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E C O N O M I A
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México D.F. Sábado 3 de mayo de 2003

John Saxe-Fernández

Hegemonía e incertidumbre estratégica

Es sumamente arriesgado suponer, como lo hace la cúpula que tomó el poder en Estados Unidos, que es posible impulsar una política exterior de fuerza, centrada en la "doctrina de la autodefensa anticipatoria" o "guerra preventiva" sin que resulten gravemente afectados los fundamentos mínimos de la estabilidad necesarios para el adecuado funcionamiento de la economía y de las transacciones interestatales regulares y predecibles.

Albert Gore, uno de los críticos de la guerra preventiva contra Irak, la ha calificado de una doctrina que remplaza "un mundo en el cual los estados se consideran sujetos a principios legales" por otro "en el cual no hay leyes sino la discreción del presidente de Estados Unidos".

Hoy pocos dudan que la fragilidad de la paz mundial observada durante la guerra fría se ha acentuado de manera pronunciada, especialmente como resultado del colapso de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Unos días después de ese acontecimiento, hace poco más de 10 años, durante una entrevista de prensa, el escritor Gore Vidal, con gran precisión y visión profética, captó así el amenazante panorama que podría desatarse en ausencia de un contrapeso militar convencional a Estados Unidos: "...esa victoria del capitalismo estadunidense sobre el Estado soviético ha creado un desequilibrio muy peligroso pues Estados Unidos no tendrá contrapesos que le frenen, lo cual hará posible que algún mandatario estadunidense mal guiado lleve al mundo a una situación miles de veces peor que la propia guerra fría...un día de éstos surgirá un demente que desde la Casa Blanca o el Pentágono incendie al mundo sin que nadie, ningún país ni la ONU, se lo impidan."(Consúltese [email protected]).

El incendio anticipado por Vidal ya empezó. Su brutal panorámica fue presenciada por millones de televidentes y registrada por miles de fotos y reportajes. Según los tribunales de Nuremberg, la acción bélica preventiva es un crimen de guerra y así hay que considerar al infierno que Bush desató sobre Irak, con su montaña de cadáveres que continúan apilándose (13 más hace dos días, seis de ellos niños, masacrados por las tropas estadunidenses). Los halcones que dominan la oficina Oval colocaron al mundo y a Estados Unidos ante una situación signada por mayores riesgos de guerra e incertidumbre estratégica.

La guerra de conquista contra Irak amplió el orden de probabilidad de que ocurra una intensificación bélica no-convencional en la eventualidad de que uno o varios de los actores estatales y no-estatales decidan seguir el ejemplo del cowboy y actúen de manera unilateral e irracional. Afirmar que la Casa Blanca abrió la caja de Pandora de una guerra general exige analizar la coyuntura que se va perfilando en un contexto histórico amplio en el que se contemplen las tendencias mayores de la geopolítica y de la geoeconomía del capital, es decir, de las principales fuerzas estructurales históricamente detectables que en la era moderna invariablemente han desembocado en grandes conflagraciones bélicas entre las potencias hegemónicas.

Hasta hoy la guerra entre las potencias centrales ha sido el árbitro último de todas las sucesiones hegemónicas. La rivalidad entre ellas, secularmente observada, apunta a la conveniencia de la comparación histórica especialmente de aquellos periodos como el comprendido entre 1870-1914 o el de 1919-1938 en los que un hegemón en declinación ha de enfrentar la competencia y los retos de potencias que emergen o que se han recobrado económica y tecnológicamente después de la guerra.

Ello no significa en modo alguno endosar la postura de quienes racionalizan "la necesidad" de un hegemón para garantizar el funcionamiento del sistema. Por el contrario, el ciclo hegemónico liderado por un hegemón incluye un manejo de la dinámica internacional que, después de su descomposición bloquista, ya ha desembocado en dos grandes conflagraciones.

Teórica e históricamente la unipolaridad o la existencia de un hegemón con primacía global no ha garantizado la pax perpetua, un imperativo en la era termonuclear y de la cohetería balística intercontinental.

Por esta razón llamo la atención sobre la centralidad en la actual constelación histórica de las contradicciones y conflictos entre los principales ejes económicos y estratégicos. Es decir, que además de la tríada Estados Unidos, Europa, Japón, es indispensable incluir a Rusia y China. A ello es necesario agregar que, a pesar del colapso soviético, persiste el "empate" en armas nucleares y cohetería balística intercontinental entre Washington y Moscú.

Documentos secretos dados a conocer por The New York Times (8 de marzo de 1992 p1) indican que, incluso después del colapso de la URSS, el Pentágono persistió en mantener una capacidad estratégica virtualmente idéntica a la existente durante la guerra fría, con Rusia en la mira.

Finalmente quedó hecha añicos la creencia, difundida por algunos ideólogos, de que en el actual periodo desapareció la competencia militar y la presencia de la geopolítica en los cálculos estatales.

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