Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 24 de abril de 2003
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Política

Adolfo Sánchez Rebolledo

De una campaña a otra

La campaña electoral para renovar la Cámara de Diputados comenzó oficialmente el sábado pasado. Sin embargo, los partidos aún no se han dado cuenta, como si la elección de sus propios candidatos los hubiera dejado exhaustos, medio dormidos. šQué diferencia con el 2000! Entonces todos madrugaron, empezando por el señor Fox y sus amigos, que tenían prisa por hacer de la República una réplica del Guanajuato azul que les servía de referencia universal. Durante meses, mucho antes del banderazo de salida, ya iban en caballo de hacienda. Claro que en esos días buena parte de la sociedad civil, sobre todo aquel sector vinculado con el empresariado, quería un cambio que pusiera en consonancia el orden político con el económico, y para conseguirlo se movieron influencias, amistades, promesas y dinero. La Iglesia católica, con ganas de revancha, también hizo su parte para forjar esa coalición claramente volcada a la derecha. Sin embargo, fue el esfuerzo -a veces discreto, muchas veces secreto- de los llamados Amigos de Fox el que levantó la candidatura de la nada hasta echar (a patadas) al PRI de Los Pinos, según la fórmula predilecta de los neodemócratas blanquiazules. Y es que en los días de la campaña presidencial de 2000, los priístas parecían más anacrónicos que nunca: la candidatura de Labastida, no obstante sus pretensiones de modernidad, sonaba a viejo. El priísmo se presentaba a las elecciones devorado por sus propias contradicciones, incapaz de balbucear un frase atractiva contra la grisura permanente del gobierno zedillista. Sin discurso, atrapado en la ejecución del programa que el partido dice combatir, el PRI no puede ganar. Tampoco la izquierda representada por el PRD, que al final se desbarrancó sin que, por lo demás, sus dirigentes sacaran las conclusiones necesarias. Como sea, de la mano de la alternancia llegamos a la democracia, pero esos comicios tan laureados dejaron también una estela de corruptelas, la sensación de que al margen de los circuitos normales y legales algunos grupos de poder siguen actuando con métodos mafiosos que ya han costado demasiado a la incipiente democracia mexicana. El sentido común opositor podía esperarlo todo del PRI corporativo, pero de los Amigos de Fox, con sus credenciales de gente decente y "apolítica", Ƒquién lo iba a imaginar?

Hoy, al acercarnos a unas nuevas elecciones, los grandes objetivos de 2000 se han evaporado, al menos de los discursos de los políticos. Se acabó la transición; se agotaron las ofertas. Lo único que queda en pie es el escándalo, la reiteración de un lenguaje que a fuer de repetirse ha perdido cualquier vestigio de eficacia (si es que alguna vez la tuvo). No hay, pues, por qué extrañarse si con el desencanto crece la abstención. Ninguno de los grandes partidos se esfuerza lo más mínimo por distinguirse por la naturaleza de sus propuestas, que suelen quedarse en el papel. Más bien predomina la grilla de vieja estofa, la convicción del que el electorado no vale la pena de tales ejercicios, y en vez de elevar el nivel se disponen a reducirlo al escalón más bajo. Por ejemplo, es patético que algunos partidos, grandes y chicos -la estupidez se acomoda a cualquier tamaño-, postulen como candidatos a personajes conocidos pero de nula o escasa representatividad, con tal de recoger unos cuantos votos de más gracias a su cuestionable popularidad.

Incluso se molestan si alguien les recuerda que el primer deber de los partidos es formar a sus miembros y a la ciudadanía en principios y valores que permitan la disputa civilizada, la confrontación de posiciones diferentes para gobernar al país. Se sienten agraviados, pues entienden la autonomía de los partidos a la manera de un privilegio, no de un deber con responsabilidades. No se trata de que los partidos actúen al margen de los intereses que representan, como hermanas de la caridad, pero sí puede exigírseles que se comporten como "entidades de interés público", es decir, como las instituciones de Estado que por ley deberían ser, y no como grupos de presión al servicio de camarillas políticas o familiares.

La situación de México, la gravedad de sus problemas, comenzando por la desigualdad que reduce a millones a vivir en la miseria, nos obliga a construir una democracia cada vez más participativa, más vinculada a las necesidades reales de una sociedad fragmentada y frágil que no puede darse el lujo de hacer de la política un costoso juego de artificios. Los partidos existen porque vivimos en una sociedad diversa y plural en la que no se concibe la unanimidad, pero ese reconocimiento obliga a mucho más que a la participación electoral: obliga a los partidos a buscar puntos de acuerdo, mecanismos legales para hacer posible el desarrollo social. Hoy, al iniciarse la campaña, los partidos tienen una oportunidad inmejorable para convencer a la ciudadanía de que la democracia es algo más que el escándalo permanente.

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