México D.F. Miércoles 30 de abril de 2003
José Steinsleger
Aunque se vista de seda...
En todo núcleo familiar nunca faltan los parientes singulares. Mamá por ejemplo, tuvo ocho tíos: cuatro hermanas que rezaban a diario y cuatro hermanos que rezaban a su modo. El uno era comunista ilustrado, el otro anarco-individualista, el tercero peronista-maricón y el cuarto, juez de la nación.
Tía Marinés se casó con un militar pronazi que en 1944, siendo interventor de la provincia de Tucumán, ordenó izar la bandera argentina a media asta en señal de luto por la caída de París. Veinte años después, tras un comentario mío acerca de Cuba, dijo: "ƑNo estarás volviéndote comunista? šSeguro que el tío Bernardo te lavó el cerebro! ƑSabías que los comunistas carecen de ética y moral y sólo merecen el paredón?"
Con desplante adolescente y coraje inspirado en las páginas de Así se templó el acero, respondí: "Posiblemente. Pero los comunistas saben por qué mueren en el paredón. En cambio, si los comunistas te enviasen al paredón nunca sabrías por qué, y eso es muy triste..." Tía Marinés interrumpió el diálogo: "Vamos, chicos... no se peleen, que las empanadas se enfrían..."
Así eran aquellas tertulias de tíos abuelos, primos, sobrinos y allegados, con discusiones que no terminaban bien, y tampoco mal, porque todos se querían. Hasta que un día mi prima Clota me confesó:
-ƑSabés que el nazi hijo de puta me tocó una teta? šY se dice general de la nación!
-Bueno, Clota... Yo te hubiese tocado las dos. Lo que importa es si te gustó o no te gustó.
-ƑQué dijiste? šRepetí lo que dijiste! ƑTe das cuenta que sos igual que él? Comunistas, nazis... štodos iguales! šNo tienen ética ni moral!"
En fin, época en que de tumbo en tumbo un joven empieza a preguntarse acerca de todo y va conformando, como puede, su propia escala de valores, principios y otras metafísicas del montón. Y por supuesto, con ayuda del tío Bernardo subrayé los párrafos del primer capítulo de La ideología alemana, donde Marx dice que "las abstracciones de por sí, separadas de la historia real, carecen de todo valor".
Al que más quise fue al tío Andresito, peronista y maricón. Me fascinaba el clima de exquisitez que emanaba de su humildísimo departamento situado en la azotea de un barrio popular de Buenos Aires. Con él aprendí a diferenciar la literatura buena de la mala y la importancia del arte en la vida. A él debo también el pensamiento que utilicé en mi artículo anterior: "en la sociedad de clases, la ética y la moral son los mejores polizontes de la gendarmería". No dijo (ni dije) "en la lucha de clases".
Asediándolo con otros asuntos, el tío Andresito manifestó: "A ver si nos entendemos. Yo no soy político. Soy puto. ƑPor qué defiendo el peronismo? Es simple: durante el peronismo fui empleado del Estado y nadie me jodió la vida. Cuando en el 55 cayó Perón y los llamados demócratas y liberales empezaron a fusilar y a torturar a los peronistas, me echaron del laburo (trabajo). Llevo 11 años tratando de que reconozcan mi jubilación y otras prestaciones sociales. Entablé demanda contra el Estado. ƑSabés lo que dijo el juez? Dijo que soy un tipo de ética y moral perversa para la sociedad".
Andresito murió en la miseria. Sus hermanos se ocuparon del entierro y yo de rescatar sus contados libros, discos, grabados y papeles. Uno de los libros se llama Su moral y la nuestra, ensayo breve de León Trotski, escrito a pocas cuadras de la redacción de este periódico, en la calle Viena de Coyoacán. En este librito, Trotski arremete contra quienes lo acusaban de "jesuita" y de "inmoralidad leninista" por los "excesos" en la represión del alzamiento de Kronstadt (1920).
Dice Trotski: "Hay que ser realmente muy torpe, tanto moral como intelectualmente, para identificar la reaccionaria moral policiaca del estalinismo con la moral revolucionaria de los bolcheviques... Los idealistas y los pacifistas siempre han culpado a la revolución por sus excesos. El meollo del asunto es que los excesos se derivan de la naturaleza misma de la revolución, que es en sí misma un exceso de la historia".
Trotski embistió contra los lobos "moderados" y "tolerantes" con piel de oveja, los chivatos con halo de santidad, los "pluralistas verbales" y demás "padrecitos laicos" de moral de sustancia inmutable que ya no deshilvanaban los problemas de la revolución. Y desenmascarando a los que se retiraban de la lucha, cambiaban de bando u optaban por la erudición falsa que con nada se comprometía advirtió acerca de quienes sin los escrúpulos más elementales al juzgar ideas, hombres y acontecimientos se ponen el traje de seda que les permite vivir en el equívoco, su elemento.
En Su moral y la nuestra, alegato vibrante de la ética comunista, Trotski desnudó -como dice su biógrafo Isaac Deutscher- la hipocresía de aquellas personas "de izquierda", que "en épocas de reacción triunfante se ponen a segregar, en doble cantidad, emanaciones de moral, pero cuya prédica va dirigida no tanto a la reacción triunfante cuanto a los revolucionarios perseguidos por ella".
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