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México D.F. Domingo 11 de mayo de 2003
Cosi fan tutti, propuesta satírica
y desenfadada de la cineasta alemana
Doris Dorrie lleva a escena ópera de Mozart
PABLO ESPINOSA ENVIADO
Berlin, 10 de mayo. Mozart bajo los tilos.
La célebre cineasta alemana Doris Dorrie, autora
-entre otras obras- de las ya clásicas películas Hombres
(Manner, 1986, un tratado femenino del mundo masculino) y la más
recientemente conocida en México Iluminación garantizada
(2000, otra feroz ironía, en la que dos alemanes se extravían
en Tokio, donde se va la luz y no encuentran su camino de regreso porque
quedaron de verse bajo un anuncio luminoso de Sony, en espejeo al emblema
de modernidad berlinesa, la Postdamer Platz, coronada precisamente por
un anuncio de Sony), y la todavía no suficientemente difundida Desnudez
(2002), pone en escena una ópera de Mozart, Cosi fan tutti,
en la Staatsoper Unter den Linden, cuyo director artístico es Daniel
Barenboim.
En el número 7 de la Unter den Linden Strasse (Calle
Bajo los Tilos) acontece durante tres horas y media una puesta en escena
vigorosa, espléndida en su trazo escénico y deliciosa en
su rendimiento musical. El público llena a tope la sala sede de
la ópera estatal de Berlín, una de sus dos salas de ópera
oficiales, aunque la crítica local ha sido renuente a las provocaciones
saludables de la directora escénica, Doris Dorrie.
En
escena, la partitura de Mozart numerada por Koechel con el 588, estrenada
en Viena el 26 de enero de 1790, un año antes de la muerte del autor
y estrenada en Berlín el 3 de agosto de 1792, drama giocoso
en dos actos subtitulado La escuela de los amantes (Cosi fan tutti ossia
La scuola degli amanti), puesta en escena por primera vez por Doris
Dorrie el primero de junio de 2001 y desde entonces se representa con éxito
apabullante, cantada en su original italiano con supertitulaje en alemán.
Bajo la batuta del joven maestro Philippe Jordan, todo
un experto en Mozart, la Orquesta Staatskapelle Berlin mece en el foso
las maravillas mozartianas, en tanto sobre el escenario pasean su maestría
una pléyade internacional de voces solistas en la que sobresalen
la soprano Patricia Risley, en el papel de Dorabella, y el tenor Richard
Croft, como Ferrando, seguidos en calidad extraordinaria por la soprano
Dorothea Roschmann, como Fiordiligi, y el barítono Hanno Muller-Brachmann,
como Guglielmo. La Despina de este montaje, la soprano Adriane Queiroz,
también es sobresaliente, al igual que el bajo Roman Trekel, como
el viejo filósofo don Alfonso.
El tono satírico, elemento que causa el rechazo
entre la crítica alemana, pues Doris Dorrie les resulta incómoda
porque muestra a un pueblo que se siente siempre culto y perfecto, pero
que Dorrie plasma en una realidad humana y por tanto imperfecta, es inevitable
en esta puesta en escena mozartianísima. El acierto mayúsculo
de la directora escénica es un agua tibia, un hilo negro: se empata
con la altísima calidad irónica de la música de Mozart,
siempre sonriente y desenfadada. El público verdaderamente mozartiano
identifica tal acierto en tanto la ironía, es decir la sonrisa,
es la más elevada expresión de la inteligencia.
Doris Dorrie ubica su Cosi fan tutti en la época
de finales de los años 60. La transformación de las parejas
Fiordiligi/Guglielmo y Dorabella/Ferrando va de menos a más, es
decir, de un par de parejas fresas de clase media deviene cuarteto intercambiable
de cuasi swingers ubicados en el jipismo pleno, en el love power,
en la desnudez con flores y el lema victorioso de Haz el amor y no la
guerra.
La primera escena sucede en el escritorio de documentar
del supuesto aeropuerto de British Asia Airways de Nápoles y los
desafiantes esgrimen paraguas en lugar de espadas, mientras los primeros
dúos, las primeras arias, las primeras entonaciones de las voces
solistas tienden una atmósfera de ensueño. Acaban de iniciar
tres horas y media del paraíso mozartiano.
Los intersticios donde se asoma siempre la sonrisa de
Mozart preñan la escena todo el tiempo. Cuando Fiordiligi y Dorabella,
por ejemplo toman el sol a la orilla de la alberca, salen mojadas de la
piscina pero en realidad están emergiendo, a través de una
escalera, desde el mismísimo fondo de la orquesta, y cuando se enfundan
las toallas lo hacen, de una manera sutil, haciendo ecos lejanos de la
silueta sinuosa de la novia de Bugs Bunny cuando en las caricaturas por
televisión los personajes siguen el pulso de la música para
hacer sus bromas. Una buena parte de las escenas más candentes suceden,
por cierto, al filo del proscenio. En primera fila, donde se ubicó
La Jornada, hubo constantes estallidos de alegría, sensualidad,
voces potentes como truenos y relámpagos acentuados por los tutti
poderosos de la orquesta. Un paraíso bajo los tilos de
Berlín.
La combinación estupenda de géneros la esgrime
a su vez Doris Dorrie en un balanceo sensual entre el singspiel,
la comedia, la opera buffa y un tono desatado de cotorreo sumamente
irónico y lleno de guiños escénicos y musicales. Los
dúos de las sopranos suenan como dos sirenas dos ninfas dos hadas
dos apariciones mágicas en un óleo de Watteau, dos madonas
en un cuadro prerrafaelista, dos seres superiores, los que coronan siempre
el universo musical de Mozart, las mujeres.
En la segunda escena se extiende en pleno la escenografía
frente al aplauso atronador de aprobación del público: una
casa sesentera donde cada rincón de su intimidad (la cocina, el
garage y el sofá, lugares de encuentro sexual por antonomasia) son
espacios abiertos a la música, las voces, la sensualidad a flor
de piel que contienen las óperas de Mozart.
Un Mozart fidedigno, verosímil, sexualizado en
carne y sangre es el que pone en escena Doris Dorrie y que pone también
al descubierto la batuta de Philippe Jordan con una orquesta de primer
nivel planetario, la Staatskapelle Berlin, y cinco voces solistas de ensueño
durante tres horas y media bajo los tilos, en el delicioso y legendario
aire (luft) de Berlín. El aire de Berlín con Mozart
bajo los tilos.
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