Javier Aranda Luna
Las peregrinaciones de Hugo Gutiérrez Vega
Una de las ramas más excéntricas de la poesía mexicana contemporánea la impulsó Renato Leduc. Con viejas formas inauguró, quizá sin proponérselo, nuevos caminos para la sensibilidad poética: ''ƑQuién no insinuó a su prima con violetas / u otra flor, esperanzas tan concretas/ cual dormir una noche entre sus tetas...?" Leduc se acerca a los grandes temas para demolerlos. Su pan es el de todos los días. Su música, la que se escucha en la calle.
Siguiendo esa tradición literaria poco ortodoxa, Hugo Gutiérrez Vega ha refrendado su compromiso de hablar claro, con pocas imágenes -digamos sin repostería literaria- del milagro que se encuentra en la vida menuda. Lo sorprende un haz de luz, una luna en Salamanca, una película, un cómic, un gato, la vida de una puta, un ajetreo de pájaros en una rama de pirul.
Y esa constancia de vida fijada en los poemas es la voz de la tribu porque, escribe Gutiérrez Vega, ''mis palabras son tuyas y de todos. Lo único que hace la poesía es cantar lo que a todos pertenece". La labor del poeta entonces es contar y cantar, dejar constancia de lo vivido. Pero lejos del tono heroico (''muchos escriben para levantar el pedestal que los hará visibles dentro de mil años") el poeta se vale del humor y de la ironía para elaborar la bitácora de sus días.
Peregrinaciones, el más reciente libro de este escritor jalisciense publicado por el Fondo de Cultura Económica, recoge sus poemas escritos entre 1965 y el año 2001. Según el escritor Marco Antonio Campos, Gutiérrez Vega pertenece, como José Emilio Pacheco, a esa clase de poetas cuyo tono predilecto es el de la conversación.
Es verdad, Gutiérrez Vega nos da cuenta de sus viajes, de sus descubrimientos, de sus amores truncos o plenos como si compartiéramos con él una charla:
''Aretí es la única y verdaderamente virtuosa prostituta de la isla. Tiene treinta y dos años y es alta y morena. Lo más notable de su rostro son las cejas pobladas y los ojos casi negros y siempre brillantes. Tiene senos pesados y redondos, anchas caderas y piernas largas e inquietas."
El autor de Una estación en Amorgós no sólo huye de los aspavientos literarios; también huye, como ha escrito Monsiváis, de los ''temas consagrados". Véanse si no los Poemas para el perro de la carnicería o la ya famosa Oda a Borola Tacuche de Burrón de la que tomo estas líneas:
Esta ciudad desparramada y rota
tiene en usted, Borola,
la cumbre de la risa exasperada;
los chorromillonarios (veo a Cristeta,
Boba Licona y al
sofocado Pierre)
evitan que el encomio boroliano se
vista de colores maniqueos.
Para Gutiérrez Vega, como se ve, no hay tema intratable. Y el aguijón de su ironía puede fustigar al propio poeta: ''...perdón por este balar en primera persona";''Para esta primavera indecisa / necesito una mujer pálida/ y lo suficientemente atolondrada/ como para no darse cuenta/ de que estoy a su lado".
Hace unos días en una entrevista Hugo Gutiérrez Vega dijo, palabras más, palabras menos, que el lado opuesto del lenguaje del poeta era el lenguaje del político. Uno nos acerca a la vida; el otro, por lo general, nos aparta de ella. ƑPor qué escribir entonces en un mundo donde la política todo lo permea? Porque en el balance final de sus días el poeta cree, como Camus, que existen en el hombre más motivos de compasión que de odio.
Si la obra del escritor es constancia de vida, Peregrinaciones es el diario de un poeta andariego.
De un poeta que mediante paisajes distintos ofrece al lector un espejo para que pueda mirar sus emociones, para que sonría ante el dolor ajeno y se desternille ante el propio, para que compruebe una vez más esa sentencia de que la emoción de uno es parte de la vida de todos.