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México D.F. Lunes 19 de mayo de 2003

Carlos Fazio

Los nuevos nazis

Bajo la fachada de su guerra al terrorismo, y al igual que Israel en los territorios árabes ocupados, la administración Bush "le está imponiendo al mundo un estado de excepción comparable a la ley de empoderamiento de Hitler de 1933", sostiene el filósofo italiano Giorgio Agamben en alusión a los poderes extraordinarios concedidos por el Congreso al inquilino de la Casa Blanca en septiembre-octubre de 2001.

Agamben no es el único que encuentra cierto tufo nazifascista en la doble política bushista basada en una concentración del poder corporativo en casa y un imperialismo agresivo en ultramar. Algunas voces en Estados Unidos piensan lo mismo. Por ejemplo, Sheldon Wolin, constitucionalista moderado y profesor emérito en ciencias políticas de la Universidad de Princeton.

Según Wolin, autor de un artículo de sugerente título: "Totalitarismo invertido" (The Nation, 19/5/03), la guerra de agresión a Irak "está oscureciendo el cambio de régimen que se está produciendo en la Homeland" (definición de patria utilizada por Bush en oposición maniquea a Foreignland o los territorios de afuera). Para Wolin, en el marco de la contradicción democracia-totalitarismo, Estados Unidos "se está moviendo hacia un régimen totalitario", que se refleja en el uso de un lenguaje con eje en los términos "imperio" y "superpotencia", mismos que "simbolizan con precisión -dice- la proyección del poder estadunidense en el exterior", lo que al mismo tiempo "oscurece" las "consecuencias internas".

Es evidente que el grupo que se apoderó de la Casa Blanca está recurriendo al estado de excepción para encubrir sus verdaderos objetivos de dominio y control local y mundial. Es lo que sugiere Agamben en un artículo publicado por el conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung: "ƑQué sucedería si la mayor potencia militar del mundo entrara en una dinámica de tipo tal (en alusión a la Orden para la protección del pueblo y del Estado que canceló las libertades en la República de Weimar), donde el derecho es suspendido y de manera continua y preventiva es librada la guerra con base en requerimientos de 'seguridad nacional' e 'internacional', y sobre lo cual nadie estaría en posición de juzgar?" (19/4/03).

En febrero-marzo de 1933 Hitler obtuvo poderes dictatoriales para sofocar -valga la redundancia para nada inocente- el "estado de emergencia" con un "estado de excepción". Primero se conculcaron todas las garantías individuales. Luego una reforma constitucional, aprobada con los votos del Partido Obrero Alemán Nacional Socialista y del Partido Católico del Centro, concentró todos los poderes en el Ejecutivo. El estado de excepción fue votado por 441 parlamentarios; 84 socialdemócratas votaron en contra. Se pasó del Estado democrático al totalitario.

En septiembre de 2001, tras los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono en Washington, la californiana Barbara Lee fue la única entre 435 representantes que votó en contra de la legislación que otorgó al presidente Bush autorización para utilizar la fuerza en el marco de la nueva doctrina de Homeland Defense (Defensa de la Patria), que derivaría el 24 de octubre siguiente en la represiva Ley Patriótica que vulnera las garantías individuales.

A partir de allí, el estado de excepción -como dice Agamben- dejó de estar vinculado a una situación de "peligro o emergencia reales"; la administración Bush lo utiliza como una "técnica de gobierno". Sheldon Wolin -veterano en la liberación de Alemania del control nazi- califica al actual gobierno republicano como "un régimen despiadado", de "fanáticos e intolerantes ideológicos", protagonista de lo que ha dado en llamar un "sistema de totalitarismo invertido": que comparte con el nazismo la aspiración de un "poder ilimitado y un expansionismo agresivo, pero cuyos métodos y acciones parecen invertidas".

Entre las "inversiones" que encuentra Wolin, cabe anotar que antes del ascenso de Hilter al poder, "las calles estaban dominadas por pandillas de musculosos totalitarios" (los camisas pardas) y el último resquicio de democracia estaba en el gobierno de Weimar. De manera diferente, hoy en Estados Unidos "las calles están vivas" y "el peligro real yace en un gobierno desatado". Sin limitaciones ni controles. En la Alemania nazi "las grandes empresas estaban subordinadas al régimen político", en tanto que las corporaciones subordinan hoy al gobierno de Washington: es el "poder corporativo" como representante de la dinámica del capitalismo en expansión. La ciencia y la tecnología producen hoy "la pulsión totalizadora" suministrada en el nazismo por "nociones ideológicas como Lebensraum" (espacio vital).

Hitler utilizó los campos de tortura y exterminio para generar "un miedo en las sombras". El objetivo del "terror nazi" era "movilizar" a una población ansiosa, para que se "sacrificara" por la patria y apoyara las guerras y el expansionismo. En Estados Unidos "no hay un equivalente doméstico" a los campos de concentración, pero el miedo en las sombras es producido por "los medios masivos de comunicación" y una "maquinaria de propaganda institucionalizada que utiliza los tanques pensantes de las fundaciones conservadoras". Los medios como instrumento para promover "incertidumbre y dependencia" entre la población. El nazismo dio a las masas movilizadas un sentido de "poder colectivo". En el totalitarismo invertido de Washington se promueve la "futilidad colectiva"; la estadunidense es una sociedad "políticamente desmovilizada". Lo que está en juego, dice Wolin, es la transformación de una "sociedad tolerantemente libre" en una variante "de los regímenes extremos (totalitarios) del siglo pasado". Eso en lo interno. Y como apunta Stephan Hasam, a escala planetaria se pretende imponer un "estado de excepción" propio de la doctrina de seguridad nacional, ya ensayado por Washington en América Latina en los años 70, vía las dictaduras militares. Aquella dio paso a una forma de terrorismo de Estado que asumió algunos rasgos similares al de los regímenes nazifascistas.

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