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México D.F. Sábado 10 de mayo de 2003
Ilán Semo
Una hipótesis de Wallerstein
"ƑExiste aún el mundo occidental?" Lejos de ser retórica, la pregunta que propone Immanuel Wallerstein como lectura elemental de los saldos de la guerra de Irak (La Jornada, 7 de mayo) acaso resume el giro actual que ha dado la geopolítica contemporánea en un mundo -el de la posguerra fría- en el que apenas se vislumbran las contradicciones que habrán de entrecruzarlo. Como cualquier pregunta que se hace a la historia contemporánea, tiene un límite: no sabemos el final de la historia. Y en el mundo posmoderno no hay entidad más mutable que la del presente mismo.
Visto desde la perspectiva del siglo XVIII, "Occidente" se reduce a la breve geografía de algunos países atlánticos de Europa y algunas regiones centroeuropeas. En el siglo XIX, Estados Unidos, Canadá y Australia se abren paso en el condominio occidental como hermanos muy menores, aunque gradualmente decisivos en las áreas inmediatas que los circundan. No es difícil seguir la conflictiva ruta en la que la expansión estadunidense va extendiéndose en los territorios antiguamente ocupados por el imperio español, desde Filipinas hasta Cuba, desde México en 1848 hasta Panamá y América del Sur en el siglo XX. La diferencia sustancial reside en que la hegemonía estadunidense no se traduce, como en el caso europeo, en la implantación de gobiernos coloniales. Si algo ha descubierto Estados Unidos en el siglo XIX es una manera moderna de ser imperio: una y otra vez (las excepciones son contadísimas) propicia, a su imagen y semejanza, la independencia nacional (y no sólo en calidad de espejismo) de los países que se hallan en la esfera de su subalternidad. El fracaso de la aventura europea que intenta imponer un emperador a México -exactamente en el mismo momento en que Estados Unidos se halla enfrascado en una guerra civil-, un fracaso confeccionado por la alianza entre Juárez y Lincoln, y después la expulsión de los españoles de Cuba, serán las últimas ocasiones en que los europeos intenten seriamente poner un pie militar para instaurar colonias a la vieja usanza en el Nuevo Mundo.
Visto desde una perspectiva geopolítica y cultural, en la primera mitad del siglo XX Occidente es el sitio que conjuga los términos civilización y barbarie con el rigor más sistemático que conoce la historia moderna: dos guerras mundiales diseminan y exterminan una parte sustancial de su población, y crean una geografía política esencialmente nueva. Estados Unidos se vuelve, como dice Wallerstein, el hermano mayor de una alianza que cifra los territorios de la guerra fría. En el otro lado del mundo bipolar se halla una suerte de no-lugar: "Europa del Este", "Oriente" (en las definiciones más extremas), y otras expresiones que quisieron datar a la experiencia soviética como un fenómeno no occidental. Y en cierto sentido tenían razón, aunque de una manera peculiar. Si bien las realidades políticas, sociales y culturales que surgieron en el bloque soviético (y que perviven con algunas modificaciones en China, Vietnam y Cuba) guardan símiles vagos o nulos con la experiencia occidental (con la excepción de la justificada comparación entre el estalinismo y el fascismo), el imaginario político que cifró esas realidades, el grand recit (el gran relato) que las inspiró fue de manufactura occidental. Lenin y los bolcheviques, Mao y los comunistas chinos, lograron desfigurar el pensamiento de Marx (que es tan occidental como Hegel o Michelet) hasta volverlo irreconocible; sin embargo, nunca dejaron de apelar a él. Y en eso reside precisamente la fuerza profunda de esa entidad -o identidad- que llamamos, desde hace varios siglos, Occidente: más que mercancías, tecnología, guerras y colonizadores, Occidente ha exportado al mundo las grandes narrativas que ordenan la producción de sentido entre quienes han convertido a la modernidad en un paradigma efectivo. ƑY qué es la hegemonía sino la capacidad de dotar al otro de sentido en su accionar cotidiano?
La guerra fría creó un espejismo: el espejismo de la colusión de Occidente en un orden relativamente unificado. ƑPero fue tan sólo un efecto óptico? ƑNos adentramos en una era de gradual polarización entre Europa y Estados Unidos, como sostiene Wallerstein? ƑO se trata simplemente de wishful thinking de una visión más similar a la que resurge en cada crisis en el horizonte de la periferia?
Con excepción de algunos síntomas bastante vagos, no hay nada que corrobore esta tendencia en la actual realidad europea. La unificación monetaria dista mucho de haberse transformado en una unificación política y, mucho menos, militar. La guerra de Irak muestra que los europeos están muy lejos de tener una visión unificada sobre "Europa" en términos geopolíticos. La razón es sencilla y, en cierta manera, afortunada (para la periferia): con excepción de Inglaterra, ningún país europeo cuenta con una población dispuesta a aceptar aventuras militares. Al parecer, las tragedias del siglo XX, tragedias europeas en gran parte, han erradicado el patriotismo bélico que caracterizó a los europeos durante siglos. Y todo apunta a que la mayoría de las sociedades europeas prefieren ver a la inocencia de los estadunidenses poblando con sus muertos el paso cruel y arduo de la globalización.
Varios países europeos han emprendido la iniciativa de formar una fuerza militar al margen de la OTAN. No hay duda de que sean capaces de lograrlo.
ƑPero aceptarán sus poblaciones emplear esta fuerza en guerras como la de Irak? Es dudoso, muy dudoso.
Lo que veremos gradualmente, ya lo estamos viendo, es una Europa enfilada a delimitar la política militar estadunidense, en una coalición (abrumadora, por cierto) donde el término "imperio" se convierta en una entidad desterritorializada, dominada por alianzas internacionales fortuitas que cambian sin un orden previsible. Un mundo dominado no por los más numerosos sino por aquellos que pueden descentrar los sujetos de la política.
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