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México D.F. Miércoles 30 de abril de 2003
Luis Linares Zapata
Los manoseos al TLCAN
La administración del presidente Fox está trabajando con una pesada carga emocional y no le atina al antídoto para neutralizarla, menos aún para convertirla en una oportunidad de renovación. El disidente voto que estuvo a punto de emitir respecto de la postura estadunidense en el Consejo de Seguridad le pesa demasiado, la acalambra hasta la inmovilidad, la coloca en una desventaja enorme frente a aquellos que consideraban sus reales aliados en este mundo globalizado. Fox sabe que a Bush y sus apoyadores europeos, Aznar y Blair, les produjo una gran desilusión la postura que adoptó, justo cuando más necesitaban de su concurso. En el lenguaje de los neoliberales de corte empresarial tal desilusión se entiende como una actitud timorata por parte del señalado, un pecado de lealtades, una distancia que los separa, aunque no de manera tajante. Tampoco como una causal de ruptura, sino como una falta de reciedumbre para enfrentar decisiones dolorosas, dañinas para sostener una imagen glamorosa o popular. En resumen, una apreciación de limitada capacidad ejecutiva para entregar resultados ante requerimientos de Estado y en consonancia con los que se consideran sus aliados.
Y así ha venido circulando el Ejecutivo federal mexicano, urgido de volver a la tesitura de otros tiempos en que la identificación parecía completa, cuando la sonrisa se mostraba sin esfuerzo entre los dos mandatarios del norte de América. Alegres días cuando el telefonazo encontraba un oído receptor instantáneo y los acuerdos se sentían al alcance de un soplo de aquel talento que pedía la enchilada completa. Nada parecía interponerse para un manazo de arrojo y aventura para poner en movimiento recursos masivos y darle forma y contenido a cuanto programa fuera necesario para lanzar a México por la senda de la prosperidad prometida.
La utopía de una nueva era de amables y fáciles relaciones que la historia insistía, por su necia parte, en remarcar con dolores y dificultades entre los dos países, se desvaneció de repente. El cariño y la camaradería se alejaron tan de sopetón que no se ha encontrado el modo adecuado para procesar el desafecto y la distancia. Las premoniciones anunciadas en la madeja de intereses que serían afectados, y que los empresarios avistaron con precisión y hasta con miedo, se han ido haciendo tangibles. De poco han servido las palabras de altos funcionarios del círculo interior de Bush (Powell) hablando de amnistía. Los diferendos son cosas del pasado, afirman una y otra vez. Pero el mundillo mexicano de las decisiones estratégicas es desconfiado, temeroso en su subordinación. Y tal vez tengan razón para esa intranquilidad, los estadunidenses, y no sólo sus dirigentes; saben disfrazar sus rencores, en especial cuando se ven acorralados por una opinión mundial que los contraría. Más todavía cuando, al final de su expedición punitiva por Medio Oriente, las cosas parecen irles a pedir de boca y muchos de los que antes los esquivaron o contradijeron quieren ahora subirse al carro de los triunfadores y participar del botín, entiéndase por ello la reconstrucción que se avecina o que ya empezó.
El gobierno de Fox, decía, se mueve por esa pendiente, con esa inseguridad de ya no ser recibido, de no ser escuchado ni apapachado como antes por su par estadunidense. La confianza en sus propios valores se esfumó y no encuentra el consejo, el apoyo que se la devuelva. Y cuando opta por una ruta que parecía al menos oportuna, como la anunciada por el secretario Creel de usar la colaboración en materia de seguridad como palanca negociadora, el Presidente interviene para anunciar las que parecían sus ocultas intenciones y habla de un TLCAN categoría plus. La corrección a esas aspiraciones, tan a la ligera, tan inesperadas, tan en la tonalidad de un vendedor de ilusiones e ignoradas por las dos contrapartes, llega de inmediato y todo se vuelve confusión y crítica. No contentos con ello en el gabinetazo, el secretario de Economía entra al manoseo del TLCAN y lo complementa con una moneda común, con una integración total aderezada con la sección migratoria de fronteras abiertas al libre flujo de personas. Un mercado común, qué digo, una comunidad similar a la europea, ni más ni menos y a mediano plazo.
Con tales tanteos de una torpeza inalcanzable como retaguardia Fox se dispone a renovar sus viajes al extranjero. Quiere entrevistarse, en la reunión del G-8 a la que fue invitado, con su colega Bush y limar asperezas, aclarar malentendidos, a lo mejor explicarle el porqué ya no usa botas. šDios nos guarde de tan ingenuo propósito! El texano, que tan familiarmente Fox trataba, ya no es el que asistirá a la reunión en Francia. Ahora es el vencedor de un árabe despótico. Lleva, porque él mismo se la puso, la aureola de un liberador de iraquíes oprimidos. Aquel personaje que declaró a México como su prioridad y concurrió al llamado de Fox para visitarlo en su rancho es, por arte de la transfiguración bélica, un candidato viable a la relección, con una imagen ensanchada a balazos y la piel curtida con miles de muertos. Con una visión en que el acento se pone en la hegemonía de su país, aunque no sea cualquier supremacía, sino una de magnitud indisputable. Pretende, nada menos y de aquí en adelante, escribir la historia. Ese es el nuevo personaje que encontrará entre los líderes que acudirán a la reunión del G-8 y no al simple vecino que acarreaba hasta un estigma de ilegitimidad electoral y que miraba con fingida soltura.
Fox está obligado a imaginar y utilizar otras armas que las usadas en su pretendido carisma de promotor. Tiene que actuar sin ese legajo que parte de deber algo a un pretendido amigo. Tendrá enfrente a un primo entre pares con su propia lógica de poder y despliegue de ambiciones. Fox debe sacarle algo de jugo productivo a la inocultable interrelación, casi dependencia en la que se encuentra inmerso. No puede dejar de reconocer las pretensiones estadunidense, su fuerza, su intemperante arrogancia y sesgarse un tanto para no ser arrollado. Tiene que encontrar, en la disparidad de riquezas, las oportunidades que puedan ofrecerse.
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