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México D.F. Domingo 11 de mayo de 2003
Eric Toussaint*
Irak, guerra, deuda, reparaciones y Grupo de los Ocho
Pocos días después del comienzo de la invasión
de Irak por las tropas de Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia,
el presidente George W. Bush estimó ante el Congreso de su país
que el costo de la guerra para el Tesoro estadunidense se elevaría
a 80 mil millones de dólares. Según el Programa de Naciones
Unidas para el Desarrollo y el Unicef, este monto es precisamente el necesario
para garantizar a escala mundial el acceso al agua potable, a la educación
básica, a los tratamientos básicos de salud, a una alimentación
decente y a los cuidados ginecológicos y obstétricos (para
todas las mujeres). Este monto, que ninguna cumbre mundial en los últimos
años logró reunir (en Génova el Grupo de los Siete
recaudó menos de mil millones de dólares para el fondo para
la lucha contra el sida, la malaria y la tuberculosis), fue recaudado en
una increíble proeza por el gobierno de Estados Unidos, y gastado
en algunos meses. Los 80 mil millones de dólares que el mandatario
estadunidense obtuvo ante el Capitolio constituyeron los fondos necesarios
para destruir Irak y asegurar la ocupación del territorio hasta
el 31 de diciembre de 2003. Evidentemente no se tomó en cuenta el
costo para financiar los daños provocados por esta intervención.
El gobierno de Estados Unidos y sus aliados, para materializar
esta agresión neocolonial, utilizaron, una vez más, pretextos
humanitarios: la voluntad de ofrecerle al pueblo iraquí un régimen
democrático y de preservar a la humanidad de las armas de destrucción
masiva iraquíes. Este pretexto se suma a la larga lista de justificaciones
humanitarias que se invocaron para encubrir las viles operaciones de conquista
de territorio, robo y pillaje económico: de la evangelización
de América por los conquistadores a la lucha contra el terrorismo,
pa-sando por la lucha contra la esclavitud, que encubrió la operación
colonial de Leopoldo II, rey de Bélgica, en Congo.
¿Quién va a pagar verdaderamente el costo
de esta agresión? La guerra ni siquiera se había acabado
y ya los banqueros de los siete países más industrializados,
reunidos en Washington el 10 y 11 de abril de 2003 para preparar la asamblea
de primavera del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, así
como la cumbre anual del Grupo de los Ocho (a co-mienzos de junio en Evian),
habían acordado fijar la deuda exterior de Irak en 120 mil millones
de dólares; es decir un monto superior a la de Turquía (que
es casi tres veces más poblada que Irak). Lo anterior, sin contar
las compensaciones debidas por Irak a causa de la invasión en Kuwait
en 1990. Si creyéramos a los banqueros del Grupo de los Ocho, y
si estas compensaciones se tomaran en cuenta la deuda de Irak se elevaría
a 380 mil millones de dólares. Irak después de Saddam Hussein
tendría así el triste privilegio de ser el país más
endeudado del tercer mundo, con una deuda mucho más elevada que
la de Brasil, nación que en la actualidad detenta el récord
con 230 mil millones de dólares.
El
acuerdo arbitrario sobre esta cifra tiene como objetivo principal justificar
la apropiación de los recursos petroleros iraquíes con el
pretexto de asegurar el rembolso de la deuda. Fijar el monto de la deuda
tan alto tiene la enorme ventaja de obligar a las nuevas autoridades iraquíes
a someterse a las exigencias de los acreedores durante decenas de años.
Aunque la ocupación militar fuese limitada en el tiempo, y aun cuando
Naciones Unidas asegure la gestión de la reconstrucción,
en realidad la política de este Estado estaría determinada
por los acreedores y por las multinacionales petroleras, los que serían
beneficiarios directos de concesiones.
Por eso la reivindicación de la anulación
de la deuda pública externa de Irak es, no sólo legítima,
sino que es una condición sine qua non para el restablecimiento
de la soberanía después de la ignominiosa agresión
militar.
En derecho internacional, la doctrina de la deuda "odiosa"
se aplica perfectamente al caso iraquí. Según esta doctrina,
"si un poder despótico (el régimen de Hussein) contrae una
deuda no de acuerdo con las necesidades y los intereses del Estado sino
para fortalecer su régimen despótico, para reprimir a la
población que lo combate, esta deuda es odiosa para la población
del Estado entero. No es obligatoria para la nación: es la deuda
de un régimen, personal del poder que la contrajo; por ende, es-ta
deuda desaparece con la caída de ese poder" (Alexander Sack,
Los efectos de las transformaciones de los estados sobre sus deudas
públicas y otras obligaciones financieras, Recueil Sirey, 1927).
