gallardón. No se equivocaban. Igual sucede con el PSOE o Izquierda Unida en Córdoba y los partidos regionalistas y de presencia autonómica. Se mantienen y ganan donde los candidatos son identificados como iguales por la ciudadanía local y autonómica. En ello consiste el secreto del éxito en unas elecciones municipales. El voto toma la dirección de los afectos, la amistad personal, la cercanía y, desde luego, la imagen y la capacidad publicitaria. En ningún caso se puede pensar en un referéndum consultivo sobre la acción del gobierno central. Aunque siempre hay excepciones.
Tampoco resulta justificable decir que una mayoría de voto indeciso puede dar un vuelco a los pronósticos. En sociedades de economía de mercado el voto no es ideológico-político en su gran mayoría. Hablamos de un voto despolitizado no dubitativo. La transformación de los partidos en objetos de consumo lleva a configurar una estrategia de compra y venta. Es decir, ha-blamos de la posibilidad de adquirir una mercancía cuyo margen para ser digerida es relativamente corta, según duren las campañas. Esta es la diferencia con otros productos menos perecederos en tiempo. Me refiero a las marcas comerciales que durante todo el año pugnan por hacerse con el gusto de los consumidores. En la lógica de la mercadotecnia electoral, los candidatos están sometidos a la dictadura de las empresas publicitarias. Sus ropas, sus discursos, sus risas, sus virtudes y defectos son considerados un producto. La franja del mercado sobre la cual se pretende incidir determina, a la postre, la estrategia de venta electoral. Entre más amplio sea el círculo al que se dirige, más anodino es el discurso. Por ello, en unas elecciones municipales los efectos de un mercado electoral son contrarrestados por el saber directo que poseen los ciudadanos de sus candidatos.
Por último, en España, con estas elecciones, sale a la luz otro problema. Esta vez en el campo de los movimientos antiglobalización y contra la guerra. Su heterogeneidad se resuelve en una desagradable constatación, si nueve de cada 10 españoles estaba contra la guerra y millones salieron a la calle ello no influyó a la hora de votar. Tal vez el sentimiento antibelicista de la población y su rechazo a la ideología de la globalización no sea sino la expresión de un populismo radical donde pueden perfectamente coexistir progresistas de derecha con antimperialistas de izquierda.
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