Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 21 de marzo de 2003
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Política

Horacio Labastida

ƑNazismo global?

Una concepción de la sociedad generosa y certera por su justa interpretación de la historia se convierte en ideología política cuando elites la usan para legitimar un mando que garantice la reproducción de sus privilegios frente a las grandes mayorías del pueblo, doctrina recogida en la discusión sobre ciencias políticas que se llevó a cabo en la Universidad de Marburgo hacia 1968. En el manuscrito que entregó Kurt Lenk para ser considerado en el debate, titulado La ciencia política como crítica e instrumento de poder, se anota que "si el valor cognoscitivo de una teoría política sede el paso a la función apologética de la teoría, o sea, el ocultamiento de aspectos negativos de la realidad, nos hallamos ante una ideología política, tergiversándose valores e ideales connotados en la teoría política, al ser utilizados como banderas justificadoras de sus imposiciones. Lo más grave de la conversión del saber científico en ideología ocurre cuando las elites conquistan el gobierno y usan la soberanía del Estado o poder político en provecho exclusivo de sus intereses. Queda claro que el compromiso de la razón con la verdad es metamorfoseado en gran mentira parcializadora de las decisiones del aparato estatal.

Traemos esas consideraciones sobre ideologización de la verdad, porque es el proceso que hoy maneja George W. Bush y sus más allegados consejeros para intentar establecer un imperialismo global que revalida y perfecciona el nazismo que Adolfo Hitler implantó en Alemania a partir de 1933.

Tres fueron las categorías centrales del Tercer Reich como proyecto de Estado hegemónico sobre el resto de la humanidad. La primera es la transformación del hombre Hitler en führer, es decir, en vicario único del poder supremo, de manera que al hablar transmitía no palabras personales, sino las de una entidad divina, apodícticas en el señalamiento de la redención del hombre. Disentir merecía castigos terribles y la muerte. Esta categoría, que hace verdad absoluta la palabra del führer, sustenta el totalitarismo nazi. La segunda categoría, entrelazada con la anterior, fue la raza pura o raza germana identificada con los valores culminantes de lo divino, racismo que constituiría el corazón de la Weltanschauung o misión histórica del nazismo: mantener la pureza de la raza y evitar su contaminación con otras. Los opositores a la raza pura son "embusteros y traidores a la civilización", se anota en Mein Kamf, el evangelio de Hitler. La tercera ínclita categoría del nazismo es el espacio vital: el derecho eminente de tomar en su favor los recursos que garanticen su existencia, sin importar que pertenezcan a otras naciones. No hacerlo así sería ignorar la voluntad divina de la raza pura y cometer apostasía.

ƑCómo dar cumplimiento a esta ideología nazi? Montando, primero, un ejército avasallante, e invadiendo después territorios extranjeros sin límite. Este fue el plan que condujo a la derrota nazi y al suicidio de 1945, una docena de años luego del discurso que pronunció Hitler el 30 de enero de 1933 ante el presidente Von Hindenburg. La célebre y democrática República de Weimar cerró sus puertas para abrir la ruta de una catástrofe que parece reciclarse en esta semana.

Sin contar antecedentes que Alfredo Jalife-Rahme ha anotado cuidadosamente en su columna Bajo la Lupa en distintos números de La Jornada, la revisión cuidadosa de las declaraciones y discursos de la alta burocracia de Washington, incluido el presidente Bush, exhiben una innovadora actualización del pensamiento nazi.

Bush aparece claramente desde el 11/9 como el vicario faraónico de una entidad divina, la democracia estadunidense como democracia impar, paradigmática. El ser demócrata exige la copia de la patente estadunidense y la anuencia y bendición de la Casa Blanca. Cualquier otra forma del ser demócrata es apostasía imperdonable. La palabra de Bush es la palabra de la democracia única, exclusiva de la elite washingtoniana, excluyente y no incluyente. La diversidad es considerada tiranía feroz y diabólica. Y la posesión de la verdad democrática inapelable fundamenta el deber washingtoniano de exigir acatamiento de los demás. En caso contrario, la fuerza militar hará lo que sea necesario, comprendida la marginación de la comunidad internacional, innecesaria cuando se dispone de una fuerza bélica sin igual para arrasar lo que sea indispensable arrasar.

La democracia estadunidense, ninguna otra, será extendida por el orbe mediante dos métodos: la ocupación y el entronamiento de gobiernos peleles, que entreguen el usufructo de los recursos materiales y humanos a las grandes corporaciones supercapitalistas cobijadas en el Tío Sam.

Un nuevo vicariato de la diosa libertad, la democracia estadunidense en su papel de ideología inapelable y la sujeción de naciones en el marco de un espacio vital modernizado, apoyado en armas de destrucción masiva y no masiva, dan perfil al naciente globalismo neonazi. Su punto de partida será la inmolación de Bagdad ante la riqueza petrolera iraquí.

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