Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 21 de marzo de 2003
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Mundo
Treinta y cinco misiles no pudieron destruir a Hussein

El ataque a la capital iraquí se inició con un sollozo, no con un trueno

ROBERT FISK ENVIADO ESPECIAL THE INDEPENDENT

Bagdad, 20 de marzo. Si este fue el inicio de la "guerra contra Saddam" de George Bush, fue en verdad patético. Tras dos estruendos apagados muy al sur de Bagdad la mañana de este jueves, y un destello de fuego de rastreadores y baterías antiaéreas sobre la capital iraquí, lo único que se podía concluir era que el conflicto angloestadunidense se había iniciado con un sollozo y no con un trueno. Treinta y cinco misiles crucero -al costo de 40 millones de dólares, junto con cuatro ataques aéreos- no pudieron destruir a Saddam. En otras palabras, los estadunidenses fallaron.

Y en la hora siguiente, a las 5:30 de la mañana, allí estaba Saddam en persona en la televisión gubernamental iraquí, especificando la hora y minuto exactos de su aparición posterior al ataque, con aspecto de cansancio quizá pero con esa misma voz pedregosa que le hemos conocido a lo largo de los años. "Tú triunfarás, pueblo iraquí", anunció. "Tu enemigo irá al infierno y morirá, con el favor de Dios." Como de costumbre, no olvidó su reiterativa retórica militar. "Usen la espada, no teman. Usen la espada. No le teman a nadie. Usen la espada y será su testigo..."

Así que Saddam ganó el primer round. Todo el día los iraquíes se preguntaron qué hacían los estadunidenses. Habían oído que el presidente George Bush hablaba de una "coalición" de 35 naciones, aunque saben bien que sólo los británicos están preparados para combatir junto con los estadunidenses. No podían entender por qué Bush, que ha alardeado del "estremecimiento" y el "asombro" de su bombardeo aéreo, tenía que empezar en esta forma. Esperaban el rugido de un león, y todo lo que recibieron fue un ratón, un "blanco de oportunidad", como le llamó el Pentágono, que simplemente falló.

Al principio la ciudad de Bagdad quedó pasmada ante el estallido de la guerra. Durante más de una hora observé a los rastreadores cruzar el cielo del alba sobre la ciudad y el destello amarillo de las baterías antiaéreas emplazadas en el techo de un ministerio. El sonido era impresionante -los iraquíes siempre han sido buenos para los efectos de sonido tipo bombardeo de Londres-, pero cuando llegó la luz del día las primeras explosiones se confundían con las llamadas a la oración del Fajr desde los alminares de Bagdad. ¿En cuántas ocasiones durante los últimos mil años, me pregunté, habrán resonado bajo sitio esas mismas campanadas en esta enorme ciudad?

"No nos había dicho eso antes"

Algunos iraquíes compraban periódicos, sujetos a férreo control gubernamental e impresos demasiado tarde por el ataque aéreo, pero llenos de los usuales exhortos a la lucha. Sólo unas cuantas tiendas abrieron; mi búsqueda de frutas y verduras frescas resultó inútil. Había más soldados en las calles y policías con nuevos cascos de acero que tienen cintas plásticas de camuflaje, y cuadrillas de jóvenes que cavaban trincheras y las rodeaban de costales de arena. Sin embargo, sólo vi dos vehículos blindados en toda la ciudad y la mayoría de los soldados sonreían a los periodistas y hacían obedientes la V de la victoria.

¿Podían hacer otra cosa? Causó mucha discusión en Irak -como probablemente en Europa y América- la extraordinaria indicación de Bush de que esta guerra "podría durar más y ser más difícil de lo que esperábamos". Un hombre de negocios iraquí que comía en uno de los pocos hoteles que quedan abiertos en la ciudad concluyó que las dificultades del conflicto de Bush se mantuvieron ocultas a los estadunidenses y británicos hasta que fue demasiado tarde para dar marcha atrás. Hasta los pocos occidentales en Bagdad se quedaron con la boca abierta. Como uno de ellos dijo, "no nos había dicho eso antes".

En los alrededores de Bagdad se atrincheraban los soldados de Saddam. En un viaje de 25 kilómetros hacia las afueras, hoy, vi hombres levantando emplazamientos de artillería en las entradas de la ciudad y camiones militares ocultos bajo los pasos a desnivel, así como cuarteles abandonados deliberadamente. Son tácticas normales en cualquier ejército a la defensiva -los serbios hicieron exactamente lo mismo antes del bombardeo de la OTAN, en 1999-, mientras cada instalación importante era resguardada por voluntarios baazistas y miembros de tribus locales.

En un gran silo que visité -había aún dos australianas sirviendo de escudos humanos- casi todo trabajador estaba armado con un rifle Kalashnikov. El ministro iraquí de Comercio, flanqueado por dos docenas de fotógrafos, se presentó para expresar su gratitud a las dos damas, que mostraron radiantes sonrisas a las cámaras. Quizá más tarde, cuando la guerra termine, consideren su participación en este teatrito como algo que es mejor olvidar que recordar. Todo dependerá, por supuesto, de qué conejos salgan del sombrero si Estados Unidos "prevalece" -como le gusta decir a Bush- y cómo mire el mundo entonces al régimen de Saddam. Por hoy está muy vivo aún.

Todos los cruceros de ferrocarril están custodiados por soldados y milicianos, y en la mayoría hay retenes militares. Irak, sin embargo, es un país que lleva demasiado tiempo en guerra. Las casas sin pintar de los suburbios, las buganvilias que crecen sin que nadie las cultive, los vagones vacíos y las máquinas diesel abandonadas que saturan los patios ferroviarios hablan de cansancio y de una economía en ruinas. Las plataformas de la gran estación de ferrocarril de Bagdad -una extravagancia imperial construida por los ingleses durante el mandato posterior a la Primera Guerra Mundial, con todo y domo seudoislámico- están cubiertas de hierba y maleza. Vaya un lugar para que Bush y Blair peleen por él, fue una idea inevitable en ese momento. Y sólo al volver a Bagdad, donde se puede ver el gas butano quemándose en las refinerías de petróleo, puede uno recordar qué es lo que ha hecho de Irak un objetivo tan tentador desde 1917.

© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

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