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México D.F. Miércoles 30 de abril de 2003
LA VERGÜENZA DE LA DISCRIMINACION
Ayer
el Senado de la República aprobó la Ley Federal para Prevenir
y Eliminar la Discriminación. Esta medida legislativa podría
parecer a primera vista superflua e inecesaria, si se considera que en
su artículo primero la Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos prohíbe "toda discriminación motivada
por origen étnico o nacional, el género, la edad, las capacidades
diferentes, la condición social, las condiciones de salud, la religión,
las opiniones, las preferencias, el estado civil o cualquier otra que atente
contra la dignidad humana y tenga por objeto menoscabar los derechos y
libertades de las personas".
Sin embargo, debe considerarse que las realidades y las
prácticas en la materia se encuentran muy lejos del precepto constitucional,
y la discriminación en nuestro país sigue siendo una vergüenza
cotidiana y omnipresente.
En nuestro país se discrimina en forma habitual
a los indígenas, a las mujeres, a los negros, a los viejos, a los
niños, a los discapacitados, a los pobres, a los homosexuales, a
las empleadas domésticas, a los extranjeros, a los albinos, a los
enfermos de sida, a los desempleados, a los zurdos, a los peatones, a los
protestantes, a las embarazadas y a los artistas, entre otras víctimas
de esta odiosa práctica.
En la capital de la República se discrimina a los
originarios de otras entidades, y en ellas se discrimina a los capitalinos.
Buena parte de la población alberga prejuicios raciales -que resultan
evidentemente insostenibles- contra los judíos, los gitanos y los
chinos.
México es tierra de asilo y de inmigración,
de mestizajes sucesivos y de múltiples sincretismos culturales,
pero al mismo tiempo nuestra sociedad está enferma de intolerancia,
de fobias y de rechazo injustificado a la diversidad. Reconocer tales rezagos
culturales y sociales es el obligado primer paso para superarlos; aceptar
nuestra diversidad étnica, lingüística, cultural, religiosa
y sexual es necesario para participar fluidamente en una globalidad a su
vez diversa y contrastada.
El combate a la discriminación no puede, sin embargo,
quedarse en un conjunto de medidas y campañas de concientización,
sensibilización y educación; se requiere además de
disposiciones legales que castiguen de alguna manera -así sea mediante
sanciones administrativas, como ocurre con la ley aprobada ayer- cualquier
acto discriminatorio. De esa forma el precepto contenido en el artículo
primero constitucional dejará de ser un buen deseo.
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