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México D.F. Domingo 11 de mayo de 2003

MAR DE HISTORIAS

La fecha en la tumba

CRISTINA PACHECO

En el reloj de la capilla sonaron las cuatro. Me di cuenta de que llevaba mucho tiempo sentada frente a la tumba de mi madre sin rezar ni decirle una sola palabra. ƑCómo explicarle a ella, muerta siete años atrás, que sabía su secreto?

El peón que me había servido el día anterior cruzó por la vereda. Enseguida me reconoció: ƑOtra vez visitando a su jefecita? Sin darme tiempo a responderle maldijo el calor y lamentó tener dos horas de trabajo por delante.

Los pasos de los deudos que se alejaban se confundieron con los de quienes apenas iban llegando al cementerio. Peones y aguadores fueron a ofrecerles sus servicios. Entre los nuevos visitantes apareció un hombre de paso incierto y con sombrero texano. Los mariachis que lo seguían se detuvieron al verlo caer arrodillado frente a una tumba sin lápida, amparada por una cruz de hierro.

El hombre se estremecía y se golpeaba el pecho mientras hablaba. No entendí sus palabras enturbiadas por el llanto y el alcohol. De pronto levantó los brazos, se volvió hacia los mariachis y gritó: "šLa paloma, pero con ganas, que para eso les estoy pagando!"

La música inundó el cementerio. Algunos deudos se acercaron para disfrutar del concierto. Al final, el hombre se apoyó en el túmulo y confesó a gritos: "šMadre: aunque no haya podido estar junto a usted a la hora de su muerte, no crea que soy un mal hijo! Me conoce, no miento cuando le digo que nunca la olvidé. Para mí, en el mundo sólo hay una mujer: šmi madre! Las otras... ƑQué son las otras?" "šDivinas!", gritó uno de los curiosos. Hubo aplausos y los mariachis interpretaron Mujeres divinas.

En medio de los primeros acordes se escuchó el grito de una anciana: "šPascual!, Ƒqué haces aquí?" El hombre se levantó y le contestó orgulloso: "Vine a traerle su serenata a mi jefa. Cuando me fui a Los Angeles le prometí que, en cuanto me hiciera de unos dólares, vendría para cumplirle su gusto. Lástima que..." Estremecido por el llanto, se refugió en el hombro de la recién llegada: "Chila, tú conociste a mi mamacita. Recuérdame qué canciones le gustaban para que se las toquen".

Chila tardó unos segundos en responder: "Pues creo que todas: era muy cantadora. Nomás que aquí no escuchará la música porque su tumba está debajo de aquel sabino". Se oyó una exclamación.

Aturdido por la noticia, el hombre se quitó el sombrero, se revolvió el cabello como para aclarar sus ideas y exclamó: "šQué chingao!, pos vamos para allá". Los curiosos y los mariachis fueron tras él. Enseguida volví a oír los acordes de La paloma.

Me conmovió la naturalidad con que el hombre enmendaba su equivocación. Yo debía actuar igual. Me acerqué a la tumba de mi madre para contarle, como si estuviera viva, lo que había descubierto la mañana anterior.

II

"Llevas siete años muerta. Ayer te visité por vez primera. Pretextaba la distancia del pueblo y la falta de tiempo para venir hasta acá. Sabes que era otra cosa: temía mirar tu sepulcro y ya no poder seguir haciéndome las ilusiones de que sólo estabas lejos y algún día íbamos a encontrarnos.

"Pero como tú decías: las cosas suceden por algo. Si no me hubiera demorado tanto en venir a verte, quizá nunca me hubiera enterado de lo de Rafael. No investigué: lo supe por accidente. Lo comprenderás mejor cuando te explique cómo sucedió todo.

"El miércoles nos informaron en la oficina de que nos darían libre el viernes, ya que el 10 de mayo cayó en sábado. Enseguida pensé: Me da tiempo de ir al pueblo y visitar a mi Chinita. ƑRecuerdas que así te decía? Mi esposo no pudo acompañarme y tu nieto, como sabes, vive en Pasadena.

