Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 20 de marzo de 2003
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Política

Sergio Zermeño

La guerra interior

La guerra es un espectáculo mayor, sobre todo hoy, con la tecnología comunicacional y la telepantalla. Damos inicio a una etapa de distracción sobre nuestras guerras internas, que podría ser larga.

Gran esfuerzo hicieron la semana pasada el Parlamento de Mujeres y nuestro periódico (con los reportajes de Villamil, Breach, Villalpando y Pérez Silva) al llamar la atención hacia el lugar donde se ha desgarrado de la manera más aterradora nuestra moral pública: el feminicidio de Ciudad Juárez. Una guerra consumada: la muerte por violación, mutilaciones, estrangulamiento, suplicios, cortes e incineraciones de más de 300 mujeres jóvenes, la mayoría entre 13 y 20 años de edad, morenas, pobres; y algo más: esos cadáveres mal enterrados son sólo la parte visible del terror, pues los reportajes hacen referencia a 4 mil desaparecidas (se hablaba de 500 hasta hace poco).

Pero lo que realmente desespera a la opinión pública, pasados 10 años de barbarie, es la impunidad. ƑPor qué nadie detiene la mortandad? ƑPor qué los pocos arrestos parecen más bien de chivos expiatorios, no puntas de madeja que permitan desentrañar el feminicidio?

Uno de los periodistas mencionados, entrevistando a un "perito" en criminalística, escribe: "Los crímenes reportan una dinámica muy similar... estamos ante un patrón que puede conducirnos al mismo asesino o a un grupo de homicidas que opera en la frontera". Sin embargo, estas hipótesis de serie televisiva son las que más han retrasado la comprensión de este horror.

Sería asombroso que uno o un grupo de asesinos hubiera podido matar a tantos cientos de jóvenes sin ser identificado; tantos entierros impunes en un espacio abierto, faltarían tianguis para comerciar con todas esas filmaciones de la tortura, según lo quiere otra hipótesis. Y es que el error o el ángulo viciado es seguir creyendo que el enemigo está afuera y no aceptar que es parte de la sociedad: está entre nosotros.

Seguir pensando que "el mismo patrón se repite", que ya caerán el o los asesinos es el mayor engaño, favorece el sensacionalismo de los medios de comunicación y es fomentado por las autoridades federales y estatales, porque exculpa al modelo maquilador, imán de la inversión extranjera. No nada más los gobiernos, sino los propios ciudadanos del norte rechazan la idea: "nuestro motor del desarrollo no puede estar produciendo enfermos en su interior". Por eso fue tan publicitada la figura del egipcio Sharif, extranjero sin familia, quien en 1995 fue acusado de consumar asesinatos en serie y de seguirlos consumando desde la cárcel mediante Los Rebeldes y traileros foráneos (resultó que ni entre ellos se conocían).

Por eso también, cuando este personaje fue aprendido, el gobernador Patricio Martínez se dirigió con fanfarrias a "la industria internacional": "Ciudad Juárez está recuperando la paz, deja atrás la angustia". El drama apenas comenzaba.

Muy poco se ha atendido lo que Marcela Lagarde, Israel Covarrubias o Sergio González se han atrevido a sugerir que estamos ante un fenómeno de copycat: "la impunidad generalizada me da las justificaciones para ejercer mi barbarie".

Dado que no hay afuera ni adentro, los asesinos son policías, traileros, pandillas juveniles, borrachos de fin de fiesta. Y es que hay una alteración de los roles de género: en el nivel de los obreros menos calificados 80 por ciento son jovencitas porque los hombres, como decíamos en otro momento, aceptan menos disciplinarse en esos empleos agobiantes de soldar o coser durante ocho horas; ellos, en cambio, quieren ir "al otro lado", ganar en dólares, pero sólo una parte lo logra.

Entonces, aunque los salarios sean miserables son las mujeres las que los reciben, las que observan una disciplina en el empleo, tratan de establecer un orden en el hogar y en la sociedad, se dan el lujo de sacar a bailar a los tipos y comprarles las bebidas en las fiestas de galerón los fines de semana. Hay un machismo frustrado, ofendido que se desata en una misoginia asesina ante las menores provocaciones.

Para enfrentar este fenómeno no sirve llamar al FBI, es necesario establecer un programa de cooperación entre ciudadanos organizados en barrios, gobiernos locales, estatales y federales, maquiladoras (que "tendrían" la obligación moral de destinar recursos para proteger a sus trabajadoras), organizaciones no gubernamentales, universidades, etcétera.

Vicente Fox no tiene razón al negarse a intervenir en este drama, desde el momento en que muchos de aquellos cuerpos policiacos han estado involucrados en estas muertes. La tarea es muy complicada y requiere la combinación de todos los esfuerzos en una periferia marginal con altísimo porcentaje de inmigrantes, donde la solidaridad y la confianza son difíciles. Es un asunto de enfermedad social, no de criminalística, ni una arena de descalificación entre partidos. Es nuestra guerra interior.

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