DESFILADERO
Jaime Avilés
Hoy, segunda megamarcha mundial
Mañana, Bush, Blair y Aznar se reunirán
en las Azores para acordar el inicio de la guerra
ADVERTENCIAS: Suponga que usted es iraquí,
está en el patio de su casa, oye un ruido en lo alto, ve pasar un
avión estadunidense o británico, observa que deja caer una
nube de papeles, recoge algunos, lee el primero, en árabe y en inglés:
"No arriesgue su vida ni la de sus compañeros. Váyase ahora
y vuelva a su casa. Vea a sus hijos crecer, aprender y prosperar". (Un
momento, piensa usted, ¿cómo que me vaya y vuelva a mi casa?
Pero si ésta es mi casa.) Toma otro volante: "No le dispare a las
aeronaves de la coalición. Si lo hace, lo destruiremos. Las fuerzas
de la coalición lo atacarán con todo su poderío. Usted
elige". (Oigan, piensa usted, ¿y si el que dispara es mi vecino?
No le vayan a echar la bomba MOAB, de casi 10 toneladas de explosivos,
que incinera todo en 500 metros a la redonda y registra su impacto en los
sismógrafos de la región.)
Mas bien alarmado, usted lee un tercer panfleto: "Las
fuerzas de la coalición no quieren lastimar al noble pueblo iraquí.
Por su seguridad, evite las áreas ocupadas por personal militar".
(Uf, suspira usted, ya me estaban preocupando, y mira por la ventana las
trincheras de sacos de arena que resguardan la mezquita de su barrio.)
"La coalición cuenta con tecnología satelital superior que
le permite ver la preparación y el movimiento de armas nucleares,
biológicas o químicas", afirma el cuarto impreso. (Ah, piensa
usted, cómo son tontos estos amigous. Si ya saben dónde
están las armas nucleares, biológicas o químicas de
Saddam, ¿por qué no se lo informan a los inspectores de la
ONU?)
"Derramar petróleo en los canales de agua perjudicará
la posibilidad de una recuperación económica. Eliminará
o pondrá en peligro las especies marinas con las que se alimenta
su familia. Saddam ha envenenado los canales de agua con anterioridad.
Usted no debe ayudarlo a que lo haga nuevamente", aconseja el quinto impreso.
(¿Hay especies marinas en los canales de agua dulce?, duda usted.)
El sexto aviso recuerda: "Aquellas unidades que utilicen armas de destrucción
masiva recibirán una respuesta severa e inmediata por parte de las
fuerzas de la coalición. Se responsabilizará a los jefes
de las unidades si éstas utilizan armas de destrucción masiva".
(Esto se les traspapeló, piensa usted. Ha de ser una circular interna
para los comandantes y pilotos de los portaviones que nos rodean.)
Y completamente confundido, usted abre un ropero, confirma
que allí sigue el cinturón de cartuchos de dinamita que tiene
listo para el momento en que se inicie la invasión, y se pregunta:
¿dónde habré puesto mis taponcitos para los oídos?
Reconfortado al comprobar que están, como siempre, debajo de esa
camisa que ya nunca se pone, sale a la calle y se dirige al hospital donde
su hijo continúa "creciendo", "aprendiendo" y "prosperando" como
enfermo terminal de cáncer, debido a las bombas de uranio empobrecido
que lanzaron las tropas de Bush padre durante la guerra anterior.
La madre de todas las manifestaciones
Los
documentos que acaba de leer el verdadero usted -y no el usted iraquí
imaginario- fueron divulgados el jueves por la BBC de Londres a través
de su servicio de Internet. El miércoles, aviones británicos
y estadunidenses lanzaron 4 millones de copias sobre los principales centros
de población del país, donde hace tan sólo 12 mil
años nació la civilización que hoy está en
peligro de ser destruida por un demente.
El sabado anterior, esta columna aludió a las 240
horas de los 10 días que ese demente, respaldado por su perro de
presa inglés (el futuro ex primer ministro Tony Blair) y su pequeño
bufón ibérico (el futuro ex presidente del gobierno español,
José María Aznar) fijaron como plazo último a Saddam
Hussein para desarmarse, pues de lo contrario lo atacarían a partir
del 17 de marzo. Pues bien, ya estamos a 15 de marzo y Estados Unidos y
Gran Bretaña no sólo no consiguieron que se votara su nuevo
proyecto de resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU, sino
que tampoco fueron capaces de evitar que se agudizara su aislamiento internacional
ni que les estallaran serios problemas domésticos.
Doggy Blair, el señor cara de papel cebolla,
acorralado desde hace ya largas semanas por los grandes sindicatos del
Partido Laborista que amenazan con desconocerlo y ahora también
por una influyente ministra de su gabinete, por varios miembros conspicuos
del Parlamento y por las masas anónimas que se oponen a la guerra,
aparentemente se está cayendo. A su amo, el señor WC,
no le pintan mejor las cosas. Ayer, el Departamento de Justicia anunció
que investigará a Colin Powell por haber mentido a la ONU y al Congreso
con informes falsificados acerca de la supuesta compra de uranio que Hussein
nunca realizó en Nigeria, y en ningún otro país africano,
para fabricar las bombas nucleares que evidentemente no posee.
