Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 28 de marzo de 2003
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Política

Adolfo Sánchez Rebolledo

México y la guerra

El gobierno del presidente Fox ha probado el dulce sabor de la solidaridad. Su condena a la guerra, a pesar de las vacilaciones, le ha valido la aprobación ciudadana medida por las encuestas y también ha unificado el apoyo de las fuerzas representadas en el Congreso. Los mismos políticos que ya estaban trenzados en la riña callejera prelectoral se dieron un respiro de civilidad al unir sus voces en defensa de la política exterior soberana. En contraste, a pesar de la irritación general, sorprende la relativa debilidad de las manifestaciones populares por la paz, tomando en cuenta que prácticamente todo el país, salvo las contadas excepciones de la nueva derecha intelectual y ciertos grupos empresariales, han condenado la guerra de intervención en Irak. Sea por la improvisación o por las provocaciones habituales, el hecho es que las demostraciones contra la guerra -a las que nadie puede quitarles el mérito de ser las primeras- aún no están a la altura de la exigencias, sobre todo si tomamos en cuenta el curso de la guerra y las posibles represalias que en el futuro podrían desatarse por parte de Estados Unidos.

Falta una iniciativa de gran aliento que sea capaz de convocar sin exclusiones de ningún tipo a todas las organizaciones de la sociedad civil, pero también a los partidos, a las iglesias y los ciudadanos comunes y corrientes a expresar su repudio a la incalificable agresión que Estados Unidos lleva a cabo desde hace una semana. Dicho de otro modo: urge poner en marcha una movilización nacional amplia, plural, concentrada en el tema de la paz, abierta a todas las corrientes que deseen poner algo de su parte para impedir que al término del conflicto Estados Unidos intente cobrarse las facturas pendientes.

Pretender que Estados Unidos dejará pasar la posición mexicana sin aplicar algunos correctivos es, de nuevo, una ilusión de los mismos que pedían votar a favor de la guerra para evitar las represalias económicas.

Por lo pronto, la "sugerencia" de que Adolfo Aguilar Zinser sea sustituido por otro embajador para presidir el Consejo de Seguridad es una presión injustificable, apenas encubierta bajo el velo de una supuesta filtración no avalada por el Departamento de Estado. Afortunadamente, la Secretaría de Relaciones Exteriores detuvo las especulaciones, pero es obvio que la cosa no va a parar aquí pues la Casa Blanca quiere tener bajo control las principales coordenadas diplomáticas con vistas a la "reconstrucción" de Irak que, en teoría, comenzará con el fin de las operaciones bélicas. Estados Unidos desea revivir a la ONU para legitimar a posteriori su injerencia y validar el reordenamiento político de la región bajo su más completa hegemonía. Y una postura como la de México seguramente le estorba si, como esperamos, se mantiene la línea de respeto al derecho internacional que la caracteriza.

Así pues, elevar el tono de la protesta, ampliarla y hacerla crecer es un imperativo moral, pero también y sobre todo un ejercicio de sobrevivencia ante las amenazas que se ciernen sobre nosotros mismos. Para México no hay duda de que la causa de la paz es al mismo tiempo la causa de su soberanía, la expresión de su voluntad de seguir siendo una nación independiente en un mundo que ya se ha globalizado.

La opción mexicana no es el aislamiento sino la cooperación, la búsqueda de un orden internacional menos polarizado e injusto. México sabe, casi como ningún otro país de la Tierra, cuáles son los riesgos de convivir con un superpotencia; y porque ha padecido en carne propia esa vecindad inevitable hoy debe condenar la guerra imperial que Estados Unidos ha lanzado contra Irak.

No es cualquier cosa.

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