Jaime Martínez Veloz
Rebuaznar
El presidente de Estados Unidos ha demostrado que tiene la calidad de los necios: convertir la virtud de la perseverancia en ceguera de la terquedad. Instalado en el arrebato voluntarioso y la soberbia de conducir la fuerza destructiva más grande que ha conocido la historia, sirviendo perrunamente a los grandes consorcios que lo entronizaron y traicionando la historia del noble y laborioso pueblo estadunidense enfrenta con oídos sordos el clamor mundial que rechaza una guerra que ha convertido en asunto personal.
El sistema político que encabeza exhibe sin recato las peores deformidades, así como la fragilidad de los mecanismos de control interno que un día impidieron, a pesar de la paranoia de Ronald Reagan, incendiar el planeta para acabar con el imperio del mal soviético, según rezaba la desquiciada consigna de entonces.
Hoy ese sistema político es asediado por sus propios engendros: creaciones de laboratorio coyunturales para imponer a toda costa su hegemonía mundial: un Saddam Hussein para hacer la guerra a Irán y un Osama Bin Laden para responder a la invasión soviética a Afganistán.
Uno y otro fueron instrumentos mustiamente dóciles en ciertas coyunturas, pero hoy esa política aventurera los vuelve contra su creador -aunque el caso iraquí no aparezca suficientemente comprobado- y el doctor Frankenstein llama a una santa cruzada para que el mundo asuma el alto costo de los errores de ese sistema político que se presenta como paradigma para el mundo. A ambos los preparó en las artes de guerra, los armó y entrenó en el manejo de sofisticadas tecnologías de muerte, y ahora Bush les exige subordinación y la aprobación mundial para eliminarlos, sin que la muerte de cientos de miles signifique más que "costos civiles asumibles".
Estados Unidos demuestra así ser una amenaza cuando genera y sostiene políticas de Estado que fundamentan su hegemonía ya no sólo en el dominio económico, sino, como ahora, en el amedrentamiento más cínico: estás conmigo o contra mí, y si es lo segundo, te aplasto militarmente con el consenso mundial que obtengo gracias al temor a las represalias más primitivas.
En medio de semejante torbellino, nuestro miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, quien representa los intereses de México y que, según Vicente Fox, pone en juego su imprescindible e insustituible capacidad de arbitraje y concilio para que el concierto internacional resulte armónico; entre colmillos atómicos, pues, Adolfo Aguilar Zinser ocupa una silla sin que sus pies alcancen el suelo.
Se antoja que la sustitución de Jorge G. Castañeda, por quien desconoce y confunde la doctrina Estrada, no fue casual. Tal vez la brillantez del antecesor le haya advertido la cercanía de las consecuencias de ser el aprendiz de brujo del gabinete foxista y que ante semejantes fuerzas, ya incontrolables, era momento de asumir nuevos retos, como revisar las condiciones de las playas del Caribe y de la tauromaquia en México. Derbez, ahí te vez...
šQué bueno que no tuvo eco la disposición de buena voluntad que expresó Vicente Fox para contribuir a la reunificación de Corea del Norte y del Sur!, de otra manera México se habría embarcado en otra foxiaventura que el Presidente de la República estaría resolviendo a telefonazos con los principales líderes mundiales, método para "trabajar duro en ese asunto", según afirma.
Ya en conteo regresivo y considerando que las golondrinas inglesas, italianas y españolas hacen un insatisfactorio verano, Bush utiliza a Aznar para que se pose en tierras mexicanas y apriete a Fox donde deba hacerlo, incluyendo la economía, para que el voto de su sagaz y avezado representante en el Consejo de Seguridad reconozca la legitimidad de sus urgencias bélicas.
Esta nueva foxiaventura en el maravilloso mundo del conflicto internacional ha puesto a México en un brete que se cierra sobre nuestro cuello mientras se escuchan como fondo rebuznos de reclamo apremiantes de los que no teníamos ninguna necesidad, ya que a pesar de las desventuras nuestra política externa respondía más a principios que a veleidades y ocurrencias.
La intempestiva visita de Aznar no puede ser bienvenida y es de lamentarse que el pueblo español, levantado como uno solo contra la guerra, tenga que seguir escuchándolo, pero es allá donde tiene que hacerse oír, ya que, a fin de cuentas, las decisiones de México todavía las tomamos los mexicanos.