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México D.F. Jueves 22 de mayo de 2003
Adolfo Sánchez Rebolledo
De la política a la provocación
Cuando veo a ciertos hombres públicos en campaña me viene a la cabeza aquel jugador que al iniciar la partida preguntaba a sus adversarios: "ƑNos comportamos como caballeros o como lo que somos?" Con las excepciones y salvedades de cajón, nuestros políticos de palabra se dicen demócratas y civilizados, procuradores del bien común, servidores del interés general, caballeros, pero en cuanto está en juego la promesa de una curul, el gobierno de un estado o la no siempre modesta silla municipal pierden la compostura y se muestran como son: tiburones prestos a la dentellada para lograr sus fines.
Ya lo sabían los clásicos: la política aspira al poder, no a la verdad, por eso hay que amarrarla, contenerla con leyes bajo la mirada vigilante de la sociedad. Si se dejaran al impulso de los simples creativos que las diseñan, las campañas electorales serían un rosario videográfico del mundo dark, la imagen furtiva de los Otros captada en el laberinto de la intimidad acompañada de radiantes promesas incumplibles, la mitificación de un producto que se vende no por lo que es, sino por lo que parece ser.
Es verdad que en la democracia debe gobernar la mayoría, pero el problema, que ya advertía Horkheimer, es saber cómo se forman esas mayorías que un día apoyan una causa humana progresista y al otro al fascismo, si, como ocurre en Estados Unidos, y por imitación en muchas partes, las campañas electorales son un ejercicio puramente instrumental del que se excluye toda clase de objetivos racionales auténticos. Esa es la gran debilidad de la democracia liberal.
Para no ir más lejos, aquí hemos visto cómo en los días recientes la política de los argumentos se sustituye por la lógica de la provocación. En vez de la competencia abierta de los partidos y sus candidatos, lo que tenemos en puerta es una pequeña guerra sucia en la que conjugan intereses facciosos, comerciales y el morbo como actitud esencial de un público acostumbrado a considerar la política como una telenovela de miserias y traiciones. Veamos algunos hechos muy recientes.
Un individuo de dudosa reputación, pero amigo cercano del Presidente, se atreve a decir que el IFE es como la Gestapo. Un alto dirigente del PRI difunde especies calumniosas sobre la autoridad electoral con propósitos inconfesables, que en nada sirven al establecimiento de un clima de civilidad en el país, y, simultáneamente, los líderes del sindicato de trabajadores del Gobierno del Distrito Federal, pertenecientes a ese mismo partido, toman a la ciudad como rehén en un claro, inocultable intento de golpear políticamente al jefe de Gobierno, cuya popularidad en las encuestas crece como la espuma. Y, por si fuera poco, a este río revuelto se añaden los dos libros sobre Marta Sahagún, cuya intención manifiesta es reventar la imagen de la esposa del Presidente (y al propio Vicente Fox) invadiendo de manera indecorosa la vida privada de la pareja. ƑDe qué se trata?
Este abandono de la política democrática por el golpeteo de intereses es un hecho alarmante, pues al calor de estos signos es obvio reconocer que hay grupos de poder, fuerzas organizadas e informales que se preparan desde ahora no para la batalla de las elecciones de julio próximo, sino para la guerra de 2006, apelando a las peores armas, justo aquellas que por tantos años los mexicanos pretendieron erradicar de la esfera política. El asunto es grave, pues si todo se vale, entonces Ƒpara qué queremos democracia, legalidad, debate, si a algunos les basta con aplicar la vieja medicina de la mentira, los métodos de la corrupción y la impunidad?
Naturalmente, si los partidos no reivindican la política como una actividad digna nadie lo hará por ellos y entonces sí (a pesar de las reglas democráticas) viviremos un retroceso cuyo costo será inimaginable.
Los partidos deberían ser los primeros interesados en cuidar la transparencia de la vida pública y los primeros en responder a los intentos de socavar las reglas de convivencia que hemos aceptado. Pero no es así. Prefieren pedir que la justicia se ocupe de los demás, no de ellos mismos. Sigue presente un tufillo autoritario, la idea de que el mejor enemigo es el enemigo muerto, así sea a causa de la degradación moral y no de las balas. No hay en la actividad de los políticos en campaña visión de Estado, sentido de futuro. Viven al día, llevados por la inercia burocrática del pasado o por la novedad que los hace pasar por sabios: la mercadotecnia, la importación de ideas y reflejos del norte, la pasión por lo inocuo que caracteriza al centro "sin ideología".
Se olvidan en la práctica de que la democracia exige respeto a la legalidad, que nadie tiene derecho a calumniar sin recibir el debido castigo, aunque lo afirme torpemente el Presidente. En definitiva, no hay libertades absolutas y todo en la vida tiene límites. La democracia. por ejemplo, obliga a respetar a las organizaciones de los trabajadores, pero ninguna camarilla puede servirse del sindicato para golpear políticamente a sus potenciales adversarios electorales. Ningún candidato o líder de partido, ningún personaje debería poder atacar impunemente con falsedades a sus contrincantes sin rendir cuentas de sus actos. ƑHabrá valientes dispuestos a ponerle el cascabel al gato?
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