Angeles González Gamio
Recinto de sorpresas
A mediados del siglo XVII llegó a la Nueva España la orden de los betlemitas, con el propósito de fundar un convento y un hospital de convalecientes. Se les donó un gran predio en el corazón de la ciudad de México, donde construyeron magníficas instalaciones hospitalarias, un convento y un templo, con el generoso apoyo del capitán sevillano don Manuel Gómez, quien así lo dispuso en su testamento. El templo fue de las primeras construcciones que realizaron, con un costo de 36 mil pesos, en estilo barroco sobrio. Se abrió al culto católico en octubre de 1687 y llegó a ser uno de los más lujosos de la capital.
A partir de 1812 los betlemitas apoyaron la causa independentista, por lo que la orden fue suspendida y los religiosos fueron obligados a dejar las instalaciones. Tras varios años en el abandono, en 1828 Guadalupe Victoria, el primer presidente de México, dispuso que el Colegio Militar se instalara en el ex convento, donde permaneció hasta 1837, cuando se trasladó al Castillo de Chapultepec. De inmediato lo ocuparon las monjas de la Enseñanza Nueva, para educar muchachas indígenas, y después tuvo diversos usos, para terminar mutilado y convertido en hotel y vecindad. Desde hace varios años lo está restaurando el Banco de México, así es que esperamos pronto escribir una crónica sobre su renacimiento.
El templo estuvo dedicado al culto católico hasta 1861, cuando se le destinó a biblioteca popular de la Compañía Lancasteriana. En la remodelación destruyeron el altar mayor, se abrió una puerta en el ábside, hacia la calle Tacuba, se clausuró la que daba al callejón de Betlemitas y se demolieron el pórtico de ingreso y la torre del campanario.
Donde estuvo el atrio, el periodista Filomeno Mata construyó en 1890 una casa, en la cual estableció el periódico antirrelecionista El Diario del Hogar. Esta fue demolida medio siglo más tarde, y el callejón se bautizó con su nombre.
Mientras tanto, el templo padecía diversos usos, hasta que finalmente, en 1964, le fue entregado a la Asociación del Heroico Colegio Militar, para que lo destinara a museo histórico. Tras la restauración se puede apreciar la amplia nave, la cúpula de media naranja, con lucarnas, y el cupulín recubierto de azulejos. Tuvieron el acierto de colocar en las ventanas en lugar de vidrio, placas de ónix, como se usaba en la antigüedad, que filtran una hermosa luz dorada.
Este museo es uno de los más insólitos y encantadores. Bajo la dirección del culto capitán Luis Eduardo López Aguilar, pretende mostrar lo que ha sido en nuestro país el arte de la guerra y la disciplina militar, exponiendo exclusivamente piezas originales. En la fachada lateral del antiguo templo podemos apreciar unos monumentales relieves que representan gobernantes aztecas, obra del magnífico escultor Jesús F. Contreras, quien los realizó para que adornaran el pabellón de México en la Exposición de París, celebrada en 1889.
En el interior del museo, iniciamos el recorrido con las cotas de malla, ballestas, cascos, testeras para caballos y espadas, con las que los españoles atacaron México-Tenochtitlán. A continuación podemos ver una colección de armas del ejército virreinal: un fusil de chispa, un trabuco, pistolas, espadas y fusiles; verdaderas joyas por el trabajo en plata, madera, concha y cuero que las decoran.
La Independencia no se queda atrás; nos muestra diversas pistolas y fusiles y, como pieza de excepción, la silla de montar de doña Josefa Ortiz de Domínguez, la valiente heroína independentista. Está elaborada en cuero con hilo de seda y el emblema nacional aparece en el costado derecho.
Seguimos con las armas que caracterizaron las luchas por el poder y las intervenciones extranjeras. El ejército porfirista también tiene su lugar y, entre otras piezas, muestra una hermosa carabina que usaba Porfirio Díaz en sus cacerías. Lugar especial tiene el movimiento revolucionario, que entre armas de todo tipo ostenta en una vitrina el reconocimiento como veterana de la Revolución, con todo y foto, de Valentina Ramírez Avitia, la famosa Valentina, que aquí nos enteramos que sí existió, como muchas otras mujeres célebres que son tema de corridos. El centro de la nave lo ocupa el famoso cañón que diseñó el general Mondragón, quien fue padre de la bellísima Nahui Ollin, esposa frustrada del pintor Manuel Rodríguez Lozano y modelo de los mejores artistas.
Este lindo e interesante museo cuenta además con una biblioteca, ni más ni menos que en el antiguo coro de la iglesia, además de una tienda y una cafetería. Un buen paseo para el fin de semana.
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