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México D.F. Jueves 22 de mayo de 2003
Olga Harmony
Más arriba... el cielo
El teatro regional, tan importante para que nos conozcamos los unos a los otros en este país de contrastes (y para que el público de la región tratada se reconozca en habla y modos) se conserva en algunos lugares de la República. Es muy estudiado el de Yucatán, que a mi modo de ver consiste sólo en anécdotas y chistes muy de almanaque, pero que es amadísimo por los yucatecos. En otras partes, como en la frontera norte, la denuncia del narcotráfico y sobre todo de la suerte de los nacionales que cruzan la frontera sin papeles (y en estos días, ante la muerte de un grupo de indocumentados en un tráiler sellado, es imposible no recordar El viaje de los cantores, de Hugo Salcedo, basada en un hecho semejante acontecido años atrás) ha sustituido al regionalismo aunque mantenga algunas constantes de éste.
Del dramaturgo y director sonorense Sergio Galindo yo sólo conocía una farsa muy popular y divertida, Güevos rancheros, y por alguna razón no vi en la Muestra Nacional de Teatro, con sede en Tijuana, Agua pasa por mi casa, parte de una trilogía de la que ahora se presenta en la capital otra obra, Más arriba... el cielo. De lo visto y sabido de él pienso que Galindo es un autor que deliberadamente se refiere a acontecimientos, costumbres y habla de su estado natal, Sonora, sin evitar los contrastes de tono como el habido en la farsa antes mencionada y este nuevo texto, impregnado de melancolía. Es por decisión propia, un dramaturgo que hace teatro regional.
Más arriba... el cielo está basada en un hecho real, la desaparición de varios pueblos serranos al ser inundados para dar lugar a la presa Plutarco Elías Calles. La resistencia de los viejos a abandonar casa y campo en aras del progreso (''Ƒ'Onde chingaos está el progreso?" dirá en un momento Fortunato) es un tema ya tratado, inclusive en alguna antigua película soviética, pero en nuestro medio el tema obtiene visos casi políticos, dado el frecuente incumplimiento de las autoridades con los campesinos, como el mismo Fortunato recuerda de sus pleitos por una indemnización, y la ignorancia, aunada a una incredulidad casi ancestral en los dichos de las autoridades (''ƑDe 'ónde van a sacar tanta cabrona agua?") que se suma a un auténtico amor por el terruño trabajado por generaciones.
Galindo parte de una anécdota mínima para narrarnos también una de esas entrañables historias de parejas de muchos años, sus rezongos y disputas, pero también su dependencia del uno con el otro y una ternura soterrada pero que florece en los momentos difíciles, más evidente en Fortunato, pero que Altagracia guarda en el fondo y se hace ver en el momento de su rememoración. El título de la obra, con un juego de palabras, es el mismo del vals de los recuerdos amorosos. Se nos ofrecen dos retratos, el de una mujer fuerte y decidida y el de un hombre débil, que oculta su debilidad y su apatía con descargas coléricas plenas de palabras fuertes. Junto a éstas, resulta extraño para quienes somos del centro, escuchar que se les dice ''fierros" a todos los enseres domésticos, y quizá sea el lenguaje lo más rico de la obra de Galindo.
El dramaturgo dirige su obra en dos vertientes, realista en la actuación, expresionista en el uso de los objetos y en ciertos momentos de los actores, como son esos pensamientos de cada uno -chistoso e iracundo el de Fortunato cuando va a fumar su cigarro, tierno el de Altagracia al encontrar el retrato- dados en voz alta como monólogos, con un cambio de luz del iluminador Jesús Maldonado. Si al inicio los muebles están cubiertos por velos, en la escenografía de Roberto Méndez -también responsable del vestuario-, ello nos hace pensar en una casa abandonada, casi fantasmal, como si -pensamos después-, en ese espacio habitaran las ánimas de los protagonistas. Se quitan los velos y vemos apenas lo esencial, cuando en el texto se subraya que es un cuarto lleno de ''fierros", y lo mismo ocurre con los tarros de café va-cíos, pero cuya cucharilla hace ruido al removerlos. Los contrastes se acentúan con efectos de luz y la música original de Rolando Salgado, en este montaje muy propositivo de Sergio Galindo y su Compañía teatral de Sonora, que aquí cuenta con las excelentes actuaciones de Alicia Encinas e Irineo Alvarez.
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