Angeles González Gamio
Museo en riesgo
En los días recientes hemos leído y escuchado la preocupación de muchos ciudadanos, sobre la decisión del gobierno federal de dar al clero el antiguo Palacio del Arzobispado con el pretexto de instalar en ese sitio un museo de arte sacro.
Vamos a recordar brevemente la historia de este majestuoso edificio que está "montado" sobre el que fuese el templo de Tezcatlipoca, palaciego recinto que presidía ese dios dual "Espejo Humeante", temible pero a la vez ayudador de los humanos.
Se sabe, por los viejos cronistas, que era una de las construcciones más importantes de la ciudad azteca. Fue redificado en varias ocasiones, para hacerlo cada vez más suntuoso. Decorado con pinturas murales, el adoratorio en lo alto mostraba una impresionante escultura de Tezcatlipoca.
Valga recordar la descripción de fray Diego de Durán: "...el que en ella ha entrado, verá ser toda edificada sobre terrapleno, sin tener aposentos bajos, sino todo macizo el primer suelo. Allí estaba ese ídolo en su templo, no menos galano y torreado y almenado que el de Huitzilopochtli" (sic).
Esta belleza fue derruida al igual que el resto de las soberbias edificaciones prehispánicas, y con sus piedras fue levantada la ciudad española. Increíblemente en los cimientos quedaron parte de los antiguos palacios mexicas, que han surgido a la luz con las nuevas restauraciones, como es el caso del antiguo arzobispado.
Este palacio majestuoso comenzó en unas modestas casas que adquirió el arzobispo Zumárraga en 1534. Poco a poco se fueron ampliando y dignificando, hasta alcanzar su máximo esplendor palaciego a finales del siglo XVIII.
Al abandonarlo el clero, fue dedicado a usos diversos, entre otros: cárcel para reos políticos, imprenta del gobierno federal, oficinas del Diario Oficial de la Federación, de la Contaduría Mayor de Hacienda, escuela y guardería.
Así, mal sobrevivió hasta 1988, en que se emprendió una restauración a fondo que duró cuatro años. Durante su realización, se confirmó la razón fundamental de los severos problemas constructivos que padecía el magno edificio: el templo de Tezcatlipoca hacía sentir su presencia en los cimientos con soberbias escaleras, muros, esculturas y un impresionante monolito de 2.25 metros de diámetro extraordinariamente labrado, todo lo cual estaba materialmente partiendo al intruso que se le colocó encima.
Para resolver esta enorme dificultad se tomó la decisión de "crear tres cuerpos independientes, capaces de sobrevivir cada uno el problema y reducir el proceso de mantenerlo como una unidad arquitectónica", explica el arquitecto Sergio Zaldívar, coordinador del proyecto. Así se logró salvar el regio palacio, conviviendo con su contraparte prehispánica, de la cual se pueden admirar una maravillosa escalinata de piedra rosada, así como esculturas de piedra y de barro de gran belleza.
A partir de 1994 se convirtió en la sede del Museo de la Secretaría de Hacienda, que muestra la colección Pago en Especie, con la obra que dan los artistas para cubrir sus impuestos, así como el acervo patrimonial de la dependencia, que incluye pinturas, mobiliario, esculturas y objetos utilitarios.
También organiza excelentes exposiciones temporales y actividades como conciertos, presentación de coros, teatro y conferencias. Lo visitan cerca de un millón de personas al año; los domingos frecuentemente tiene que cerrar las puertas a mediodía por la cantidad de público que asiste a disfrutar el teatro infantil.
Ahora están presentando una extraordinaria exposición de los Cuadernos de la mierda que ha dado Francisco Toledo como pago de impuestos. La poco agraciada palabra se refiere a la concepción prehispánica de ese desecho humano, que inclusive tenía su diosa. Entre que son peras o son manzanas vaya rápido a verla, no sea que en un tiempo ya no podamos visitar este maravilloso museo, que depende de la Dirección General de Promoción Cultural y Acervo Patrimonial, de la Secretaría de Hacienda, que hasta hace unos días dirigió con gran talento Juana Inés Abreu.
No queda más que ir a brindar por su sobrevivencia en alguna de las cantinas de los alrededores; a unos pasos se encuentra la famosa cantina El Nivel, con cerca de 125 años de antigüedad, fue la primera con licencia oficial que hubo en la ciudad. Está ubicada en el que se dice fue el primer edificio de la universidad. Aunque de sus pasadas glorias, El Nivel sólo conserva el nombre, vale la pena una visita como homenaje a la nostalgia.
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