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México D.F. Viernes 30 de mayo de 2003
Horacio Labastida
Nada está perdido
La lectura del texto de Gore Vidal, publicado por La Jornada (No. 6734) el pasado miércoles, es en verdad un chorro de luz en medio de las tinieblas que cubren al mundo desde los trágicos acontecimientos del 11/9. Y estalló el absurdo. En lugar de que el doloroso drama indujera a la Casa Blanca a enarbolar las banderas clásicas de libertad, igualdad y fraternidad, que simbolizan el llamado universal del hombre a romper con las enajenaciones que le impiden cambiar violencia en paz y felicidad para todos, acatando las exigencias de los núcleos más poderosos del capitalismo multinacional, puso en marcha el militarismo de aniquilamiento de la razón y el bien, con el propósito de acrecentar las ganancias de esas empresas globalizadas e imponer el poder político de la verdad única.
Es cierto que las elites estadunidenses alcanzaron en el ocaso de la Segunda Guerra Mundial (1939-45) un prestigio faraónico al hacer explotar las bombas atómicas primero en Hiroshima y después en Nagasaki, genocidios condenables que para siempre acompañan la memoria de Harry S. Truman, el sucesor de Franklin D. Roosevelt. Mas la amenazante exhibición del arma capaz de arrasar a cualquier oponente no derivó en la supremacía del Tío Sam. Fue indispensable que la Unión Soviética resultara demolida por Mijail Gorbachov y Boris Yeltsin, hacia 1991, para que a partir de los últimos años de la administración Reagan, seguida por las de George Bush padre, William J. Clinton y la actual de George W. Bush hijo, crearan el paradigma de una superpotencia militarizada y ajena, al decidir sus actos e imponerlos a los demás, al derecho internacional vigente y también a los valores morales de la humanidad.
El perfeccionamiento de tal paradigma culminó ahora con la doctrina busheana de la guerra preventiva y el aplastamiento de los pueblos y sus culturas en Afganistán e Irak, acentuándose en este último caso la burla estadunidense que liquidó la dignidad de la Organización de Naciones Unidas. Nada detendrá a Estados Unidos, afirman sus actuales jefes, en el avasallamiento de las naciones mientras tenga el monopolio de las armas de destrucción masiva. Esta es su doctrina sobre el futuro inmediato de la Tierra: un trono unipolar sujeto a la lógica de la acumulación del capital y de la supresión de la inteligencia por la barbarie.
Pero en esa ideología hegemónica hay algo mucho más maligno. No se busca exclusivamente explotar las energías del hombre, no, lo que se quiere es cosificarlo, según la atinada expresión de Jean Paul Sartre (1905-1980), el filósofo francés que declinó el Nobel de Literatura (1964) y denunció el crimen estadunidense escondido en la guerra de Vietnam. Cuando el hombre usa la razón para descubrir la verdad y percibe el bien como fin de la verdad, afirma su humanidad; por el contrario, si separa el bien de la verdad, la razón se degrada al no negar sus propias afirmaciones, y este proceso de exclusión de la negación es lo que arroja al hombre hacia la cosificación. El cenit de lo humano es la negación del estado de cosas existente en nombre del bien.
Ahora volvamos al tema de Gore Vidal. El autor de La ciudad y el pilar (1948) y Lincoln (1984), al juzgar la situación en que hoy vive Estados Unidos hace notar que no obstante el aparato cosificante puesto en marcha -discurso presidencial sobre Estrategia Nacional de Seguridad de Estados Unidos, renuncia del Congreso estadunidense a su facultad sobre declaración de guerra para otorgarla al Ejecutivo, Ley Patriótica de Estados Unidos y proyecto de Ley de Refuerzo de Seguridad Interna, disposiciones que aniquilan los derechos individuales y otorgan a la Casa Blanca las calidades de un dios Marte-, a pesar de todo, la protesta y oposición a la creación de un nuevo poder único, dueño de la verdad única, es real y creciente en el propio Estados Unidos y en el mundo entero. Recuérdese bien.
Las ametralladoras no impiden la grandeza del hombre. Entre nosotros viven con alegría Bolívar, Morelos, Martí, Sandino, Albizu Campos, Lincoln, Lumumba, Luther King, Pedro Fonseca Amador, Che Guevara, Juárez, Arévalo, Salvador Allende, Cárdenas, Belisario Domínguez y otros muchos inmortales que prueban con sus palabras y actos la imposibilidad de cosificar al ser humano. Esto vale por igual hoy, ayer y mañana. Nada está perdido.
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