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México D.F. Viernes 16 de mayo de 2003
Presentó su álbum doble The
Raven, basado en su homenaje operístico a Edgar Allan Poe
Lou Reed levantó su ''muro de sonido'' en la
capital alemana
El músico ofreció un recital de rock con
alcances sinfónicos ante apenas unos mil espectadores
Interpretó piezas de sus años en Velvet
Underground, así como de su disco Berlín, entre otras
PABLO ESPINOSA ENVIADO
Berlin, 15 de mayo. Durante dos horas y media de
un recital de música de cámara y alcances sinfónicos
en un minuet de rock, el maestro Lou Reed desmintió, la noche de
este miércoles 14 de mayo, a Friedrich Nietzsche en su propia patria:
los dioses no están fatigados. No hay Gotterdamerung que valga para
este gran maestro de la música contemporánea a sus 60 años
recién cumplidos. Con cuatro músicos de primera categoría,
el artífice -con John Cale y Nico- de los Velvet Underground, presentó
su más reciente producción, The Raven, álbum
doble basado en la ópera-rock puesta en escena por él y por
Bob Wilson hace dos años con el título de POEtry,
homenaje hipergótico y suntuoso a la poesía de Edgar Allan
Poe. Era casi la medianoche en Berlín y el aire bajo los tilos empezó
a soplar más fresco, más suave, más poético
bajo el influjo del muro de sonido Reed.
El
punto más importante de la gira europea de Lou Reed tuvo muchos
puntos de convergencia. Por supuesto el primero de ellos su álbum
clásico titulado precisamente Berlín. Pero el punto
fundamental consistió en que él mismo eligió el teatro
Schiller para este concierto histórico, un teatro pequeño
donde se le podía ver a los ojos desde cualquier butaca, y desechó
el ofrecimiento original de presentarse en una arena berlinesa donde cabían
varios miles de espectadores. En el teatro Schiller en cambio, apenas unos
mil afortunados disfrutamos de una convivencia íntima de música
y poesía, una ocasión única en la que Lou Reed dialogó,
convocó, involucró a todos los concurrentes en cada instante
de su preciado recital.
El nuevo disco de Lou Reed es un prodigio. Recupera piezas
clásicas del tercero de los discos de Velvet Underground, que ha
elegido como su favorito durante aquel periodo creativo. Recupera también
algunas piezas del álbum Berlín, siempre con versiones
renovadas. Recupera, igualmente, el espíritu creativo de Bob Wilson
(de quien de manera coincidente el Berliner Ensemble, a unos minutos del
teatro Schiller, pone en escena su más reciente obra maestra, Leoncio
y Lena, a partir del texto clásico de Georg Buchner). Y recupera,
last but not least, el trabajo en equipo que lo ha caracterizado
toda su vida.
La conjunción de personalidades creativas en The
Raven es insólita. Hacen música en este disco doble su
esposa, Laurie Anderson, y sus amigos David Bowie, Ornette Coleman, The
Blind Boys of Alabama, Kate and Anna McGarrigle, además de la lectura
de textos a cargo de eminencias como el actor Willem Dafoe. Esos invitados
no estuvieron en su recital de Berlín, pero sí sus invitados
especialísimos involucrados en esta grabación.
En vivo, en Berlín entonces estuvieron la noche
del miércoles el maestro Lou Reed, el bajista fuera de serie Fernando
Saunders, el tecladista/guitarrista Mike Rathke, la violonchelista extraordinaria
Jane Scarpantoni y el contratenor andrógino Antony. Una pléyade
de músicos a la altura de la mejor orquesta de cámara del
mundo. Un concepto multidisciplinario y fenomenal donde la guitarra es
al mismo tiempo un piano ("escuchen la guitarra-piano de Mike Rathke, amigos,
¿no es impresionante?'', comentaba Lou Reed con el público
berlinés durante el concierto), donde la violonchelista hace palidecer
a los de por sí álbeos finlandeses de Apocalyptica, donde
el bajista Saunders extrae sonidos de otro planeta a su bajo eléctrico
en forma de contrabajo de concierto, pero sin caja acústica y montado
sobre un trípode, y donde la voz de Antony, el contratenor, atrae
a sus escuchas a una atmósfera de ensoñación andrógina.
