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México D.F. Domingo 11 de mayo de 2003
Carlos Bonfil
Cocinando la vida
Tortilla soup. María Ripoll, realizadora de exitosas series de televisión hispanas en Los Angeles (Raquel busca su sitio), decidió aclimatar a esa ciudad y a la comunidad chicana la trama de Comer, vivir y amar (Eat drink man woman, 1994), del taiwanés Ang Lee. El resultado es Cocinando la vida (Tortilla soup), un doble tributo a la gastronomía mexicana y a los clichés y convenciones de las teleseries estadunidenses. Quienes esperen encontrar en esta cinta un retrato sugestivo de la comunidad chicana, o una reflexión sobre la pérdida de una identidad cultural, o un afán por preservar las tradiciones culinarias ante la globalización del fast food y la comida chatarra, o siquiera algo de la sutileza expresiva de Ang Lee, quedarán tal vez poco satisfechos con el buffet de lugares comunes y buenos sentimientos al que nos convida la directora.
La trama es casi idéntica a la de la cinta modelo. Un chef de cocina descubre alarmado que comienza a perder los sentidos del sabor y del olfato. Sus tres hijas tratarán de compensar afectivamente esta pérdida irreparable, aunque al final cada una tendrá que encontrar su propio derrotero existencial, invariablemente, el matrimonio. El drama es aquí, de nuevo, una crisis viril en la edad madura, el colapso de la certidumbre patriarcal al que se suma un fracaso profesional en la cocina. El popular actor Héctor Elizondo interpreta con solvencia el papel de Martín Naranjo, el padre de familia que preside cada cena semanal, suerte de festejo gastronómico de fin de semana, donde la familia realiza sus inventarios anecdóticos y, ocasionalmente, escucha alguna gran revelación de uno de sus miembros. La galería sentimental incluye a la hija mayor Leticia (Elizabeth Peña), solterona poco agraciada que Martín no sabe cómo llegar a casar; la hija menor, Maribel (Tamara Mello), rebelde y respondona, aunque irreprochablemente generosa y Carmen (Jacqueline Obradors), la hija más guapa y profesionalmente la más emprendedora, incapaz sin embargo de encontrar el pretendiente perfecto. Hay también la avispada Hortensia, una tía Mame, adolescente perpetua, que pretende casarse con el viudo Martín, y que encarna, indescriptiblemente, una Raquel Welch instalada en el humor involuntario.
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