Estados Unidos ha aplicado esta doctrina por lo menos dos veces en su historia.
En 1898, después de atacar victoriosamente a la marina de guerra
española a lo largo de las costas cubanas para "liberar" a Cuba
de la dominación española, el gobierno de Estados Unidos
obtuvo que Madrid renunciara a sus haberes en Cuba.
Veinticinco años después, en 1923, la Corte
Suprema de Estados Unidos falló en contra de los acreedores de Costa
Rica después del derrocamiento del dictador Ti-noco [1],
con el argumento de que aquéllos podían reclamar al gobernante
de facto de-rrocado pero no al nuevo régimen. Por eso el
movimiento para otra globalización debe poner de relieve la reivindicación
de la anulación de la deuda exterior pública de Irak, y combinarla
con otras como el retiro de las tropas de ocupación y la del ejercicio
pleno de la autodeterminación del pueblo iraquí. De la misma
manera, es esencial reivindicar que los estados agresores cumplan con la
obligación de reparación impuesta por el derecho internacional
y paguen todas las indemnizaciones necesarias por las destrucciones provocadas
por la guerra de agresión y por el saqueo de bienes. Recordemos
que este último he-cho tuvo lugar en presencia de las tropas de
ocupación, las cuales, según las leyes de la guerra vigentes,
tenían la responsabilidad y la obligación de asegurar la
protección de los bienes y de las personas. A todo esto hay que
agregar la necesidad de procesar y punir, según las normas vigentes
del derecho penal internacional, a Bush, Tony Blair, José María
Aznar y John Ho-ward (primer ministro de Australia) como responsables directos
del crimen de agresión, quienes deben ser procesados y castigados
por crímenes de guerra.
Hay que recordar también la enorme im-portancia
que tiene para el porvenir del pueblo iraquí la aplicación
de la doctrina de la deuda odiosa. Efectivamente, la práctica internacional
prevé que las deudas contraídas por un Estado con el fin
de ocupar militarmente el territorio de otro y que son destinadas a la
colonización del pueblo que vive en ese territorio, no pueden ser
transferidas a la carga de la población ocupada ni a la del Estado
que la representa.
Nuestra apuesta en 2003 es que los países miembros
del Grupo de los Ocho, tanto los que planificaron y ejecutaron el crimen
de agresión (Estados Unidos, Gran Bretaña) y los que lo apoyaron
(Italia y Japón), así como las cuatro naciones que se opusieron
a este tipo de guerra (Alemania, Francia, Canadá y Rusia), se pondrán
de acuerdo para no aplicar la doctrina de la deuda odiosa a Irak.
Es por todo esto que es necesario tomar conciencia que
la aplicación de la doctrina de la deuda odiosa tiene un carácter
universal: la mayoría de los países endeudados rembolsan
una deuda que fue contraída principalmente por un régimen
despótico anterior. Esta situación es cierta en América
Latina, Africa y Asia. Es así que los pueblos de esas naciones tienen
el de-recho de exigir que las deudas sean declaradas nulas y consideradas
como odiosas. Como se puede ver, la importancia de esta doctrina y su aplicación
va mucho más allá del caso iraquí.
Los miembros del Grupo de los Ocho fueron divididos por
contradicciones evidentes antes que empezara la agresión contra
Irak. Es de prever que tratarán de reducir lo que los divide para
abordar unidos otras metas y llevar mas allá la globalización
neoliberal. Van a tratar de ponerse de acuerdo para enfrentar la crisis
económica mundial (crac rampante de la bolsa, inestabilidad
monetaria, endeudamiento masivo del sector privado en los países
más industrializados) y para abordar la reunión interministerial
de la Organización Mundial de Comercio prevista en Cancún
(Mé-xico) a comienzos de septiembre del 2003. Recibieron una lección
en Seattle: están conscientes que la ausencia de un acuerdo entre
Estados Unidos y Europa en la agenda del comercio podría desembocar
en un fracaso en Cancún. Se reunirán en Evian del primero
al 3 de junio del 2003 para acercar sus puntos de vista.
Los movimientos alter mundialista y an-tiguerra
acudirán a la cita.
[1] Ver Damien Millet, Eric Toussaint, 50 questions
/ 50 réponses sur la dette, le FMI et la Banque mondiale,
coedición CADTM / Syllepse, Bruxelles / París, 2002, p. 163
a 179 y 184 a 187. A ser editado por Icaria en Barcelona en 2003.
*Director del Comité por la Anulación de
la Deuda del Tercer Mundo (CADTM), con sede en Bruselas, Bélgica
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