México D.F. Lunes 26 de mayo de 2003
Luis Martínez
Automoribundia mexicana
Fue Gómez de la Serna el primero que utilizó esta extraña palabra, que recientemente ha puesto en circulación el académico Juan Luis Cebrián en su nueva novela que trata de la transición española, y yo quiero dedicar este espacio a la transición mexicana que pareciera haber sido víctima de algún maleficio: está como petrificada.
Hoy sobreviven dos modelos de país. Dos Méxicos que viven juntos. Tenemos un gobierno con el rostro volteado hacia sus espaldas, que vive en los ritos y en los mitos de un tiempo fenecido y un nuevo México: el de los jóvenes, que desea ser impulsado a una modernización. Una sociedad germinal que quiere potenciar sus vitalidades. Este es el hecho definitorio que guarda la transición mexicana.
Al revisar nuestra transición advertimos que está marcada por señales encontradas, lo que prevalece es la confusión, el derrumbamiento de valores, las irresoluciones políticas y las angustias nacionales. Lo primero que ha marcado o ha definido a nuestra transición, ha sido la incapacidad para asumir la urgencia de las reformas constitucionales, que promovieran lo que pomposamente hemos llamado la reforma del Estado. ƑQué fue lo que pasó? Lo que se advierte es que ni el Congreso ni el jefe del Ejecutivo dieron prioridad a este tema fundamental, y el resultado fue que el régimen quedó anclado en el antiguo orden jurídico. No se pudo dar el cambio estructural, lo que se dio fue un cambio cosmético de hombres y de partidos políticos, y, si se me permite un símil, el gobierno actual quedó montado en una bicicleta de fibra de carbono, pero sin cadena.
El otro ingrediente es el de un gobierno dividido que aún no logra encauzar sus objetivos, exceptuando la política social en donde se ha dado una continuidad a programas sustantivos contra la pobreza, pero lo que prevalece en el ambiente de la opinión pública son emociones antagónicas que carecen de orientación para alcanzar propósitos comunes.
En otro orden, las tres grandes fuerzas políticas definidas están obligadas a legislar para dinamizar las estructuras sociales y no dejar que el porvenir quede a la deriva y se construya en el aparente desinterés y en la apatía, porque lo único que la sociedad conoce hoy son los escándalos del Pemexgate y de los Amigos de Fox y lo que resulta una falta de orientación política que defina las políticas públicas, que estas tres grandes fuerzas (PRI, PAN, PRD) defienden. Propiamente el clima político es estéril y los partidos viven al día huérfanos de una visión de conjunto y en el cortoplacismo, lo cual equivale a no vivir en plenitud política. De suerte que esos tres partidos parecieran enemigos de sí mismos, abandonados a sus propias rutinas y vegetando dentro de su vida convencional.
ƑPero cuál podría ser una nueva política? En forma por demás temeraria pienso que habría que partir de este hecho: casi todo cuanto ocupa la superficie del México del siglo xx está muerto o debe morir. No se necesita criticar lo que no funciona. Lo que está muerto son criterios, rituales, ordenamientos, reglamentos, leyes secundarias, el centralismo y desde luego lo que hoy resulta obsoleto en la Constitución de 1917. Lo que está muerto debe ir al camposanto de la historia.
Pero la transición requiere que los tres grandes partidos se involucren en un cambio estructural. No hay partidos buenos ni partidos malos. No hay que otorgar credibilidad a quienes definen el mundo entre buenos y malos, lo que hay son políticas públicas que pueden ser buenas o malas para el país. Los partidos y los hombres -lo sabemos por nuestra propia experiencia histórica- se corrompen muchas veces por las convenciones establecidas, por las leyes y por el mismo poder.
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