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México D.F. Sábado 3 de mayo de 2003
Bernardo Barranco V.
Gustavo Gutiérrez, padre de la teología de la liberación
Tan lejos del Vaticano y tan cerca de los pobres, es una de las expresiones que trazan con exactitud al teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, recientemente galardonado con el premio Príncipe de Asturias por su "preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo que han tratado de tergiversar su mensaje", según dijo el jurado en rueda de prensa en Oviedo, España.
El prestigiado premio pone de relieve una de las más importantes corrientes teológicas del siglo XX: la teología de la liberación, tenazmente combatida por Roma hasta casi silenciarla de los ámbitos eclesiásticos latinoamericanos. Si bien el jurado externa que Gutiérrez es uno de los autores más espirituales de la teología de la liberación, y que sus planteamientos están sólidamente fundamentados en la Biblia, su designación sin duda incomodará a los sectores más rancios de la curia, que han ejercido ruda presión sobre los teólogos latinoamericanos desde hace más de 20 años.
Gustavo Gutiérrez nació en Lima, Perú, hace 74 años, estudió medicina en la Universidad de San Marcos, se ordenó sacerdote diocesano en 1950; hizo una licenciatura en sicología en Lovaina, Bélgica, y otra en teología en Lyon, Francia. Los historiadores señalan que ahí tuvo gran influencia de Metz y su teología política. Sin embargo, su vocación social la desarrolló como asesor de jóvenes intelectuales que se agruparon en la Unión Nacional de Estudiantes y en el contacto con las pastorales populares de Perú. Es una persona de inteligencia privilegiada, sagaz y agudo como pocos. Su cultura vasta, humor y capacidad comunicativa contrastan con su pequeña y frágil figura. Sin duda es un intelectual de gran prestigio en todo el mundo; ha recibido cerca de 20 doctorados honoris causa de recoonocidas universidades y ha escrito 15 libros en los que articula la teología con temáticas como la espiritualidad, la política, la sociedad y las ciencias sociales. De todos hay un tema que cruza su pensamiento y su obra: los pobres. Después de más de 15 años de no haberlo escuchado, tuve la oportunidad ahora en el Foro Mundial de Porto Alegre de corroborar su terquedad sobre la pobreza, así como su preocupación por la suerte de los más débiles y marginados.
En los años 60 el concepto "revolución" se saturó: la revolución cubana, la revolución en la libertad del democristiano chileno Frei, hasta los militares golpistas hacían sus revoluciones, como los brasileños, y los peruanos con Velasco Alvarado. Otro concepto que ya no expresaba ni la disposición ni la solución de los problemas y conflictos latinoamericanos era desarrollo. Por ello, la expresión bíblica liberación, lanzada por Gutiérrez a finales de los años 60, tuvo una acogida inmediata no sólo por círculos religiosos, sino intelectuales y políticos.
La teología latinoamericana de la liberación es hija de concilio, heredera directa de Populorum progresio (1967), y sobre todo de Medellín (1968). Liberación y pobreza darán nuevos contenidos a las prácticas religiosas de los católicos en el continente. Sin embargo, la burocracia vaticana, temerosa de los radicalismos y la pérdida de control de vastos movimientos pastorales y de novedosas ideas religiosas, para nada esconde su reticencia y rechazo. El regreso a la gran disciplina, expresión de Libanio, fue la gran tarea de Juan Pablo II. En el segundo posconcilio, la Iglesia se sentía amenazada por las disputas de fuertes corrientes político-eclesiales, modernas y premodernas, que amenazaban su identidad, por ello el Papa somete y recentra todas las percepciones centrífugas amenazantes; entre otros, como los teólogos de la liberación, grupos lefrevistas, corrientes feministas y posmodernos sufren persecución, cuestionamiento y constante presión a sus trabajos pastorales e intelectuales. Fue la famosa restauración de Wojtyla que el analista italiano Giancarlo Zízola formulara en 1987. Prácticamente en las décadas de los 80 y los 90 Gutiérrez es acosado sin piedad. Al principio el cardenal Juan Landázuri lo apoyó, pero cuando éste se retiró la posición de Gustavo se hizo vulnerable en extremo con el nuevo arzobispo de Lima. A los afanes disciplinarios del Vaticano se agregan factores locales, como la creciente conflictividad que ha vivido Perú, catalizada sin duda por Sendero Luminoso y el fenómeno Fujimori. Todo esto propicia que la Iglesia gire dramáticamente a la derecha en los años 90. Roma entrega la Iglesia peruana al Oups Dei, que actualmente detenta siete diócesis. Y su cardenal de Lima, Cipriani Calderón, es una verdadera pieza de colección, sobresaliente por su extremo conservadurismo ideológico y su torpeza pastoral.
Gustavo Gutiérrez se ha visto obligado a encontrar refugio con los dominicos. Otros teólogos, como Leonardo Boff, no soportaron más la presión disciplinaria de Roma y renunciaron. Gutiérrez, en cambio, para continuar su tarea teológica dentro de la Iglesia, se reconoce ahora en la Orden de los Predicadores, con la que tuvo contacto gracias a una de sus mayores pasiones intelectuales: la vida y la obra de Fray Bartolomé de las Casas, y también a maestros y teólogos dominicos contemporáneos que han influenciado su obra como son Chenu, Congar y Schillebeeckx. En suma, este premio significará remirar no sólo la obra teológica de Gustavo Gutiérrez, sino de la propia teología de la liberación. Es necesaria una nueva mirada, sin nostalgias ni añoranzas, porque la teología no sólo es un discurso sobre Dios sino que es, ante todo, prácticas pastorales y sociales. Y la teología de la liberación ahí está, no ha muerto, continúa vigente, porque la pobreza y la exclusión son la razón de su existencia y éstas se han agudizado bajo esta era global.
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