La Jornada Semanal,   domingo 16 de marzo del 2003        núm. 419
Marco Antonio Campos

Baricco y la globalización


En febrero de 2002 se editó en Milán, en un libro titulado Next, la reunión de cuatro artículos que Alessandro Baricco publicó antes en el diario La Reppublica. Tiene como subtítulo o añadido: "Pequeño libro sobre la globalización y el mundo que vendrá." No contiene la detallada información de libros minuciosamente críticos como No logo, de la canadiense Naomi Klein, o de Impero, de Michael Hardt y Antonio Negri, pero puede servir de útil introducción. 

Conocíamos a Baricco ante todo por sus narraciones y su crítica musical. De sus ficciones preferimos una breve y triste novela, Seta, que narra una historia de amor delicadamente cruel, que tiene como fondo el sur de Francia y el Japón del siglo xix, y asimismo una alhaja teatral, un monólogo precioso, Novecento, que versa sobre un prodigioso pianista, quien nació en un barco en el año de 1900 y vivió y murió en el barco, sin atreverse nunca a pisar tierra, y que Giuseppe Tornatore llevó al cine con igual emoción y belleza. Es una historia conmovedora y llena de ternuras que tiene quizá uno de sus momentos cruciales el duelo grandioso que sostiene Novecento con el gran pianista de la época, el supuesto inventor del jazz, Jelly Roll Morton, con el que juega al principio y luego humilla y derrota. Es curioso: el país casi ausente de las ficciones de Baricco es Italia. Dentro del espléndido renacimiento narrativo de los últimos lustros en Italia, donde brillan nombres como Umberto Eco, Claudio Magris, Antonio Tabucchi y Roberto Calasso, hay al menos dos autores relativamente jóvenes que parecen ser la cola de fuego de los astros: Carlo Lucarelli (Parma, 1960), autor de notables novelas policiacas, y Alessandro Baricco (Turín, 1958).

De entrada Baricco se cura en salud y explica que el libro no es el de un experto, pero el cual, "del modo más simple, trata de entender qué es la globalización, usando las contribuciones de los expertos y una buena dosis de ingenuidad". En su criterio un escritor tiene la ventaja de explicar mejor las cosas que un docente universitario o un ministro de Economía y ver con distancia y sin prejuicios los hechos.

Definir la globalización no es fácil; a menudo se le confunde con modernización, colonización, imperialismo. Si uno pregunta a la gente, sus respuestas suelen ser más intuitivas que racionales. Ante esto Baricco prefiere ejemplificar. 

Quizá el gran intento de hacer un mundo más humano e igualitario fue el establecimiento del socialismo; resultó pronto una mixtificación gigantesca, donde el Partido, el Comité Central y el Secretario General usurpaban el papel horizontal de la sociedad, y donde la economía, dirigida desde el Estado, terminó en agua estancada. Las libertades se ahogaron durante décadas y la realidad cruel para los disidentes fueron las purgas innumerables, los campos de concentración, las cárceles, la excomunión política, la persecución inquisitorial (que incluía también a las familias). La caída de este remedo de socialismo o de socialismo adulterado era inevitable y dolorosamente necesaria, pero tuvo consecuencias terribles: no sólo, por una parte, para aquellos que lucharon por un socialismo con rostro humano, sino por otra, porque fue un triunfo lujoso para quienes estimaban que el capitalismo era la verdadera, o quizá, la única vía, y porque derivó en un avance de las corrientes ultraderechistas en Europa y Rusia. Como si no se hubiera aprendido la lección de los años treinta y cuarenta del siglo xx, en Italia, Austria, Suiza y Portugal los nuevos fascistas son gobierno o forman parte del gobierno y en Francia, Bélgica, Holanda, Noruega y varios países de la Europa Oriental, han avanzado peligrosamente. Frente al auge de la ultraderecha racista y autoritaria la izquierda ha sido incapaz de renovarse y, por tanto, de representar un contrafuerte a los nuevos bárbaros. 

