Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 9 de marzo de 2003
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Espectáculos
Durante su concierto en el Auditorio Nacional, insistió: ¡No a la guerra! ¡Sí a la inteligencia!

Aute llevó al público a un viaje entre la nostalgia y la novedad

Intercaló temas de su nuevo álbum, Alas y balas, con canciones de viejo cuño, como Rosas en el mar

Se dio el lujo de hacer diferentes versiones de composiciones como Anda o Las cuatro y diez

ERNESTO MARQUEZ

El concierto de Luis Eduardo Aute en el Auditorio Nacional fue todo un lujo, como el público, como los músicos, como la noche del viernes, cálida y serena.

El maestro llegó puntual, muy contento y feliz de estar en el recinto del Bosque de Chapultepec, aunque ya en otra ocasión lo había estado, sólo que en un programa en el que participaban otros colegas. Lo de la noche del viernes 7 fue muy especial para él, por estar con los amigos, es decir "con todos ustedes", y la emoción se le notaba en el rostro, en la expresión, en la actitud.

El concierto, que comenzó con Me va la vida en ello y terminó con Al alba, armonizó con un puente de dolor y repulsa por los acontecimientos actuales. Su "¡No a la guerra!" lo proclamó desde un principio, emparejado con su "¡Sí a la inteligencia!"

Aute, caballero sensato y sensible, nos recomendó no caer en las trampas de la infamia y apostar por el amor y la belleza. "Es la única forma de salvarnos de la mediocridad", dijo en voz y música: "Me va la vida en ello... me va la vida en ello".

Muy conversador y humorista, hablaba de la condición del ser humano, narraba historias del corazón, o planteaba temas de la pareja, no daba soluciones porque no las tiene pero señalaba rutas a seguir que todo mundo entendía y al final pensaba poner en marcha.

Una conocida, una por conocer

La trayectoria y reputación artística de este Aute modelo 43, reconocido y aceptado como uno de los pocos seres humanos auténticos y confiables que quedan en este mundo, había avivado el interés de un gentío que desde temparana hora empezó a llegar al Auditorio hasta casi llenar el butaquerío.

Aute no quiso montar un espectáculo con canciones nuevas, como era la intención de su discográfica, que dicho sea de paso le falló con la publicación a tiempo de su nuevo álbum Alas y balas. Por eso aclaró: "Sólo voy a interpretar un poquito más de la mitad". El público, entregado, aceptó de buen grado y se dejó llevar por la mano de la nostalgia y de la novedad atendiendo los temas nuevos con respeto y buena expectativa, porque es sabido que Luis Eduardo no da gato por liebre.

Así transcurrió la noche, alternando una conocida con una por conocer. Las nuevas las manejó como un secreto guardado, deslizado cercana y cálidamente al oído, en tanto las de viejo cuño fueron el regalo para aquellos que gustan del regodeo o el sabroso recalentado.

Unas y otras canciones están conectadas por esa manera de hacer y decir del compositor. La de Aute es una obra en la que uno se deja arrastrar suavemente por el vértigo del tiempo, de la desilusión, de la muerte que acecha, con una angulosidad armónica y rítmica suicida y energía abastecida por las llamas de su angustia interior. Sus piezas son un homenaje a la inteligencia, a la cordura y, por qué no, a la locura, como nos lo dice en Alevosía: "Más que amor, lo que siento por ti, es el mal del animal..."

Las claves en la obra cancionística de Luis Eduardo están en esa forma de escribir y describir situaciones del alma, una suerte de equilibrio entre Eros y Thanatos. Una combinación de encuentro y desencuentro, de amor con sexo, de buen humor y seriedad. Campea ciertamente una brisa melancólica que, a veces, se convierte en belleza agobiante, como lo dicho en Sin vivir, uno de sus nuevos temas en el que cita una frase contundente: "esta muerte que es vivir... sin ti". O certezas lacerantes como lo expuesto de manera irónica en No en vano, en la que hace alusión al triste caso de la pederastia de los curas y la hipocresía del Vaticano en su tratamiento y corrección.

Emoción antológica

En esta ocasión Aute alternó sus diálogos musicales con poemigas, un intenso ejercicio tipo haikus en el que hace un interesante juego de palabras: "Y se entregó a la muerte encantado de la vida"; "Lo malo de las verdades como templos es que, con el tiempo, se convierten en verdades como puños... y pistolas''; o este otro: "Demasiado cuerpo hay, ay, pidiendo guerra. Habrá que cargar el alma de calma y balas de belleza".

Durante todo el concierto uno se da cuenta cómo Luis Eduardo cuida cada vez más el qué decir y cómo decirlo, dándose el lujo incluso de hacer diferentes versiones de sus mismas composiciones, como sucedió con Anda, Las cuatro y diez y Slowly, que las rehace casi del todo. Claro que para ello se ha conseguido una exquisita banda potente y delicada que borda su trabajo de manera inteligente, sensible y muy efectiva. Aquí conviene destacar a Cristina Narea, muy discreta en los coros y muy correcta en la guitarra acompañante; la genialidad armónica y melódica del panista Antonio Saúco, el arrebato argumental del bajista José Luis Villegas, la precisión rítmica de Javier Martín en la batería y la meticulosidad en el entramado total del guitarrista Gonzalo Lasheras, quien ha sido cómplice de Luis Eduardo en más de una aventura.

Lo que consiguen estos maestrazos, por ejemplo, con Sin tu latido es de una emoción antológica. Este cronista no recuerda haber vivido momentos tan intensos en el Auditorio Nacional, o al menos no recuerda haberse enjugado una lágrima cuajada de tanto sentimiento rodeado de 9 mil corazones presentes y latentes.

La gente que llegó a ver y oír a Luis Eduardo es una gente muy correcta, muy educada, muy guapa y muy libertina en las entretelas de su corazón. Ahí tiene usted a un caballero que de entrada se veía muy serio alzar la voz en medio de uno de los silencios exponiendo su sentimiento: "¡Luis Eduardo, me matas pero me gusta!", o aquella señora sentada en primera fila gritando a todo pulmón en pleno éxtasis: "Aute te amo y quiero contigo!" y los múltiples "¡bravos!", "¡maestro!", "¡único!", que se acompañaban con los aplausos más intensos y dilatados.

Y es que Aute no se anda con rodeos, él va directo al corazón, a los intersticios del alma, tocando a todos y a todas por igual. Incluso a esa generación de jóvenes que está descubriendo su onda ética y estética y que encuentra en ella coincidencias en posturas ideológicas con las del viejo maestro. Jóvenes que cada vez son más, como bien observamos en el Auditorio Nacional, presentes y unidos a todos aquellos viejos seguidores, sumándose al regocijo, subordinándose a las canciones y al efecto de ellas.

Al final, el buen Aute interpretó La belleza, el tema que siempre le dedica a su amigo Julio Solórzano, responsable de su presencia en México, y una de las canciones que más bien le van a Tania Libertad. Al terminar fingió la despedida pero ante el reclamo de gritos, palmas y llanto de los presentes regresó para con ellos entonar Rosas en el mar (la respuesta, en castellano, de esa belleza contigua en inglés Blowin in the wind, de Bob Dylan), Una de dos (en la que recomienda el salvamento de la pareja con la aceptación de un tercero), Cinco minutos (canción dedicada a la gran actriz Katy Jurado) y el himno generacional Al alba, de la que el maestro José Marcé ha hecho una versión inolvidable.

En resumen Aute llegó, cantó y encantó, demostrando una vez más que la inteligencia y el buen gusto se impone a cualquier acto de mediocridad.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
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