México D.F. Viernes 9 de mayo de 2003
José Cueli
El vigía melancólico
El ''vigía melancólico" Wilheim Apollinaris de Kostrowitzky, mejor conocido como Guillaume Apollinaire, nació en Roma en 1880 y murió en París en 1918 ''herido en la cabeza, trepanado bajo el cloroformo", después de haber participado como soldado en la Primera Guerra Mundial. Fue hijo de padre italiano y de madre polaca, y con el tiempo, gracias a su espíritu indómito y aventurero, llegó a la antigua Lutecia para convertirse en un auténtico revolucionario de las letras francesas.
Su obra inclasificable incluye poesía, caligramas, novelas, crónicas, teatro y crítica de arte (fue el primer defensor que tuvo el cubismo). En sus poemas conviven milagrosamente la ruptura y ''el antiguo juego de los versos", vanguardia y tradición, porque siempre supo darle a las palabras una libertad ilimitada.
Lo que más sorprende es que sus caligramas, tan llenos de belleza, de alegría, de pasión, hayan sido escritos en medio de los mayores horrores de la guerra. En ellos se abrazan de manera terrible Eros y Tánatos; allí se encuentran la precariedad de la vida y la fraternidad entre los hombres. Frente al dolor y la muerte, Apollinaire opta por exaltar el amor, porque en las trincheras también se oye ''el canto sinfónico del amor".
''En el maravilloso bosque donde vivo (...) la ametralladora toca una especie de fuga", ''qué hermosos esos cohetes que iluminan la noche", pero ''tus senos son los únicos obuses que amo".
En otro de sus caligramas afirma: ''Dignifiquemos, corazón mío, la imaginación/ la pobre humanidad muy a menudo apenas la tiene".
Apollinaire recurre a veces a la mitología, y escribe, por ejemplo: ''Y me parezco a Ixión tras haber hecho el amor con el fantasma de nubes creado a semejanza de Hera o de Juno la invisible". El sabe que en la relación amorosa los seres humanos nunca alcanzamos la posesión absoluta de la persona amada: ''Yo he creído poseer toda la belleza y no he tenido más que tu cuerpo".
En otro contexto, Lacan señalaba que la verdad nunca puede ser dicha. Por todo esto me atrevo a cuestionar a aquél que un día no remoto ofreció a Irak la libertad duradera y la justicia infinita, y en fecha reciente declaró desde la cubierta de un portaviones, que Estados Unidos había obtenido ''una victoria en la guerra contra el terrorismo".
Apollinaire, en un poema que se titula precisamente La victoria, le respondería: ''Es difícil imaginar/ hasta qué punto el éxito idiotiza y tranquiliza a la gente". Y más adelante concluye: ''La victoria consistirá ante todo/ En ver muy a lo lejos/ En ver todo/ De cerca/ Y en que todo tenga un nombre nuevo".
Aunque el sufrimiento del pueblo iraquí va perdiendo actualidad mediática, recordemos a Apollinaire y gritemos a los cuatro vientos: ''Los crepúsculos nunca vencerán a las auroras".
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