Más: la caída de los regímenes del socialismo burocrático en los países de la ex urss y de los países del este europeo, representó, por un lado, la apertura de nuevas e inmensas plazas para las economías de las potencias mayores occidentales, principalmente Estados Unidos y Alemania, y por otro, comenzó a fertilizar la idea de un mundo globalizado. ¿Cuál era la idea principal de la globalización? En el fondo y en la superficie era muy simple: que el dinero y los productos circularan en mercados mucho más amplios. En un excelente parangón, Baricco (tómense en cuenta las épocas) compara la globalización con el West, es decir, con la conquista del oeste americano: si el ferrocarril acortaba entonces las distancias, ahora podía realizarlo el internet. Uno y otro, en épocas distintas, "hacían de un enorme espacio un país único" para que el dinero circulara con mucha más libertad. O dicho de otra manera: se necesitaba que la gente creyera que el Oeste era una tierra de promisión como a principios de los años noventa del siglo xx se necesitaba pensar que la globalización era como un nuevo El Dorado. Debía hacerse creer a la gente algo que no existía: la globalización como "una proyección fantástica que, considerada real, se volvería real". Para ganar esos mercados en un mundo visto como una Gran Empresa, sin embargo, apunta Baricco, no era necesaria ya la guerra sino la paz. 

La globalización crea de principio la ilusión de que todo está al alcance de la mano. Gracias a internet podemos conectarnos donde quiera y comprar lo que queramos. ¿Pero esto es cierto? Para Baricco mucho menos de lo que se cree. Por ejemplo, la famosa publicidad de la ibm de los monjes tibetanos ligados a internet para mostrar que hasta ellos lo utilizan es magnífica pero falsa; en la realidad los monjes tibetanos no tienen ni idea de lo que es internet. Baricco trata de mostrar asimismo que la compra de acciones en cualquier bolsa del mundo no es tan fácil como se piensa y que la compra de objetos de consumo por internet (poniendo, por modelo, los casos de automóviles, de zapatos, de libros y de la Coca Cola) es mucho menos de lo que se cree.

La globalización se realiza, me parece, a través sobre todo de cuatro grandes vías: la industria, el comercio, la banca y la informática, o si se quiere mejor, las cuatro se interrelacionan vivamente, es decir, una no puede vivir sin las otras. 

El principal y gran problema es que la globalización está impuesta desde arriba. Tenemos la impresión que Baricco, con todas sus buenas intenciones, incluso la de concluir soñando y fantaseando en una globalización "buena" y "limpia", la entiende más como un ciudadano que pertenece a una nación que forma parte de las ocho más poderosas del mundo, esas naciones que tienen el poder militar pero sobre todo el poder económico, y quienes están en mayor capacidad de instalar sus industrias, de comercializar sus productos y de especular con su dinero en las bolsas y las casas de cambio en los países de economías frágiles. No es lo mismo en México ser los dueños, accionistas, directivos o gerentes de industrias extranjeras como las francesas Moulinex y Saint Gobain, las holandesas Philips y Shell, las farmacéuticas alemanas Bayer, Baesf y Knoll, las finlandesas Nokia y Fiskars, las estadunidenses Microsoft, Intel y las automotrices (Chrysler, Ford, General Motors), que ser un asalariado del país donde se instala la fábrica. En México, por ejemplo, la inversión extranjera crea y sostiene el empleo, pero el dinero se queda apenas en el país, y el capital, al menor signo de inseguridad o de mejores condiciones en otros países, puede salir en cualquier momento, como sucedió con el cierre de hecho de la mitad de las maquiladoras de la frontera norte. El colmo: en nuestro país, para poner una empresa, un hombre de negocios mexicano tiene que realizar un sin fin de trámites, enfrentarse contra demandas sindicales antes de que se eche andar la empresa, mientras al capital extranjero se le privilegia y se le abren las puertas de par en par. En fin y en suma: en el mundo globalizado las reglas las ponen hoy más que nunca los poderosos, en este caso, principalmente, el Grupo de los Ocho, y en segundo plano, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Es un mundo ideado por los empresarios y banqueros de los países más ricos. Hobbes sigue más vivo que nunca: el pez grande se come al chico, o como dice Baricco en una fórmula común, se impone la ley del más fuerte. La guerra por los mercados es tan salvaje, el miedo de las grandes potencias a ser superadas y avasalladas por los otras es tan grande, que se han creado vigorosos bloques, de los cuales, los principales son, con las diferencias medianas o pequeñas o abismales entre cada país, la Unión Europea, el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica y la apec (Asian Pacific Economic Community). ¿Dónde quedan en esto los beneficios para grandes franjas del planeta como el África, el Caribe y Centroamérica, las ex repúblicas soviéticas, los países árabes? En la competencia furiosa, ganan los más fuertes y los más hábiles, pero a muchos de los países pobres les llega poco o nada de los beneficios de un mundo múltiple e interrelacionado. No en balde, en un planeta donde el dinero es el dios, los partidos han ido perdiendo credibilidad y legitimidad y la ultraderecha ha crecido con sus tentáculos criminales. México no es la excepción. 

