Martí Batres Guadarrama
Golpe de Estado mundial
Los sucesos de Irak nos obligan, al menos, a una reflexión ética inexorable. Algunos piensan que la situación mundial es una fatalidad, que sólo nos resta inclinar la cabeza ante la gran superpotencia y aceptar lo que hoy existe. Otros consideramos que nuestra obligación y la de nuestros gobiernos es trabajar para lograr un nuevo equilibrio mundial, dado que la presente situación no daña en exclusiva a un país -invadido y agredido como Irak-, sino que es altamente riesgosa para todo el mundo.
La guerra en Irak tiene entre sus múltiples trasfondos uno que afecta directamente a México: el cuestionamiento fáctico de Estados Unidos y otros grandes poderes económicos al principio que resguarda para sí las reservas petroleras en cada nación con capacidad de alta producción. En otras palabras, la pretensión para destruir el andamiaje jurídico mundial que protege las reservas petroleras potenciales para beneficio del país que las posee. Con lo que ocurre en Irak hoy se plantea la privatización y extranjerización de dichas reservas para que no sean más propiedad de determinada nación, sino que aun sin haberse extraído o procesado, las mismas puedan tener un dueño privado, ajeno al país y, obviamente, bajo el sello de una gran corporación estadunidense.
Otro de los múltiples trasfondos de la ilegal invasión a Irak es la atribución que se arroga Estados Unidos para impedir a otras naciones el desarrollo de tecnología que pudiera desembocar en la fabricación de armamentos, especialmente si son considerados de destrucción masiva. Es decir, que sólo la gran superpotencia y los países amigos del primer mundo pueden desarrollar dicha tecnología. De hecho, lo que hicieron con Irak fue irlo desarmando a lo largo de una década, utilizando a la ONU, mediante la presión directa de Estados Unidos hasta que no pudiera ofrecer resistencia. En consecuencia, es previsible que se aplique una estrategia común en contra de otros países que cuentan con armamento sofisticado, estrategia tendiente no al desarme del mundo, sino al desarme de aquellos gobiernos considerados rivales al estadunidense.
Otro ingrediente asentado en el fondo de este conflicto es una especie de derecho de veto que pretende institucionalizar Estados Unidos para poder decidir qué gobiernos son admisibles y cuáles no, qué gobiernos no son amigos y cuáles sí, y dónde hace falta "trabajar" para convertir en amigos a los gobiernos que no lo son, lo cual representa una amenaza para todos. Y al referimos a todos, obviamente vamos más allá de aquellos gobiernos incluidos en el eje del mal, de los países árabes o de las naciones que quedan de lo que una vez se conoció como bloque socialista. Hoy hasta Francia resiente los revanchismos económicos del gobierno estadunidense. Decimos, entonces, que estamos obligados a una reflexión ética porque no podríamos subsistir como nación soberana, con identidad y cultura propias, si no alentamos desde ahora la construcción de un orden mundial diferente.
Con todo y el avasallamiento de Irak por parte del gobierno de Estados Unidos y sus aliados, percibimos un desgaste político universal de los principales líderes promotores de esta guerra (Bush, Blair y Aznar), pero también, y por fortuna, la revitalización de un movimiento mundial, mucho más que pacifista; una irrupción social amplísima que reclama la conformación de otro orden mundial, de un régimen verdadero de derecho internacional que reivindique lo mejor de los valores civilizatorios de la especie humana. Esta obligación ética tiene la posibilidad de ser concretada.
Decimos que es real la posibilidad de concreción porque como nunca se ha exhibido la verdadera naturaleza totalitaria del sistema político de Estados Unidos. Si durante largo tiempo levantamos nuestra voz para condenar a los gobiernos que en América Latina y otros lugares del mundo asesinaban a su gente (a esos que calificamos como dictaduras o regímenes autoritarios o francamente totalitarios), con mayor razón advertimos la naturaleza totalitaria de un gobierno mundial al que nadie eligió, que es un gobierno fáctico, que opera como si diera un golpe de Estado mundial; que asesina no sólo la libertad de prensa, sino a periodistas, que no admite más punto de vista que el suyo y que representa una especie de gobierno tanto o más totalitario que los que hemos censurado a escala mundial.
Por eso en estos días valoramos, por ejemplo, el discurso pacifista de la comunidad cinematográfica de México, como también reclamamos del gobierno mexicano congruencia en la postura internacional en el caso de Cuba. No sería congruente que el gobierno mexicano se haya negado a votar en favor de una resolución que promovieron los países árabes sobre el asunto de la violación de los derechos humanos en Irak y que por otra parte sí pretenda sumarse a la condena hacia el gobierno de la Isla.
Independientemente de todo lo que debe avanzarse en materia de derechos humanos en el mundo entero, el problema fundamental no se encuentra en Cuba, sino en Irak y se materializa en las masacres, el genocidio, el aplastamiento de la libertad de expresión, el derecho de un pueblo a elegir gobernantes y en la destrucción masiva de vidas humanas inocentes que lleva en aquel país el gobierno de presidente Bush.