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México D.F. Jueves 22 de mayo de 2003
Leonardo García Tsao
Cannes 2003
La competencia toca fondo
Cannes. Hay que hacerle justicia a los demás directores en la competencia. Por muy fallidas que hayan sido sus realizaciones, ninguna se acerca al abismo de nulidad explorado por el actor Vincent Gallo en The brown bunny (El conejito pardo), su segunda película como realizador. Gallo desempeña además las funciones de productor, guionista, fotógrafo, editor y protagonista, pero no se empiece a pensar en un nuevo autor total.
En un despliegue impúdico de narcisismo, la película se centra en un motociclista de carreras que viaja en su camioneta de New Hampshire a California, atormentado por un amor perdido. En una especie de road movie en primera persona, Gallo nos somete a interminables tomas de viaje por carretera, detrás de un parabrisas manchado por restos de insectos, alternadas con vistas detalladas del hombre en actividades tan cotidianas como el baño o el lavado de su vehículo, donde es evidente su sufrimiento. Tras hora y media de ese recorrido en lo que parece tiempo real, Gallo llega a su destino en busca de Daisy (Chloe Sevigny), la mujer de su vida. Ella aparece para pedir perdón y administrarle un acto de sexo oral de los que sólo se ven con igual regodeo en un producto porno. Ese detalle será obviamente por el que la película, si llega a estrenarse, será recordada y tendrá su breve success d'escandale.
Que el desaseado cineasta quiera demostrar su amor por sí mismo con tanto detalle, muy su derecho. Lo inexplicable es que el festival más prestigioso del mundo lo seleccione para la competencia. Tal vez, sea un acto maquiavélico de los programadores para vengarse de la industria que los ha ninguneado. Ante la tontería de las "papas de la libertad", esto puede ser un intento por establecer el término "churros a la americana".
Después de tocar fondo con The brown bunny, las demás películas en concurso parecen mejores por puro contraste. Esa quizá sea la razón por la cual Les invasions barbares (Las invasiones bárbaras), del franco-canadiense Denys Arcand, ha suscitado tanto entusiasmo. Recuperando a los mismos personajes de su sobrestimada La decadencia del imperio americano (1986), el realizador describe cómo uno de ellos agoniza de una enfermedad mortal, mientras su noble hijo yuppie organiza todo para que la experiencia sea lo menos dolorosa posible, con la presencia de sus seres queridos.
Por supuesto, todo es un pretexto para una sucesión de escenas discursivas, en las que el protagonista y sus amigos comentan sobre el estado actual de las cosas, con la ironía de una editorial humorística, dentro de la filosofía del lugar común. Pero como Les invasions barbares complace con sus buenos sentimientos (y malas actuaciones), no sería raro que el jurado le otorgara algún premio. La película cosechó una larga ovación al terminar su función matutina.
Si bien el festival se ha instalado en el ambiente de sosa tranquilidad -a pesar de un estado de alerta color naranja- el mercado sí se ha visto tan activo como de costumbre. El personal encargado del stand del Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine), compartido con el cine cubano y el argentino, ha reportado bastante interés en lo nuevo del cine mexicano, sobre todo en cuanto a festivales. Este era el momento para aprovechar el empuje publicitario del Oscar y demás reconocimientos. Pero el producto de calidad, salvo los documentales, es demasiado escaso.
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