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México D.F. Lunes 26 de mayo de 2003
León Bendesky
Fatalidad
La marcha del país está marcada por la fatalidad. Esa no es una buena fórmula para la existencia social, sobre todo cuando proviene de la visión que el gobierno mismo proyecta, y con ello incurre en una clara contradicción dado el objetivo que el presidente Fox persigue de manera expresa: promover el optimismo. Contradicciones hay muchas en este gobierno: entre lo que dice y hace, lo que quiere y puede; lo que persigue y alcanza.
A México no le han faltado periodos de fatalidad, nuestra historia está llena de ellos. Pero es distinto cuando surge desde el poder político y económico como la imagen dominante en una sociedad que ha perdido su dinamismo y rebajado sus condiciones de existencia. Aquí se han ido reduciendo de manera constante los espacios para superar las restricciones económicas que se imponen desde afuera y se validan con las pautas de la gestión interna, pero también con el ejercicio mismo del poder político. En el gobierno y los partidos, en las cúpulas del dinero y en buena parte de las organizaciones sociales la práctica del poder está sumamente degradada.
Hoy se ha puesto de moda aceptar, como si fuese algo normal y no una verdadera confesión de culpa, que la suerte de la economía mexicana está completamente ligada a la evolución de la estadunidense. Sólo se requiere dar seguimiento a la prensa para advertir que poco debe esperarse por esa vía, puesto que allá el crecimiento será bastante bajo este año: alrededor de 2.2 por ciento. También conviene revisar la experiencia de 2002, cuando el registro del aumento del producto en México estuvo muy por debajo de la meta oficial, a pesar de que la economía de Estados Unidos creció más de lo previsto.
Por extensión, y en el marco de ese famélico discurso político, puede entenderse que esa suerte simbiótica abarca a la nación en su conjunto. No nos salva, por supuesto, definirnos como "país de desarrollo medio", término recientemente acuñado en Perú que no puede cambiar nuestra condición y sólo recuerda el cuento del ropaje del emperador, quien en realidad marchaba desnudo ante sus súbditos.
Si se acepta la fatalidad que repiten todos de manera pública sobre las estrechas posibilidades de esta economía, caen por su propio peso (que no es grande, por cierto) muchos de los programas que sucesivamente anuncia el gobierno para alentar la actividad productiva.
Esta economía no tiene las condiciones para superar su estancamiento crónico, y ése debería ser el punto de referencia para proponer y aplicar medidas que amplíen los márgenes de acción y alienten el crecimiento. Pero en vez de eso la fatalidad persiste como única oferta real. El Banco de México reitera que la expansión económica de este año será muy reducida, muy por debajo de las previsiones oficiales de 3 por ciento de crecimiento del producto. Mientras tanto, se mantienen las restricciones monetarias y fiscales para conseguir la estabilidad de los precios y controlar la penuria fiscal. Esta es otra de las contradicciones de la manera en que se administra la economía mexicana: la estabilidad sin crecimiento es sólo un triunfo parcial, sobre todo cuando ese resultado no se conecta con el objetivo básico que es crecer.
Entre Hacienda y Banxico no hay discrepancias verdaderas acerca del diagnóstico o la manera de conducir a la economía. Son las mismas visiones, los mismos intereses, las mismas historias, las mismas personas que van de una a otra parte, incluyendo el sector privado, y lo han hecho durante muchos años. No hace falta ser experto en genealogía para hacer el árbol de familia del sector financiero del país, en el gobierno y los bancos, con todas las líneas de parentesco hasta grados bastante remotos. Lo que no se sabe es si esa versión de país es la misma del Presidente o si está obligado a aceptarla.
No sorprende ahora que se insista, aun con gesto de fastidio, en dejar de lado la controversia sobre el Fobaproa que, según algún alto funcionario del sector, ya que sólo sirven para frenar el paso de la reconstrucción de la economía. Eso es falso. El Fobaproa, como se hace cada vez más evidente, es uno de los golpes más duros que se ha dado a esta economía en muchas décadas, por su efecto devastador en la estructura y el funcionamiento del sistema financiero, así como por las repercusiones sobre la planta productiva, el empleo y la infraestructura nacional. Aprovechando el entorno de fatalidad que prevalece y la falta de claridad de los mecanismos de operación de aquel fondo se trata de echarle tierra encima y pasar a otras cosas. Es muy posible que consigan ese fin. Ese es uno de los peligros del estado de nuestro pensamiento sobre el país y de la forma en que se le conduce. La fatalidad se incrusta como modo de vida y de ahí pueden desatarse procesos que aún quisiéramos pensar que no sería posible que ocurrieran en México
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