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México D.F. Viernes 30 de mayo de 2003
PERU: ¿EL OCASO DE TOLEDO?
A
menos de dos años de haber asumido la presidencia peruana, Alejandro
Toledo enfrenta una ingobernabilidad exasperante y un descontento social
generalizado. Ante las movilizaciones de maestros, campesinos, estudiantes
y trabajadores de la salud y del Poder Judicial, el mandatario ha suspendido
las garantías individuales -libertad y seguridad personales, inviolabilidad
del domicilio, libertades de reunión y tránsito- y ha sacado
al ejército de sus cuarteles para que patrulle las calles, reprima
las marchas populares y persiga a los disidentes. Los enfrentamientos entre
los manifestantes y las tropas de choque del régimen produjeron
ayer sus dos primeras víctimas mortales, además de dos decenas
de heridos -algunos graves-, en la suroriental ciudad de Puno. De esta
manera las autoridades de Lima no sólo asumen una postura abiertamente
autoritaria y dictatorial, sino que echan gasolina al fuego del descontento
y siembran motivos adicionales para el repudio popular.
Podría parecer incomprensible que un hombre que
llegó al poder con un amplio respaldo electoral y elevados niveles
de popularidad haya logrado, en menos de dos años de gobierno, un
consenso tan rotundo en su contra. La rápida erosión política
del mandatario no sólo se expresa en los movimientos sociales de
descontento, sino también en indicadores de popularidad cercanos
a 14 por ciento.
Es oportuno recordar que las movilizaciones populares
comenzaron apenas dos meses después de la llegada de Toledo a la
Presidencia, en julio de 2001. A fines de septiembre de ese año,
ante la incapacidad o la falta de voluntad del mandatario para enfrentar
el desempleo, la insuficiencia salarial, la pobreza, la falta de vivienda
y la carencia de servicios de salud, entre otros problemas críticos
del Perú, la Federación Nacional Unificada de Trabajadores
del Sector Salud (FNUTSS) convocó a un primer paro nacional. En
mayo del año pasado se produjo un generalizado movimiento de protesta
ante la terquedad neoliberal de Toledo y su empeño por privatizar
las empresas nacionales de electricidad. Para entonces, siete de cada 10
peruanos consideraban que el titular del Ejecutivo no había cumplido
sus ofertas de campaña, empezando por la de crear empleos. El mandatario
reconoció errores y prometió dar "una nueva dirección
a la política económica". Era una mentira más. Ahora
el mandatario, acorralado por la violencia y la ingobernabilidad, no encuentra
más salida que decretar el estado de excepción, acelerando
de esa forma su aislamiento político.
Cabe señalar que, a diferencia de otros recalcitrantes
neoliberales latinoamericanos (como Salinas, Menem o Zedillo), que impusieron
sus recetas ortodoxas con el respaldo de aparatos corporativos partidistas
y de Estado, y que lograron de esa forma contener, corromper o aislar las
expresiones de descontento populares, Toledo llegó a la Presidencia
sin un apoyo orgánico definido, trepado sólo en la ola de
repudio contra su antecesor Alberto Fujimori. Con ese antecedente, es dudoso
que pueda mantener su política económica neoliberal, a menos
que piense llegar al fin de su mandato -previsto para 2006- sin más
recursos de gobierno que el estado de sitio y las patrullas militares,
o salvo que no le interese terminar su periodo.
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