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México D.F. Viernes 9 de mayo de 2003

Un soldado estadunidense fue asesinado por un iraquí a plena luz del día

Bagdad sigue siendo una ciudad sin ley

Saqueos durante las 24 horas en una extraordinaria redistribución de la riqueza

PHIL REEVES THE INDEPENDENT

Bagdad, 8 de mayo. Toda guerra tiene sus vencedores, y los ojos resplandecientes y la expresión zorruna de Uday Qais al-Sa'aba confirman que él se cuenta entre ellos. "Bienvenido a mi nuevo hogar", gritó, abriendo los brazos, desde el umbral de la casa.

Antes de que los tanques estadunindenses pasaran bajo el colosal monumento llamado Manos de la Victoria, de la era de Saddam, él vivía con su madre y otras 13 personas en dos recámaras en la zona sur de Bagdad, resguardándose de los elementos con un techo de hierro corrugado. Un talento natural por el oportunismo y la impunidad prevaleciente en las calles de la ciudad lo impulsaron a tratar de avanzar en el mundo trepándose hasta la cumbre de un solo salto.

Ha pasado exactamente un mes desde que el derribamiento de la estatua de Saddam en el centro de Bagdad confirmó que el régimen por fin había caído. Desde entonces el país ha visto una extraordinaria redistribución de la riqueza, en la cual miles de iraquíes empobrecidos se han embarcado en una sistemática escalada de saqueos durante las 24 horas del día.

La impunidad continúa. Un soldado estadunidense fue asesinado hoy a plena luz del día por un iraquí que se le acercó con una pistola. En todo el país las fuerzas estadunidenses se trenzan casi a diario en balaceras con iraquíes armados.

El continuo fracaso en imponer la ley y el orden en las calles de muchos poblados y ciudades iraquíes atrae severas críticas. "El mes pasado ha sido catastrófico en términos de construir un nuevo gobierno iraquí", señaló Peter Galbraith, ex embajador estadunidense que estuvo en Irak las tres semanas pasadas. "La autoridad de potencia ocupante de Estados Unidos ha quedado muy disminuida con esta orgía de pillaje y destrucción", expresó.

Hay algunos pequeños éxitos. Se han recuperado miles de manuscritos y cientos de artefactos del Museo Nacional, entre ellos una vasija de barro de 7 mil años de antigüedad y una piedra angular del antiguo palacio del rey Nabucodonosor. Pero lo más preocupante es el sistema de salud pública, cuyo deterioro se acelera con la llegada de las temperaturas veraniegas. Después de un mes de ocupación, sigue en estado de colapso. El agua de los ríos Tigris y Eufrates, que se usa para beber, está contaminada por los desagües, lo cual ha causado brotes de cólera y tifoidea entre los niños de Basora. Y la Organización Mundial de la Salud advirtió hoy que si la situación de la seguridad no mejora para que los médicos puedan trabajar sin peligro, el brote de cólera puede convertirse en epidemia.

Lucha contra la oleada de pillaje

Los estadunidenses hacen esfuerzos esporádicos por contener la oleada de pillaje, por ejemplo, echando a algunas personas de las casas que han invadido en la ribera del río o arrestando durante unas horas a los saqueadores para amedrentarlos. Pero los efectos son limitados.

Uday Qaid al-Sa'aba apenas llegó un paso más allá de los demás al tratar de robarse una casa. Esta semana el desempleado oficinista se declaró dueño de una propiedad tan lujosa que si uno cambiara la vista del Tigris, al cual se asoma, por la del Támesis, valdría por lo menos 4 millones de dólares.

Cuenta con escalera de caracol, balcones en sus cuatro pisos y un solarium en la azotea, desde el cual se puede contemplar la franja parda del río y todo el panorama de la ajetreada ciudad. Tiene ventanales de piso a techo, calefacción solar, baños en cada planta, en fin, todo lo que se esperaría de una moderna casa de campo para los ocupantes de los puestos más altos en el aparato de seguridad que protegía la dictadura de Hussein. En este caso, el dueño era uno de los funcionarios de mayor nivel de la policía secreta y el servicio de inteligencia de Irak, el Mukhabarat.

El espía ha desaparecido para evitar ser capturado por los estadunidenses. Todo lo que queda de él en su antiguo hogar es una fotografía en blanco y negro de un joven de mirada fiera y bigote al estilo Saddam, algunos tiros al blanco, un libro llamado Los principios de la vida son supremos, de Saddam Hussein, y una receta en francés en la pared de la cocina.

Soldados estadunidenses se asoleaban hoy detrás de una barrera de alambre de púas a un lado de la estación principal de autobuses. Ellos y su vehículo Bradley de combate estaban a menos de cien metros del nuevo "mercado de ladrones" de la plaza al-Maydan, donde los saqueadores se reúnen para vender sus despojos.

Abiertamente se mercaban balas y magacines para los rifles Kalashnikov. Una puerta robada se podía comprar en siete dólares. Con 10 centavos se adquiría un disco flexible robado que según la etiqueta contiene las cuentas de las operaciones de la compañía petrolera Amoco.