En teoría, la globalización para Baricco tiene sus grandes bondades: "La circulación de las ideas, la multiplicación de las experiencias posibles, la superación de los nacionalismos, la adopción de la paz como terreno obligado del crecimiento colectivo." Nos permitimos diferir parcialmente. Las dos últimas ideas nos parecen correctas, pero las dos primeras no son sólo demasiado generales, sino han existido sin un mundo globalizado, y aun, por ejemplo, decir algo tan palmario y obvio como "la multiplicación de las experiencias posibles" no ayuda como argumento a convencer a nadie. Desde luego estamos en contra de los odiosos nacionalismos criminales, como los de eta o los países balcánicos, pero ante el peligro de la absorción industrial, comercial y cultural, un país debe aprender a proteger su industria, a defender su comercio interior, a cuidar su pasado histórico, su cultura y su arte. No en balde Baricco considera los dos mayores peligros de la globalización al extrapoder de los Brand y la homologación cultural. 

Una homologación cultural que cada día se vuelve menos un peligro que una realidad. Ya desde principios del xx escritores, poetas y cronistas nuestros como Federico Gamboa, José Juan Tablada y Ramón López Velarde, en contraposición a la influencia francesa, que la preferían, advertían el riesgo de que fuéramos avasallados económica, cultural y aun religiosamente por los estadunidenses. Las décadas posteriores fueron demostrándolo a plenitud al grado que en encuestas realizadas un gran número de mexicanos no verían con desagrado la integración a los Estados Unidos. Si en el siglo xix los Santa Anna, los Gutiérrez Estrada, los Almonte, los Hidalgo y Esnaurrizar, los Arrangoiz, los arzobispos Labastida, hicieron hasta lo imposible porque nos tutelara un príncipe europeo, muchos quisieran ahora en el gabinete presidencial, principiando quizá por Fox, que los estados de la república se volvieran estrellas de la bandera estadunidense. Como en el siglo xix hay que luchar contra los enemigos de dentro y los enemigos de fuera. 

Al paso que vamos no será raro ver pronto una maquiladora, un Burger King y un Wal Mart detrás de la pirámide del sol y de la luna y un Banamex-Citibank y una farmacéutica alemana en el atrio de catedral. Desde luego para defendernos –recuérdense al menos los casos de Teotihuacán y de Cuicuilco, de la escuela de Conservación, Restauración y Museografía en San Diego Churubusco y de edificios de la Condesa– no contaremos con el Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah), cuyas autoridades al menos en los últimos quince años, saltándose a veces las vías legales, en vez de defender el patrimonio urbano, histórico y arqueológico, han permitido, encabezados a veces por ellos mismos, la depredación urbana, histórica y arqueológica.

En su sueño Baricco piensa que es posible inventar ese nuevo mundo globalizado. Ese mundo globalizado ya existe, pero algunos no tenemos ningún optimismo de que vaya a ser más habitable y más humano.