México D.F. Domingo 25 de mayo de 2003
Las víctimas, protagonistas de la intifada
de 1991 contra Hussein: investigador
Hallan en Irak nueva fosa con cientos de cuerpos de
musulmanes chiítas
La rebelión habría triunfado si Washington
no hubiera interferido, dice Riad Abdul Emir
ROBERT FISK THE INDEPENDENT
Noufer Safa, Irak Central, 24 de mayo. Cada nuevo
entierro masivo proporciona una nueva probada de maldad, una minúscula
adición a la crueldad. Este día, en el desierto gris y calcinado
al oeste del río Tigris, el símbolo del régimen de
Saddam Hussein fueron una reluciente varilla de acero entre un montón
de huesos parduscos y un jirón de tela co-rriente: una prótesis
de cadera.
Un sepulturero dio un golpecito en la pierna del cuerpo
en descomposición que estaba al lado de ella; hubo un sonido hue-co,
fantasmal. El hombre asesinado tenía una pierna de madera. El día
que los mataron, estos hombres eran pacientes de un hospital. El cuerpo
número 73 -los enterradores los numeraron conforme los fueron descubriendo-
traía incluso una etiqueta del nosocomio adherida a un hueso.
Si aún traían documentos de identificación
-y a los verdugos de Saddam no les importaban mucho esos detalles- escribían
sus nombres con crayón en las mortajas blancas con que envolvieron
los restos. Así fue como las vidas de estos hombres fueron reveladas
por manos extrañas.
"Abdul Jalil Kamel Bader -decía en un pequeño
montón de huesos, cabellos y carne en descomposición-. Estudiante
del Colegio Educativo de la Universidad de Kufa, Departamento de Arte."
En las mortajas yacían más de 80 de ellos,
como ovejas muertas bajo el sol del mediodía. Otros estaban colocados
en hileras, 470 según el recuento más reciente, en el estadio
escolar de basquetbol en Mutayeb, la aldea miserable al lado del Tigris
donde hace 12 años todos ellos, musulmanes chiítas, obedecieron
la orden de Hussein Ka-mel, yerno de Saddam, de congregarse para realizar
"una junta".
Cada hombre de más de 17 años de edad tenía
que estar allí, y las pocas mujeres que los observaron reunirse
por miles dijeron que por lo menos 40 camiones los esperaban la primera
noche, el 5 de marzo de 1991.
La intifada de los musulmanes chiítas contra
Saddam -que George Bush padre alentó con entusiasmo después
de la liberación de Kuwait- acababa entonces de ser aplastada. Los
verdugos esperaban en los mataderos del desierto, en Noufer Safa, nombre
que significa "playa de rocas".
Muchos de los muertos recién descubiertos aún
tenían las manos -o algunos huesos de las manos- atadas a la espalda.
Así estaba amarrado Ahmed Kadum Rassoul, al igual
que Rada Mohamed Hamza, procedente de Hilla, Alí Hassouni Alwán
e Ibrahim Abdul Sader. También un hombre no identificado "que llevaba
ropa militar verde oscura y hombreras", obviamente de-sertor del ejército,
que había tomado las armas con la revuelta chiíta.
Matanza ordenada y rutinaria
"Hay
muchos otros sitios por aquí -me dijo en tono de cansancio un granjero
que ayudaba en la excavación-. Algunos oímos los disparos
en ese tiempo y vimos el bulldozer. Todo fue muy ordenado, muy rutinario.
Nos dijeron que si alguien hablaba de eso moriría de inmediato."
Señaló la tierra hacia el sur, donde se
veían los montículos dejados por los bulldozers cuando
terminaron su tarea, y sólo entonces la verdad se volvió
evidente. Allí fueron asesinados miles.
Una vez que una fosa común se cerraba, los matones
de Saddam simplemente cavaban otra. Uno se imagina un orificio en la nuca.
Pero a medida que los aldeanos iraquíes quitaban la hierba del suelo
gris del desierto que cubría la tumba, las cabezas que aparecían
estaban rajadas, pues la bala había partido cada cráneo.
No se crea tampoco que la tierra entregó a los
muertos con tanta facilidad. Un sepulturero estuvo golpeando durante minutos
una gran roca hasta que de pronto cedió y entonces saltaron hacia
él un cráneo con cabello oscuro y una camisa de la que cayeron
varios huesos al suelo.
Un puñado de soldados estadunidenses, un oficial
de los rangers, dos científicos forenses británicos
y un hombre de la agencia USAID con ínfulas de jefe observaban las
exhumaciones. El suelo estaba tapizado de baratas sandalias de plástico
y a veces mechones de pelo, como rizos de niños en el piso de una
peluquería.
Muchos de los cuerpos estaban en batas de casa, la ropa
que debían haber llevado cuando les ordenaron salir de sus hogares.
Otro cuerpo tenía un reloj de pulsera cuyo fechador se detuvo el
9 de marzo: estuvo trabajando todavía cinco días más
en la muñeca de su dueño asesinado.
Pero los entierros en masa son asuntos políticos,
además de criminales. Hussein Kamel, yerno de Saddam -el hombre
que ordenó la masacre- es el mismo que voló hacia Jordania
y reveló los secretos ira-quíes sobre armas químicas.
Antes de que con engaños se le atrajera de nuevo
a Irak -para ser asesinado por Saddam, por supuesto-, Kamel contó
a la Agencia Central de Ingeliencia lo que sabía de las armas químicas
iraquíes. ¿Hablaría también de esto, de los
mataderos en el desierto, de la suerte que corrieron los hombres
de Mutayeb?
En el estadio infantil las mortajas estaban formadas en
hileras militares. Apenas poco más de 170 víctimas han sido
identificadas sin lugar a dudas.
"Estas personas son las víctimas de Saddam", señaló
Riad Abdul Emir, uno de los investigadores del entierro masivo, mientras
caminaba lentamente entre las hileras de muertos.
"Pero también son víctimas de los regímenes
árabes que cooperaron con Saddam, y de Occidente que lo apoyó,
porque nuestra intifada de 1991 habría triunfado si no hubiera
sido por la interferencia del gobierno estadunidense. Dejó que Saddam
hiciera esto, porque en ese tiempo le convenía."
La presencia de ocho cuerpos de egipcios -al parecer camioneros
que trabajaban en Irak y que tal vez trataron de combatir del lado chiíta
o bien simplemente fueron sacados de prisión en los primeros días
del le-vantamiento- indicó que es probable que pronto se encuentren
otros extranjeros.
¿Dónde, por ejemplo, están los más
de 600 prisioneros kuwaitíes que nunca regresaron de Irak en 1991?
Mohamed Ahmed buscaba en vano entre los cadáveres los restos de
su hermano. "Estas personas tenían derechos", dijo. "Pero, ¿cómo
podemos ga-rantizar que se les respeten?"
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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