"Llegué por la noche y me alojé en el hotel Valles. Me mantuvieron despierta las ansias de visitar nuestra antigua casa y los lugares que recorrimos antes de que me mandaras a México para vivir con mi abuela. Salí del hotel muy temprano. Caminé hasta el panteón. Me entristeció ver todo en ruinas y muertos los campos que rodean el pueblo.

"Al entrar en el cementerio recordé la tarde en que te enterramos y pensé otra vez en mi padre. Nunca me dijiste adónde se fue ni cómo te enteraste de su muerte. Tal vez la inventaste para no reconocer que nos había abandonado. Son algunas de las cosas que nunca podré aclarar.

"Ayer por la mañana me avergoncé al ver que la hierba cubría tu fosa. Llamé a un peón y a un aguador. Lo arreglamos y me alejé para no estorbarlos en su trabajo. El aroma a tierra mojada me hizo imaginar que las dos estábamos conversando en un jardín como el que siempre anhelaste.

"Cuando al fin quedé sola me acerqué a la tumba. De su lápida húmeda se levantaban hilos de vapor. Su tibieza me recordó tus abrazos. Hincada, recorrí con los dedos la inscripción: Victoria Márquez de Arévalo, 1944-1986. Tu silencio está lleno de amor. Me incliné más y volví a leer. La fecha de tu nacimiento estaba alterada por 10 años. Lo sé porque mi madrina Abigaíl siempre me decía: "Qué coincidencia que tu madre y yo seamos del 34."

Corrí a la administración. La secretaria me mostró el libro de registros. Allí todo estaba correcto. ƑEntonces? La empleada me sugirió que fuera al taller de Rafael Oliva. Dije que no lo conocía y se alegró de que le diera tema de conversación: Rafael es el único que nos trabaja los monumentos. Es el mejor lapidario de estos rumbos, pero no me extraña que se haya equivocado: hace años que se la pasa borracho. Vaya a su taller. Le advierto que, lleno de cruces y ángeles, también parece un cementerio.

"Encontré a Rafael de espaldas a la puerta, debastando un trozo de cantera. Lo saludé. Sin interrumpir su trabajo preguntó: ƑQué se le ofrece?" Me acerqué y lo obligué a mirarme. Sus ojos se iluminaron y despacito dijo mi nombre -tu nombre-: Victoria, Ƒverdad? Eres su hija. Le pregunté si era amigo de mi familia. El levantó los hombros y sonrió sin dejar de mirarme. Esperaba la explicación de mi presencia y mencioné el error en la inscripción de la lápida. Su gesto me hizo dudar cuando le exigí corregirlo.

"Agobiado, como si le hubiera caído el mundo encima, Rafael me sentó en un bloque de piedra. Lo puse al tanto de mi situación: El domingo por la mañana debo regresar a México, tengo que presentarme en mi trabajo y quiero irme segura de que usted enmendó el error.

"Rafael me sonrió de una manera que atribuí al alcohol: ƑY si no fuera equivocación? Interpreté su pregunta como una muestra de cinismo: Eso es cosas suya. Lo importante es que corrija la fecha. Uno debe saber cuándo nacieron y cuándo murieron sus padres.

"Rafael se levantó y bebió de una botella: Saliste igual a tu madre. Siempre tuvo muy presente las edades. De no haber sido por eso... No lo entendía y no supe qué decirle. El siguió hablando: Me imagino que nunca te lo dijo: viví enamorado de ella desde antes que conociera a tu padre. Cuando aquí nos enteramos de su muerte fui a hablar con Victoria y le pedí que nos casáramos. No aceptó: temía los comentarios de la gente al verla con un hombre 10 años menor que ella. Le dije que eso no importaba, un día la vida iba a emparejarnos. No logré convencerla.

"Rafael bebió otra vez. Me le acerqué ƑY el error en la inscripción? Tomó sus herramientas y las puso en una bolsa: Lo corrijo en un momento, no te apures. Lo detuve: Espere. Sólo quiero saber qué significa para usted. Rafael inclinó la cabeza: Un juego, una manera de decirle a Victoria que ya éramos de la misma edad. Le supliqué a Rafael que olvidara todo, le di un beso en la mejilla y salí del taller.

"Me pasé la noche recordando tu historia de amor. Y esta mañana decidí venir a prometerte que nunca se la contaré a nadie. La clave del secreto quedará para siempre en tu lápida."

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