Angel Guerra Cabrera
Una señal de los tiempos
Hay acontecimientos que marcan un punto de inflexión en la historia porque prefiguran la irrupción de nuevas tendencias que terminan por imponerse en algún momento indescifrable del futuro. Doy un par de ejemplos: la revolución de 1905 en Rusia hacía vislumbrar la caída del zarismo y el estallido de una gran revolución social, que vinieron a producirse en 1917; igualmente, la matanza sin precedentes de la Primera Guerra Mundial anunciaba la quiebra de la civilización liberal burguesa decimonónica, que se evidenciaría plenamente años después con la Gran Depresión de 1929.
De la misma manera y salvando las proporciones, las multitudinarias marchas que el pasado sábado condenaron en el mundo la a todas luces irreversible agresión en ciernes del grupo de George W. Bush contra Irak indican una aceleración de la insondable crisis moral en el sistema mundial de dominación, hasta el punto de poner en solfa la legitimidad de los gobernantes -no importa que hayan sido electos- cuando los gobernados perciban que están actuando flagrantemente contra su voluntad. Ha concluido definitivamente la época de la resignación y el conformismo frente al nuevo orden mundial.
Algo habríamos de agradecer a la torpe y primitiva actuación del grupo belicista y enajenado que se adueñó espuriamente de la Casa Blanca en 2000. Su arrogante menosprecio a conceptos ya incorporados a la conciencia universal, como los relativos a la degradación ambiental y la no proliferación nuclear, y su brutal ruptura con el derecho internacional implicada en la doctrina de guerra "preventiva" que de inmediato invocaron contra Irak, han precipitado un rechazo, hoy objetivado en la inmoral agresión en marcha, pero susceptible de transformarse en toma de conciencia sobre la necesidad de poner fin a la esclavización en masa decretada en el Consenso de Washington. Se veía venir desde que el movimiento contra la globalización neoliberal demostró su capacidad de cercar y pedir cuentas a los presuntos dueños del mundo en sus exclusivas reuniones, como en Seattle, Québec y Génova. Entonces rodaron por tierra los mitos del "fin de la historia" y de la imposibilidad de transformar la realidad, alimentados por la derecha después del derrumbe del experimento soviético.
Por lo pronto, quién puede dudar que las marchas del 15 de febrero anuncian la muerte política de Bush, Blair, Aznar, Berlusconi y de todos los grupos gobernantes que apoyen la guerra de agresión imperialista. El tiempo dirá si es exclusivo de América Latina el derrocamiento por rebeliones civiles de gobiernos que actúan contra la voluntad popular -el próximo, al parecer, Bolivia- o si es un síntoma de la crisis sistémica, que tiende a aparecer en otras regiones.
Los manifestantes sumaron millones en la mayor muestra de censura pública a una política que probablemente se haya visto nunca en tantos países simultáneamente, pero lo más relevante es que a los que ya venían protestando se sumaron muchos que hasta ese día permanecían al margen, todos en la defensa de una causa profundamente moral y solidaria. Fueron más masivas en Europa, el caso de Francia - con poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU-, y de Alemania, países donde la opinión pública es abrumadoramente opuesta a esta guerra y exige a sus gobiernos mantenerse firmes frente a Washington. No obstante, sus expresiones más combativas, concurridas y plurales se dieron en Gran Bretaña -también con derecho a veto en la ONU-, España e Italia, cuyos gobiernos, han facilitado con su genuflexión el camino de Bush hacia la guerra. La protesta incluyó a Estados Unidos, donde destacaron las muy nutridas de Nueva York y San Francisco.
Después del 15 de febrero ha quedado claro que los pueblos de la parte rica y desarrollada de la Tierra están lejos de creer que este en que vivimos sea el mejor de los mundos posibles -una señal de los tiempos- porque es en esa porción del planeta donde se gestó el desarrollo económico a expensas del saqueo y el subdesarrollo de la mayoría de la humanidad, hasta crear sociedades opulentas y en gran medida cooptadas por el sistema imperialista. Y aquí está lo más trascendente moralmente de las protestas, que defendían el propio derecho a la vida de los participantes, pero también el del pueblo de Irak y de esa humanidad del mundo subdesarrollado, la que más padecerá con esta guerra y sus consecuencias.
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