"Eso es cantar, chingaos"
Desde una hora antes de iniciar el concierto, el paisaje
vespertino de Berlín, en las proximidades del Tiergarden, empezó
a cambiar súbitamente: la modosidad y la elegancia berlinesas dieron
paso a los personajes más libres, más desenfadados, sonrientes
y pandrosos que desfilaban desde las entrañas de la estación
del Metro Ernst Reuter Platz hasta las puertas del teatro Schiller. El
clima de libertad era tan abierto que el concierto empezó 25 minutos
tarde en un país donde todo es tan exacto, puntual, hiperpuntilloso,
que el más cuadrado de los alemanes hubiese muy bien exclamado:
todo se ha jodido menos el rock.
El concierto inició bajo un baño de luz
azul como la caja del disco Set the twilight reelings y un Lou Reed
enfundado en su característica musculatura con T-Shirt ajustada
negra y pantalones de cuero negros y sin sus lentes negros, pero sí
su cara dura a lo Boogie el aceitoso, a lo chico malo, a su Los-hombres-duros-no-bailan,
pero en el fondo de una ternura desarmante, sobre todo cuando rendía
pleitesía al genio de la rubia chelista Scarpantoni luego de que
ella hiciera hablar a su violonchelo con voces de ballenas, o a su cantante
andrógino Antony para exclamar un sonoro "Eso es cantar, chingaos"
(Is that singing or what, dijo en el original), o a su bajista Saunders
luego de unos arabescos alucinógenos.
A la inicial Sweet Jane, que hilvanó como
una serie de acordes minimalistas para ir dejando entrar uno a uno los
instrumentos al tutti orquestal, siguieron piezas clásicas
de Velvet Underground entreveradas con producciones más recientes
(Magic and Loss y Ectasy) y las piezas del nuevo disco, The
Raven. El momento sublime ocurrió cuando Lou Reed presentó
precisamente la pieza que da título a todo el álbum: The
Raven, y dijo, declamó, decantó, elevó el poema
entero de Edgar Allan Poe en un semi recitativo de antología. Electrizante
por su intimismo y profundidad, por su gran poder creativo y originalidad.
Lo más sabroso del recital entero es que todas
las piezas sonaron nuevas, pues no solamente los arreglos son distintos,
las entonaciones están trocadas y las construcciones armónicas
deshilvanadas para volverlas a hilvanar de otra manera, sino que la instrumentación
elegida para esta gira es la de una orquesta sinfónica pequeña
o bien un conjunto de cámara de dimensiones colosales en su sonido,
aunque se trate solamente de cinco músicos en escena que ejecutan
su música con instrumentos propios del rock, pero con una técnica
digna de músicos sinfónicos.
Contrario a sus dos visitas a México y sus presentaciones
en otros países, el recital de Lou Reed en Berlín se caracterizó
por una entrega absoluta de su parte. El nivel de exigencia del público
era evidente. En ningún momento dejó de hacer música
siempre cambiante, siempre nueva. En cada riff, en cada break,
en cada sucesión improvisatoria Reed dejó el alma en el canto
y en la guitarra, especialmente en los instantes en que desató su
célebre invento sonoro que él mismo ha bautizado como "muro
de sonido". Erigió, así, un muro donde otros derrumbaron
otro muro. Sus solos de guitarra, sobre todo sus grandes momentos de blues
puro, fueron instantes verdaderamente sublimes.
Siempre mirando a los ojos a su público, siempre
rindiendo pleitesía a la belleza ("los verdaderos poetas -dijo en
uno de sus recitativos- estudian en todos los lugares del universo la belleza
de las mujeres"), siempre haciendo música como parte de una orquesta
íntima y abierta, siempre joven el siempre supremo Reed.
Luego de terminar su concierto y tras ofrecer otras cuatro
piezas de regalo, ante los aplausos que lo alzaban como héroe a
la altura del ángel wenderseniano que se encuentra a unos pasos
del teatro Schiller, el maestro Lou Reed alzó los brazos, abrazó
a sus cuatro músicos y se fue, caminó hacia el lado salvaje
del escenario, hacia el lado oscuro que conduce al Tiergarden para ir en
busca del espíritu de Edgar Allan Poe y de Friedrich Nietzsche e
imprecarlos cariñosamente: señores -dijo Reed al poeta y
al filósofo-, los dioses no están cansados.
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