México D.F. Lunes 26 de mayo de 2003
Buscan a toda costa levantar la prohibición al cultivo y consumo de transgénicos
Trasnacionales cooptan a científicos para que defiendan la biotecnología: experto
ANGELICA ENCISO L.
Las empresas trasnacionales productoras de organismos genéticamente modificados (OGM) están desesperadas porque se abran los mercados para la venta de esos productos, ya que sus inversiones han sido cuantiosas y no han tenido las ganancias previstas. Sin embargo, pese a la restricción en su uso y consumo en algunas regiones, en tan sólo ocho años la superficie cultivada con transgénicos pasó de 1.6 millones de hectáreas a 58 millones.
El rechazo al cultivo de OGM en la Unión Europea, Japón y Brasil ha provocado que esa industria esté en crisis, por ello las presiones para levantar la moratoria y cancelar las prohibiciones en su cultivo y consumo, explicó Peter Rosset, codirector del Instituto para la Alimentación y Políticas de Desarrollo.
En México se cultiva el algodón modificado genéticamente y se hacen pruebas en otros cultivos, mientras que el de maíz transgénico está prohibido.
Para abrirse mercado, las compañías han recurrido a argumentos como la presunta ayuda alimentaria a Africa y a señalar que ante el hecho de que hay contaminación de centros de origen de semillas, no hay justificación para mantener la prohibición de cultivos comerciales de granos.
Más aún, Estados Unidos impulsó hace unos días ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) una demanda contra la Unión Europea para forzarla a que acepte la importación de transgénicos.
Los OGM o transgénicos son productos a los que por medio de la biotecnología se les inserta un gen de una especie diferente con fines que pueden ser desde darles resistencia contra insectos o mayor tiempo de vida en anaquel.
La agrobiotecnología mundial está controlada por cinco empresas: Dupont, Syngenta, Dow, Bayer y Pharmacia-Monsanto. Esta última domina el mercado de semillas, con 91 por ciento del área total mundial dedicada a OGM, según información del grupo ETC. Desarrollan dichos cultivos en campos de Estados Unidos, que cubre 68 por ciento del total; Canadá, que tiene 6 por ciento, y Argentina con 22 por ciento.
Los consumidores de esos alimentos se extienden a lo largo del mundo, y hasta ahora sólo en la Unión Europea es obligatorio que el etiquetado especifique si es alimento transgénico o no. En esa zona se aplicó el principio de precaución, que establece que su uso sólo se dará hasta que se compruebe científicamente que no causa daño a la salud y al medio ambiente, lo cual todavía no se determina.
Se sabe que en las importaciones mexicanas de maíz provenientes de Estados Unidos, que al año equivalen en promedio a 6 millones de toneladas, la tercera parte corresponde a transgénicos, y la soya, de la que el país depende en 90 por ciento de las compras del exterior, también se produce con la agrobiotecnología.
Sólo el comienzo
Las aplicaciones de la biotecnología en la agricultura están en la "infancia", ya que "el rápido crecimiento que se está dando en el estudio de los genomas de plantas y otros organismos transformará la propagación, a medida que se identifiquen más funciones de los genes que se van descubriendo", sostiene José Luis Solleiro, investigador del Centro de Ciencias Aplicadas y Desarrollo Tecnológico de la Universidad Nacional Autónoma de México.
El especialista detalla que se pueden utilizar productos agrícolas mejorados en cuanto a su composición de aceites y fibras; incrementar el contenido de vitaminas o minerales específicos; mejorar el volumen de aminoácidos esenciales; aumentar su vida de anaquel y hacer innecesario el uso de aditivos para su procesamiento.
Sin embargo, el interés de las empresas que desarrollan esos productos está orientado a productos que se puedan sembrar en grandes áreas, sostiene Peter Rosset. "Les importan los mercados donde los agricultores comerciales adquieran las semillas transgénicas, se vean obligados cada año a su adquisición -con lo que se genera dependencia- y las utilicen en amplias áreas, de forma que vendan grandes cantidades para recuperar su inversión", agrega.
"Las empresas tienen a Estados Unidos como su agente comercial en las negociaciones internacionales; buscan mecanismos para introducir las semillas, ya sea como 'ayuda alimentaria' a Africa, adonde mandan semillas transgénicas, y también lo hacen por la puerta trasera: buscan la contaminación para decir que no hay razón para seguir prohibiendo la entrada de los productos", indica.
La existencia de maíz transgénico en los cultivos tradicionales de la sierra norte de Oaxaca podría ser usado para argumentar que ante esta evidencia ya no se justifica la moratoria para el cultivo de maíz transgénico impuesta desde 1998, y a casi dos años de que se detectó el hecho las autoridades no han adoptado medidas para resolver el problema, menciona el investigador.
Para las compañías de transgénicos, los mercados prioritarios de América Latina son Brasil, por la soya; México, por el maíz, y Argentina, donde ya se siembra con semillas OGM.
"Debido a que la opinión pública no cree en los representantes comerciales, la industria gasta alrededor de 150 millones de dólares al año para financiar a científicos que hablen en favor de los transgénicos. Además de que son las trasnacionales las que pagan las investigaciones en las universidades", asevera.
El dominio del mercado
En Estados Unidos, precisa, es difícil encontrar un biólogo molecular que no tenga financiamiento de una empresa de biotecnología, y los que no cuentan con esos recursos no pueden competir en el mundo científico.
Un ejemplo del dominio del mercado de semillas es que el pasado 6 de mayo la Oficina Europea de Patentes en Munich refrendó a Monsanto la "patente de especie" de semillas de soya transgénica, que significa el monopolio sobre todas las variedades de soya modificada genéticamente, sin tomar en cuenta los genes utilizados ni la técnica empleada, reporta el grupo ETC.
Señala que esto sienta precedente para que cualquier otra empresa pretenda tener un control igual de amplio sobre otro tipo de semillas y el "monopolio de elementos de la naturaleza".
Una salida a esta situación sería revertir las patentes sobre la vida, indica Peter Rosset. "El día que se quiten las patentes, las industrias perderán el interés sobre los transgénicos. La industria biotecnológica está en crisis, la inversión se les evapora rápidamente y de un día para otro puede desaparecer; por eso se deben mantener firmes las prohibiciones a la extensión de esos cultivos", sostiene.
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