Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 26 de febrero de 2003
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Política

Arnoldo Kraus

Dolly

Dolly fue una oveja que nació por medio de la técnica de clonación en julio de 1996. Dolly murió en febrero de este año y sin duda es la oveja más famosa del mundo. Más famosa y conocida que los miles de niños y niñas inominados que mueren en las calles de todo el mundo o que las niñas y adolescentes que contraen sida en muchas poblaciones africanas tras ser violadas. Dolly es uno de los grandes productos de la ciencia, mientras el grupo de sinombres representa un profundo hueco y un interminable cuestionamiento sobre los caminos de la especie humana.

La clonación con fines reproductivos -técnica por medio de la cual se produce el nacimiento de otro ser a partir de una célula adulto- es muy costosa y ha sido cuestionada por eticisistas y científicos, pues plantea una serie de problemas morales difíciles, si no es que imposibles de resolver. Amén de esas discrepancias, la muerte prematura de Dolly -falleció cuando tenía seis años y medio, mientras las ovejas normales suelen vivir 11 o 12- genera otra serie de interrogantes que deberían alertar a la sociedad.

Me preocupa no entender cuáles serían los fines "benéficos" de la clonación reproductiva en humanos y si quienes se dedican a esto han cavilado en tópicos no tan lejanos como la eugenesia o lo que podría ser un "mercado de seres humanos" (notará el lector que hablo de clonación reproductiva y no terapéutica. La segunda se refiere a la utilización de "células madres", provenientes de la clonación, con la finalidad de mejorar enfermedades crónicas o incurables como serían el Alzheimer, algunos cánceres, etcétera).

Parto de la ciencia ficción para compartir mis dudas. Cuando jóvenes leímos las novelas de Aldous Huxley -Un mundo feliz, 1931- y de George Orwell -1984, publicada en 1949- que mostraban un futuro idóneo en apariencia, pero terriblemente irreal e inhumano. El mundo feliz era realmente lo contrario: el mundo infeliz. En esa novela la sociedad no envejecía, la muerte no llegaba y el dolor era lejano o incluso desconocido. De hecho, ni la culpa ni el castigo existían y las personas ocupaban sus lugares en la sociedad sin cuestionar su estatus. Es decir, habitaban un mundo feliz, carente de libertad. En 1984 Orwell advertía acerca de los peligros de la tecnología de la comunicación: el Gran Hermano utilizaba una pantalla gigante a través de la cual controlaba las vidas de todos los individuos.

Ambas novelas resaltaban las malas caras de la tecnología y los peligros que corría la especie humana sobre algunos bienes como la libertad, la autonomía, la individualidad, la lucha por la vida. Esos escritos se publicaron cuando el mundo no había escuchado acerca del genoma, de la clonación, de la vejez como espejo de la soledad o de la ingeniería genética.

Con la clonación reproductiva, uno debería suponer, aunque Dolly haya muerto prematuramente y artrítica, que uno de sus fines será crear seres "menos enfermos" y con atributos intelectuales, si no superiores, al menos iguales a los de sus antecesores. Incluso, por qué no pensarlo, generar a la larga, seres inmortales que por supuesto se perpetúen y reproduzcan e incrementen el poder que les fue heredado -huelga decir que como en muchos otros rubros de la medicina, la clonación también discriminará entre ricos y pobres. Es decir, por medio de la clonación reproductiva la especie humana se iría depurando y pervivirían los mejor dotados: por ser más sanos, por pertenecer a grupos económicamente privilegiados, por tener la opción de decidir cuál procedimiento clónico será el mejor y más seguro para sus vástagos, etcétera. Así, los menos dotados quedarían (más) marginados y serían continuación de una nueva forma de eugenesia, en la cual la pureza -recuérdese la eugenesia nazi- y la excelencia excluirían a las masas.

Esa dismetría, donde seres cada vez más decantados provenientes de clonaciones seriadas cohabitarían con individuos normales cada vez más depauperados por el poder de los primeros, generaría un ámbito impensable en las ya de por sí famélicas relaciones humanas. Un ambiente en el que los supuestos de Huxley se quedarían cortos: el mundo feliz estaría poblado por seres humanos con atributos y posibilidades diferentes y el poder de los clonados sería ilimitado.

La muerte prematura de Dolly, además de cuestionarnos sobre las posibilidades y deberes de la ciencia y "sus mejores intereses" -por ejemplo, crear en México el Instituto de Medicina Genómica versus la muerte de los recién nacidos en Comitán- abre las puertas para confrontar algunos dilemas éticos acerca de la utilidad de la clonación reproductiva en humanos. Mientras tanto, durmamos tranquilos: Dolly ha alcanzado la inmortalidad. Sus restos descansarán en el Museo Nacional de Escocia.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
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