Alguien disparó una pistola. No hubo reacción alguna ni de los estadunidenses ni de la gente que estaba en el mercado

Cuando empezó la invasión estadunidense, mientras los ministerios iraquíes ardían ante los ojos de los ocupantes, un edificio tras otro eran literalmente desnudados, como si sufrieran el ataque de un cardumen de pirañas humanas. La epidemia de robos es menos intensa ahora, pero continúa.

Los saqueadores que buscan materiales de construcción excavan con palas el terreno de la prisión de Abu Ghreib, lado a lado con deudos que buscan los cuerpos de quienes fueron colgados por los verdugos de Saddam. Bandas armadas se disputan el botín a balazos y puñaladas. El fuego de las armas se ha vuelto tan típico de la Bagdad ocupada como los montones de basura en descomposición que ahora cubren la ciudad entera.

Al-Sa'aba emprendió su gran mudanza sobre la base de un rumor. A su vecindario, un mísero suburbio llamado al-Dura, llegaron noticias de que altos funcionarios iraquíes abandonaban sus hogares de la calle Abu Nuas. Dándose cuenta de que la policía y el gobierno de Bagdad más o menos habían dejado de funcionar, la familia empacó sus pertenencias. "Este lugar es suficiente para nosotros, e incluso más de lo que necesitamos", exclamó con alegría, mientras sus familiares bajaban tambaleándose sus aporreados colchones y sus traqueteados muebles de un camión de mudanzas estacionado enfrente. Aún estaba sobrecogido por el lujo circundante, del todo desconocido para la mayoría de los trabajadores iraquíes y muy fuera del alcance del salario de 75 dólares mensuales que ganaba antes de la guerra.

Su madre estaba evidentemente igual de impresionada. Recorría la cocina, mirando las superficies de acero inoxidable y la batería de cocina, y rompió a llorar. "Nada de esto teníamos en nuestra vieja cocina", explicó su hijo.

No todo el mundo compartía su emoción. Unos cuantos residentes de antes de la guerra han permanecido en la zona. Entre los que observaban a los recién llegados descargar sus pertenencias estaba, con una expresión que bastaría para congelar las aguas del Tigris, un general de la Guardia Republicana de Saddam, de 40 años de edad.

Hombre de rostro cenizo y cabello echado hacia atrás, dijo que era el general Rader al-Hayatti. "No se les permitirá quedarse", sostuvo, chupando su cigarrillo y frunciendo el ceño. Se quedó en su departamento, explicó, porque esperaba ver cómo evolucionaban las cosas en el Irak de posguerra; aclaró que no le gustaría servir a los estadunidenses, pero sí a un nuevo gobierno iraquí.

Su mujer, Suha, se mostró más irritada. "No voy a dejar a mis niños juntarse con los de esa gente. Tampoco los voy a enviar con ellos a la escuela. No es seguro. En un mes Irak ha retrocedido siglos. Los estadunidenses vinieron y les prometieron el paraíso a todos, pero, Ƒdónde está? Esto es el infierno. Con Saddam uno no se podía sentar a beber alcohol en la banqueta. Ahora por todas partes hay montones de borrachos armados con pistolas. No se puede hablar con ellos. Antes nos sentíamos seguros, ahora no."

Entre la gente de Bagdad están muy extendidas estas inquietudes sobre el salvajismo y la ilegalidad que prevalecen en la ciudad. Se han combinado con una frustración general por la falta de empleos, electricidad, agua limpia y cuidado sanitario para crear un remolino de resentimiento contra los nuevos amos del país, contrarrestado sólo por el disgusto general hacia los viejos.

Según funcionarios estadunidenses y británicos, 90 por ciento de la policía de Bagdad se reportó al llamado de la semana pasada para volver a sus oficinas. Allí es donde parecen haberse quedado, porque muy pocos son visibles en las calles.

Los atracos a transeúntes y a automovilistas han convertido a un vecindario -al-Bataween- en una zona a la que no se debe entrar después de la hora de la comida. Hay informes de raptos de muchachas iraquíes. La búsqueda de nuevos trofeos por los ladrones prosigue día a día. En la franja del río que se extiende frente a la casa del general, las fuerzas estadunidenses han estado disparando hacia las aguas para evitar que crucen jóvenes en botes de remos de brillantes colores con la esperanza de incursionar en las casas de la ribera opuesta, otra zona de residencias de lujo para los hombres de Saddam.

Nada de esto preocupa a Fawzi a-Hassani, quien ocupa la casa 312, antes perteneciente a un primo de Hussein, Hassan Ahmed al-Tikriti, a unas puertas de la morada del general de la Guardia Republicana.

"Ahora por fin estoy a gusto", expresó el trabajador de 55 años, quien se mudó de una casa de dos recámaras, hecha de adobe y bloques de concreto, que alquilaba por 30 dólares mensuales.

Tiene tres hijas jóvenes. "El otro día traje a las chicas para que vieran su nueva casa. Estaban de veras felices", comentó. Pero luego añadió, en un súbito momento de ansiedad: "Espero que Dios nos permita quedarnos".

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya.

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