Ilán Semo
Saldos de la indecisión
La pregunta sobre los costos probables de un voto de México en la ONU en contra de la intervención militar inmediata de Estados Unidos en Irak supone otra pregunta más elemental, e inevitable, que nos remite a la historia breve y larga de los últimos dos meses: Ƒcuáles han sido y qué significado han tenido (hasta ahora) los saldos de la indecisión o la pasividad de la posición mexicana frente al conflicto que ha causado la mayor división entre las potencias que emergieron de la guerra fría?
Hasta diciembre de 2002, la actitud de México era relativamente legible: buscar, junto con Francia, Alemania y Rusia, una solución relativamente pacífica al problema del desarme de la dictadura de Saddam Hussein. En persona, el presidente Vicente Fox y el (posteriormente autodimitido) canciller Jorge G. Castañeda se encargaron de iniciar un acercamiento a los países europeos que apuntara hacia un política que contuviera la avidez bélica de Estados Unidos que, simultáneamente, fortalecería a la ONU como un sitio destacado para fijar nuevas reglas del juego en la formación de consensos internacionales. Esas nuevas reglas partían del reconocimiento de un hecho que abría un giro en la ONU: dejar atrás los tiempos (de la posguerra fría) de la unanimidad en el Consejo de Seguridad. Por cierto, el único escenario en el que los países periféricos pueden aspirar a hacer un poco de política internacional, capitalizando, como se decía hace un par de décadas, las contradicciones entre las grandes potencias. Son precisamente estas contradicciones las que han impedido hasta hoy que Estados Unidos ataque al pueblo iraquí. A partir de la llegada de Luis Ernesto Derbez a la cancillería de Tlatelolco el gobierno optó por un nuevo rumbo, que resulta difícil de describir: una suerte de no rumbo. Abrió la posibilidad de "estudiar" la posición mexicana, sin tampoco apoyar, como España e Inglaterra, la cruzada estadunidense. Abandonó la esfera de la política activa de contención, que compartía con Rusia, Francia y Alemania, sin renunciar en declaraciones esporádicas a la "voluntad de un desarme pacífico de Irak". De vez en cuando, salpicó esta vaguedad con declaraciones beligerantes contra Hussein, que en su momento fueron incluso leídas como si el gobierno mexicano hubiera pasado de la resolución de desarmar a Hussein a compartir la política de avasallamiento de cambiar el régimen político de Irak. También esta posición fue abandonada. Después siguió el largo y misterioso silencio que se mantiene hasta la fecha. Un silencio que coloca a la posición mexicana, si se admite un refrán de los vecinos, "in the middle of nowhere".
En rigor, optamos por nadar de muertito, sólo que en aguas internacionales, turbulentas y que anuncian un maremoto. Si quería pasar por inadvertida o moderada, para no abrir un nuevo capítulo de discusión en la larga lista de problemas bilaterales con Estados Unidos, y a la vez satisfacer la demanda creciente de nacionalismo en la sociedad mexicana, la indecisión del canciller Derbez logró exactamente lo contrario: atraer todos los reflectores internacionales sobre México, dejar en su mano un voto decisivo para Estados Unidos o la soberanía de la ONU, y convocar todas las presiones concentradas de las dos posiciones contendientes.
ƑLlegó el momento de la decisión? No necesariamente. Hay indicios de que el secretario de Estado estadunidense, Colin Powell, no presentará a la ONU finalmente su bélica resolución. El aislamiento se ha vuelto demasiado masivo. Es externo y empieza a ser interno. En todo caso, la diplomacia mexicana no habrá sido protagonista de un giro en la ONU que le habría reportado los dividendos de toda política definida, incluso frente a Estados Unidos. Es decir, los dividendos de una figura predecible y confiable.
Convertida en estrategia, la política de la indecisión induce interpretaciones fantásticas y desinhibidas. Por ejemplo, las de la prensa estadunidense, que insiste en que México ha hecho de su indefinición una carta de negociación con Estados Unidos. Un quid pro quo: el voto a cambio del pacto migratorio. Sería tremendamente cruel (Ƒcuántos muertos iraquíes cuesta el pacto migratorio?), aunque la crueldad se ha vuelto hoy una opción racional. Dado el realismo político de los tiempos que corren, la pregunta es, sin embargo, Ƒresulta suficiente el voto de México en el Consejo de Seguridad para un quid pro quo por el pacto migratorio? Sólo imagino la respuesta con otro refrán estadunidense: "Give me a (reality) break".
México no tiene, como China por ejemplo, derecho a veto. Los nueve miembros del Consejo de Seguridad que tampoco lo tienen piensan en pasar el sombrero a Estados Unidos a cambio de su voto. Un quid pro quo bastante disminuido, digamos. Además, Estados Unidos nunca ha dejado de amenazar que puede prescindir de la ONU misma.
Sin embargo, la posición de México puede volver a adoptar cierta fuerza de negociación con Estados Unidos, siempre y cuando el gobierno mexicano sea consciente de un hecho simple y elemental: ese país no va, por ningún motivo, a desestabilizar su frontera sur en una situación de guerra. México puede capitalizar este interregno de presiones para dedicarse a sus reformas internas y conformar su fisonomía propia en el seno del Consejo de Seguridad.