A su vez, las aerolíneas comerciales estadunidenses
emitieron un grito de desesperación hace tres días, al señalar
que, si el señor WC lleva a cabo su guerra, "desaparecerán"
por completo. No sufrirán terribles sangrías económicas,
tampoco invocarán la ley para declararse en quiebra (algunas ya
están en bancarrota), simplemente "desaparecerán", porque
cuando sea disparado el primer misil sobre Bagdad, nadie en ningún
aeropuerto del ancho mundo querrá volver a viajar en un avión
yanki. Las previsiones reveladas ayer por el secretario mexicano de Hacienda
-"si hay guerra, el precio del petróleo podría elevarse a
80 dólares por barril"- confirman que una debacle de proporciones
incalculables amenaza al sistema financiero del planeta.
Mientras tanto, la resistencia del pueblo estadunidense,
de sus actores consagrados por Hollywood, de sus periodistas más
confiables y leídos, de sus alcaldes, de su naciente pero ya inmenso
movimiento estudiantil, de sus intelectuales proscritos por la censura,
continúa creciendo y pasa rápidamente de la "desaprobación"
en las encuestas al repudio abierto en contra de Baby Hitler, pese
a las leyes "patrióticas" que prohiben de hecho cualquier forma
de disidencia después del 11 de septiembre y al virtual estado de
sitio impuesto por la Casa Blanca con el pretexto de la alerta permanente
contra el terrorismo.
Es por eso que mañana el asqueroso señor
WC viajará al pequeño archipiélago portugués
de las Azores para reunirse con Blair, que parece a punto de aventar la
toalla, y con Aznar, que intentará animar a ambos con su trajecito
de arlequín pintado por Velázquez. Lo más probable
es que en ese encuentro definirán el día y la hora de la
semana entrante cuando desatarán la guerra. Sus márgenes
de maniobra son ya mínimos. El invierno termina dentro de seis días,
el calor de la primavera empieza a sentirse en el desierto de Irak y vuelve
obsoletos los uniformes térmicos de las tropas agresoras, que fueron
diseñados para usarse en climas menos extremos. Pero, sobre todo,
el desgaste político los está erosionando con una velocidad
extraordinaria. Han llegado al límite, como ellos mismos lo repiten,
pero están perdidos. O cierran los ojos y dan el salto al vacío,
desoyendo el clamor del mundo entero y de sus propios pueblos, que se encargarán
de someterlos, o reculan y abortan la invasión para tratar de justificarse
diciendo que fueron ellos, y sólo ellos, quienes salvaron a las
Naciones Unidas... de sí mismos.
Gracias a una convocatoria de último minuto, que
viaja por el ciberespacio y es recibida con euforia en todas partes, la
cumbre de las Azores, no obstante el sol del Atlántico, será
aplastada por la gigantesca sombra de la segunda gran manifestación
global por la paz que, hoy por la mañana, cuando usted se levante,
ya habrá desfilado por las principales ciudades de Australia y a
partir del medio día continuará por las mayores capitales
de Europa, antes de culminar en América hacia el crepúsculo.
Si usted vive en el Distrito Federal, acuda a la plaza del Zócalo
en punto de las cuatro de la tarde y sea parte de esta epopeya, palabra
que en las actuales circunstancias carece de un sinónimo más
preciso para describir lo que está sucediendo: la epopeya de la
humanidad contra las bestias de Washington, de Londres y de Madrid que
inevitablemente serán derrotadas.
Una disculpa a los zopilotes
En un exabrupto injustificable, esta página expresó
el sábado pasado que el señor WC es "un pedazo de
cagada de zopilote", fórmula literariamente desafortunada y, lo
más grave, pueril. Varios lectores reaccionaron, con plena razón,
de inmediato. Uno de ellos escribió: "Al comparar a Bush con un
pedazo de cagada de zopilote está usted ofendiendo a la cagada de
los zopilotes". Es verdad. Aunque se alimenten de carne podrida, las aves
de rapiña producen un excremento que fertiliza la tierra y ayuda
a que florezca la vida. No es el caso de Baby Hitler, un hombre
que llegó al poder mediante un fraude y se ha convertido en el principal
sospechoso de la autoría intelectual por los atentados criminales
del 11 de septiembre.
Si hay un vínculo claro e inequívoco entre
Al Qaeda y el mal llamado "conflicto iraquí", ése es George
WC Bush. Y como dijo un distinguido humanista chileno, si Osama
Bin Laden y Saddam Hussein son el eje del mal, Blair, Aznar y Berlusconi
son el eje de lo peor, pero la familia Bush, Donald Rumsfeld, la señora
Condolencia Rice y el bocón de Colin Powell constituyen el eje de
lo pésimo.
Demostremos nuestro rechazo a estas alimañas con
espíritu generoso, altivo y noble, confiando en que más temprano
que tarde el señor WC pasará a la historia como el
primer ex presidente de Estados Unidos que habrá de sentarse en
la silla eléctrica. No merece menos. Quienes fueron asesinados en
el World Trade Center, en el Pentágono y en los aviones que les
procuraron la muerte serán recompensados algún día
por esa elemental acción de la justicia. Ellos tampoco merecen menos.